Austria está a punto de presenciar el regreso de un líder de la extrema derecha al gobierno, con Herbert Kickl, del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), como favorito para asumir la cancillería. Su ascenso representa el fin de la “cordon sanitario”, una estrategia de la Unión Europea (UE) que tradicionalmente ha mantenido a la extrema derecha fuera del poder, y la primera vez que la extrema derecha llega al gobierno en el país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de casos anteriores, como el de Jörg Haider, en el año 2000, que llevó a la UE a sancionar a Austria, la respuesta de los líderes europeos ante Kickl ha sido notablemente más moderada, con expectativas de que su influencia sea contenida en un futuro gobierno de coalición con el Partido Popular Austríaco (ÖVP).
La UE, que en el pasado recurrió a medidas drásticas como el artículo 7 contra Polonia o Hungría, ahora parece optar por un enfoque más “pragmático”, visto el creciente número de extrema derecha en Europa. De hecho, Von der Leyen ha tenido en cuenta a los partidos de extrema derecha a la hora de conformar su nuevo equipo de la Comisión Europea. Visto esto, a pesar de los posibles fríos recibimientos al ultraderechista austríaco, es improbable que los líderes europeos en Bruselas adopten sanciones o medidas disciplinarias contra Austria, a pesar de la preocupación por su política de “remigración”, alineada con las tesis de Alternativa para Alemania (AfD), que quiere llevar más allá las ya de por sí duras medidas contra la inmigración en la UE. Alexander Schallenberg, canciller interino de Austria, ha intentado tranquilizar a sus socios europeos, afirmando que Austria “seguirá siendo un socio fiable y constructivo”.
El ascenso de Kickl se suma a un patrón más amplio en Europa, donde partidos de extrema derecha han comenzado a formar coaliciones con fuerzas conservadoras tradicionales en varios países. A medida que los ultraderechistas obtienen más poder en la UE, la línea divisoria entre ellos y los partidos conservadores se difumina, y como muestra su cogobernanza en la nueva Comisión Europea, la izquierda no representa una oposición firme frente a esta tendencia. Esto refleja una tendencia creciente hacia “el pragmatismo” y “el realismo político”, donde las alianzas políticas entre ideologías aparentemente distintas ya no son tan inusuales, como demuestra la cooperación entre el Partido Popular Europeo y otras fuerzas de derecha populista en temas económicos.