Miquel Ramos (València, 1979) es periodista e investigador especializado en la extrema derecha y los discursos de odio y discriminatorios. Licenciado en Ciencias de la Información y con un máster en Sociología y Antropología por la Universitat de València, colabora actualmente con medios como La Marea y Público, además de participar en programas de radio y televisión. Autor del libro Antifascistas: así se combatió la extrema derecha en España desde los años 90 (2022) y coordinador del informe De los neocon a los neonazis: la derecha radical en el Estado español (2021), ha impulsado proyectos como crimenesdeodio.info y Sense Tòpics. Con una amplia trayectoria como formador y divulgador, también es guionista del exitoso pódcast Dios, Patria, Yunque.
¿A qué atribuyes el auge de la extrema derecha en Europa y el Estado español?
La extrema derecha que hoy cosecha tantos éxitos en Europa y más allá no surge de la nada, no es nada espontáneo. En algunos casos, como Vox, su origen es el partido hegemónico de la derecha, el PP, por un proceso de agravio de su sector más radical y una serie de acontecimientos que precipitan su salto a las instituciones. Pero en otras partes, la extrema derecha nació y creció al margen de los partidos tradicionales, y muy hábilmente, elaboró toda una estrategia de guerras culturales para conquistar el sentido común, la hegemonía, en términos gramscianos. Hay toda una constelación de think tanks de la extrema derecha financiados con millones de euros, interconectados entre sí, que llevan décadas trabajando en ello.
Han contado con la complicidad de medios de comunicación, han aprovechado la desafección política, han conseguido estirar el eje cada vez más hacia la derecha y aprovechar los problemas del sistema capitalista para colar sus recetas. Hoy vemos los resultados.
Este proceso llevaba ya años fraguándose, y tiene múltiples artífices y cómplices. Se trata de un fenómeno global con múltiples causas, diverso (no todas las extremas derechas son iguales), con particularidades propias del contexto de cada territorio, que responde a un momento histórico muy concreto, donde han confluido toda una serie de factores que han allanado el camino hacia un giro autoritario y un repliegue identitario.
Con un modelo político y económico que no está dando respuesta a los problemas de la clase trabajadora, más bien al contrario, y una ofensiva cultural reaccionaria brutal, se está instalando un nuevo sentido común, un intento por conquistar la hegemonía, que está consiguiendo que las recetas de la extrema derecha se vean cada vez más aceptables. Y esto a pesar de que no solucionen los problemas estructurales del capitalismo, sino que busquen culpables entre sus víctimas, y sean así un seguro de vida para el mismo. Todo está pensado para entorpecer la lucha de clases y reducir el conflicto político a cuestiones identitarias y securitarias.
La extrema derecha no cuestiona el capitalismo, sino que se aprovecha de las miserias que este genera para desviar el foco que apunte al problema estructural y redirigirlo hacia batallas culturales. No supone ninguna amenaza para el statu quo, sino más bien un catalizador de las reformas necesarias para su mantenimiento, para justificar sus políticas colonialistas, racistas e imperialistas, acelerar el desguace de lo público, incrementar el autoritarismo, la explotación y la precarización de la clase trabajadora y evitar cualquier lectura de clase de los problemas generados por el capitalismo, fomentando la competencia por los recursos, el darwinismo social, el miedo y el enfrentamiento por motivos identitarios.
¿Cómo influye la crisis económica en este fenómeno?
El factor económico no explica por sí solo el auge de la extrema derecha, pero es, sin duda, uno de los principales síntomas de un capitalismo con cada vez menos resistencias. Es decir, no existe un contrapeso a su hegemonía como sucedía durante la Guerra Fría. A esto hay que sumarle el manifiesto fracaso de los últimos experimentos socialdemócratas que, lejos de imponer soluciones materiales para la clase trabajadora cuando han tenido la oportunidad en las instituciones, han participado de su pauperización y han ejecutado las órdenes del capitalismo financiero y sus gestores, como vimos con la crisis de 2007.
A esto hay que añadirle un contexto geopolítico tan agitado como incierto, que cambia muy rápidamente, y una crisis climática que acrecentará cada vez más las desigualdades y los problemas globales, sin que exista intención clara de afrontarlo con recetas que cuestionen el sistema de explotación actual de los recursos ni prevenga cómo gestionar sus consecuencias.
