El 2 de febrero de 1943, el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos aplastó a la Wehrmacht en Stalingrado (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), en la que sigue siendo la batalla más sangrienta de la historia. Con más de un millón de bajas, esta victoria marcó el principio del fin para la Alemania nazi y el ascenso definitivo de la Unión Soviética como potencia indiscutible en la Segunda Guerra Mundial.
Durante más de cinco meses, Stalingrado fue escenario de una lucha feroz en la que más de dos millones de soldados se enfrentaron en condiciones climatológicas y bélicas extremas, en una matanza sin precedentes en la historia de la humanidad. La ciudad, convertida en un símbolo de la resistencia soviética, se transformó en un infierno de ruinas y combates cuerpo a cuerpo, donde a menudo la línea del frente se dibujaba casa por casa, piso por piso, habitación por habitación. A este tipo de combate, que aún sigue siendo la mayor guerra urbana de la historia, los nazis lo denominaron Rattenkrieg (Guerra de ratas).
A pesar de la brutal ofensiva nazi, el Ejército Rojo, con la Operación Urano, logró cercar al 6.º Ejército alemán, forzando su rendición y destruyendo la imagen de imbatibilidad de las hordas de Hitler.
La victoria en Stalingrado no solo significó el primer gran revés militar del nazismo, sino que impulsó la contraofensiva soviética que culminaría en Berlín en 1945. Fue el sacrificio del pueblo soviético y la tenacidad de sus combatientes lo que permitió cambiar el curso de la guerra y de la historia, demostrando que la Unión Soviética era la fuerza decisiva en la derrota del fascismo. Stalingrado quedó grabado en la historia como el inicio de la liberación de Europa de las garras del nazifascismo.