“Hablan de ‘islamización de Europa’, de ‘reemplazo poblacional’ (por parte de las personas migrantes), de ideología de género y feminazis, de ‘cultura de la cancelación’ o de ‘dictadura woke’. Esto no es más que una reacción ante una serie de consensos y de conquistas sociales, una estrategia para revertirlas presentándose como rebeldes contra la ‘corrección política’, esto es, contra esos consensos”.
La clase trabajadora que vota a la extrema derecha o que acaba en sus filas no lo hace porque esta dé respuestas a sus problemas como clase, sino porque esta le ofrece lo que llamamos “lugares seguros”, esto es, ciertas identidades a las que asirse, como la patria, la familia, la masculinidad, la religión, la ‘civilización occidental’ o determinada organización en sí misma. Todo esto siempre presentado bajo una amenaza inminente. Es una victimización constante desde posiciones estructural e históricamente privilegiadas, y así presentan la igualdad y las luchas por determinados derechos como un complot y una amenaza. Hablan de ‘islamización de Europa’, de ‘reemplazo poblacional’ (por parte de las personas migrantes), de ideología de género y feminazis, de ‘cultura de la cancelación’ o de ‘dictadura woke’. Esto no es más que una reacción ante una serie de consensos y de conquistas sociales, una estrategia para revertirlas presentándose como rebeldes contra la ‘corrección política’, esto es, contra esos consensos.
Por otra parte, las democracias liberales han usado a menudo estos consensos para enmascarar políticas que apuntalan las desigualdades y no solucionan los problemas materiales de la clase trabajadora. Han tratado de resignificar muchas de estas luchas para vaciarlas de su contenido de clase, o presentar algunos problemas estructurales como el racismo o el machismo como desviaciones morales con la clara intención de no modificar las políticas propias que las perpetúan. Así se ha alimentado también una peligrosa pasarela entre posiciones supuestamente izquierdistas que denuncian esta manipulación de las luchas sociales y la ultraderecha. Ambas las caricaturizan y las defenestran, con posturas abiertamente racistas, machistas, LGTBIfóbicas o supremacistas. La mayor conquista de la extrema derecha es que haya gente que se consideras de izquierdas comprando sus marcos, usando su lenguaje, sus formas y repitiendo sus mantras.
Se ha hablado mucho sobre el papel que han jugado los medios, con el riesgo de tratarlo como si fuera un fenómeno esencialmente mediático. ¿Cómo lo ves?
La extrema derecha entiende muy bien cómo funciona la comunicación y el marketing político, los medios de comunicación y las oportunidades que le ofrecen las redes sociales. Sabe muy bien cómo ser noticia, cómo provocar, cómo hacer que se hable de ella, y cómo alimentar esa pulsión reaccionaria sembrando el miedo y el odio, las “verdades alternativas”, la desinformación y el bulo. Todo está perfectamente calculado para su viralidad, y a menudo somos los demás quienes amplificamos esos mensajes o promocionamos a ciertos personajes, aunque sea para denunciarlos o confrontarlos.
Hay una responsabilidad evidente de algunos medios de comunicación no solo en el blanqueamiento y la promoción de la extrema derecha, sino en la amplificación sistemática de su agenda. El caso de la vivienda es quizás de los más evidentes y actuales: un problema estructural como es el acceso a una vivienda digna se convierte en un problema securitario, en ‘el problema de la okupación’. La criminalización de la pobreza, con sus habituales aderezos racistas y clasistas, no son solo cosa de la extrema derecha, sino un relato habitual. Y con este marco se juega ya con todo, esto es, victimizando al especulador, criminalizando a los más vulnerables y a quien lo denuncia y lo combate, y exigiendo más medidas represivas.
¿Cómo definirías el estado actual del movimiento antifascista en el Estado español?
El término ‘antifascismo’ pueda generar cierto debate sobre su idiosincrasia y su alcance. El auge de la extrema derecha ha puesto sobre la mesa un fenómeno que, hasta ahora, tan solo advertían quienes se reivindicaban abiertamente como antifascistas. Pero las viejas fórmulas ya no sirven para combatir esta ola reaccionaria, porque, sencillamente, su alcance ya no se limita a las calles, sino que está en todas partes, en múltiples escenarios al mismo tiempo.
El antifascismo militante que conocimos a partir de finales de los años 80, que se organizaba principalmente en plataformas y respondía a los actos, las provocaciones y las agresiones de los nazis y fascistas en las calles se ha encontrado con un nuevo escenario: muchos de los viejos fascistas que andaban dando palizas, hoy ocupan escaños o trabajan para cualquier chiringuito de la extrema derecha. Pero han llegado nuevos cuadros, nuevas organizaciones y partidos que ya empiezan a tocar poder, y que no vienen de entornos marginales de la vieja extrema derecha sino del propio establishment. La normalización y la llegada a las instituciones de estos partidos y sus organizaciones y productos satélite ha permitido reciclar a viejos militantes, pero también ganar muchos más adeptos, así como articular toda una serie de artefactos para su batalla cultural, bien respaldados económicamente.
“El antifascismo que hemos vivido hasta hoy estuvo cuando tocaba estar, y dio la cara ante un problema sobre el que la mayoría pasaba de puntillas o miraba hacia otra parte”.
La violencia y el enfrentamiento en las calles no ha desaparecido, pero no es para nada comparable al que se vivió años atrás. Hay que reconocer que el antifascismo tuvo un papel importante en la contención de estos grupos y de sus agresiones, pero también han aumentado las medidas y las capacidades de control social por parte del Estado, algo que es también disuasorio para todas las partes. Sigue habiendo grupos nazis y fascistas al margen de los grandes partidos y organizaciones de extrema derecha, y en ocasiones siguen usando la violencia, pero no dejan de ser marginales, con poca incidencia política, eclipsados totalmente por la ultraderecha institucional. Lo verdaderamente preocupante es ahora la capacidad de las nuevas extremas derechas para impregnar el debate público y presentarse como solución a los problemas de la gente. Más todavía cuando pretenden arrebatar las banderas revolucionarias de la izquierda, algo que no es nuevo, pero que algunos de ellos no dejan de intentar.
¿Ha sabido el antifascismo adaptarse a los nuevos tiempos?
El antifascismo que hemos vivido hasta hoy estuvo cuando tocaba estar, y dio la cara ante un problema sobre el que la mayoría pasaba de puntillas o miraba hacia otra parte. No se le puede responsabilizar de la situación actual, más bien al contrario, agradecerle que advirtió e hizo lo que pudo, a pesar de la soledad y la criminalización que sufrió. Hoy ha crecido la conciencia antifascista, ahora que la extrema derecha está más presente y activa que nunca, pero faltan herramientas para hacer frente a esta ofensiva reaccionaria, que cuenta con muchos más recursos y complicidades.
Hay muchas preguntas que debe hacerse hoy el antifascismo, ante un momento inédito que requiere mucha cirugía ante una infección de este calibre. ¿Cómo se combate a la extrema derecha que está en las instituciones, y que posiblemente acabe gobernando? ¿Cómo competimos en la batalla cultural contra sus think tanks y sus campañas de marketing millonarias? Ya no estamos hablando de un grupo de neonazis que salen de caza los fines de semana, ni siquiera de un partido marginal. ¿Qué hacemos ante la infección de la ultraderecha en las redes sociales, la desinformación, los medios que la blanquean y los influencers que han construido su negocio reproduciendo toda la basura ultraderechista y tienen a miles de jóvenes comprándolo? Este nuevo escenario plantea muchos retos y apela a toda la sociedad, no es algo de lo que deba encargarse únicamente una plataforma antifascista o una organización política concreta. Por eso hace falta una buena estrategia para tratar cada uno de estos asuntos de la manera más eficiente posible, siendo conscientes de la correlación de fuerzas, y de que no hay ninguna fórmula mágica. Esto requiere estudiar y conocer bien cómo actúa y cómo es la extrema derecha actual, así como mucha pedagogía y cierta generosidad para juntar fuerzas contra un monstruo que no distingue entre sus enemigos.
Lo que sí podemos afirmar es que, cuando hay tejido social, organización, comunidad, la extrema derecha lo tiene más difícil. Los barrios organizados, la solidaridad de clase, las estructuras y los espacios sociales y populares son vacuna contra la extrema derecha. Hay un interés evidente de fragmentar a la sociedad, de fomentar el individualismo, el darwinismo social, el aislamiento, para evitar que se tejan lazos entre los vecinos de clase trabajadora. Solo así triunfa el miedo y el odio, la desconfianza y la mentira, el combustible perfecto para la extrema derecha. Los movimientos sociales, los sindicatos, la lucha feminista y antirracista, parar desahucios, crear estructuras comunitarias, lugares de encuentro y debate, son hoy el principal dique de contención contra la extrema derecha en los barrios. Eso también es antifascismo.
¿Qué rasgos definen a los grupos que operan bajo lógicas fascistas sin identificarse como tal? ¿Destacarías alguno en el panorama español?
Las relaciones sociales, la actividad y el debate político y el consumo de información han cambiado en estos últimos años con las nuevas tecnologías. Internet se ha convertido en un espacio cada vez más tóxico y hostil, donde la desinformación y el odio campan a sus anchas. Es una máquina de sobreestimulación de emociones, de promoción de personajes, de generación de identidades, y todo esto afecta a la manera en que nos relacionamos, la manera de participar en política, de debatir o de razonar. La inmediatez y lo emocional se imponen a la razón, y aquí gana siempre el reaccionario.
Hay, además, una pulsión tóxica, sectaria, fanática y hasta cruel en ciertas personas que logran capitalizar cierta atención en redes, cuyo ejemplo, lleven el vestido ideológico que lleven, es alimento para la extrema derecha. Las redes son una fábrica de malas personas. Combatir la extrema derecha también se hace con la manera que tenemos de tratar a la gente, de relacionarnos personal y políticamente con los demás. El reto de saber usar bien las redes, aislar a los tóxicos y tener una estrategia clara para contrarrestar la infección reaccionaria es enorme, pero imprescindible tomarlo en serio. E insisto, esto no es solo un problema que plantee la extrema derecha. Es muy fácil esconderse tras un avatar revolucionario y actuar como un ser despreciable. Y esto, también es política.
“Aquí se han apuntado algunos personajes, sobre todo los que viven y se lucran en las redes sociales, que aprovechan los algoritmos y las dinámicas tóxicas y la impunidad de estas herramientas de difusión y promoción, y cuya praxis habitual es llamar la atención y generar comunidad”.
La normalización y el auge de la extrema derecha también ha abierto un nicho de mercado. Aquí se han apuntado algunos personajes, sobre todo los que viven y se lucran en las redes sociales, que aprovechan los algoritmos y las dinámicas tóxicas y la impunidad de estas herramientas de difusión y promoción, y cuya praxis habitual es llamar la atención y generar comunidad. Esto no siempre tiene una traducción orgánica, es decir, puede haber personajes o proyectos muy mediáticos, pero con nula articulación política real, con ninguna incidencia en las calles.
El discurso de odio, el histrionismo que se viste de irreverente en redes sociales contra determinados colectivos y personas son algunos de los principales vectores de la guerra cultural, vistiéndose de incorrección política y provocación lo que no es más que bullying y una pataleta constante. Esto a nivel político tiene poca incidencia, porque detrás no hay organizaciones con capacidad de intervención real, pero sí suponen un frente de batalla cultural que difunde todo el argumentario de la extrema derecha constantemente y sirve a sus intereses. No hay que banalizarlo ni perderlo de vista, pues tienen cierta incidencia en una parte de la sociedad que vive inmersa en redes o que no encuentra respuestas a sus miedos, sus problemas o a sus dudas existenciales.
Luego hay algunos casos particulares como Desokupa y el resto de empresas similares, que están nutridas de ultraderechistas y sirven a los intereses de los especuladores, con el beneplácito y la complicidad de las instituciones. Pero no deja de ser un negocio. Todo el espectáculo de estos personajes en redes es puro marketing, que se sube a la ola reaccionaria de moda, con medios de comunicación, partidos y empresarios que los promocionan porque sirven a sus intereses.
¿Cómo valoras el papel del Movimiento Socialista en la lucha antifascista?
Siempre considero que toda organización política que tenga una actividad proactiva, incidencia en las calles, en la concienciación de la clase trabajadora, en el debate público y que cree comunidad, es un aliado en esta lucha. El crecimiento de la organización, su implantación y su extensión responde a un momento concreto en el que mucha gente se encontraba huérfana políticamente. El MS ha aparecido señalando contradicciones y errores que consideran que tienen organizaciones que les precedieron para crear algo nuevo que está ilusionando, agrupando y concienciando a mucha gente. Considero que se debe reconocer su trabajo y su implicación en luchas tan importantes como la vivienda, y también en el antifascismo, con un objetivo político tan claro como ambicioso.
Por otra parte, creo que es necesario siempre tender puentes, abrir los debates más allá de las redes y de las propias organizaciones, y crear puntos de encuentro con otros militantes, en un momento histórico en el que no podemos permitirnos el lujo de retroceder ni un paso ni permanecer aislados. Soy partidario de reconocer la buena voluntad y los logros de quienes nos precedieron, sin dejar de ser exigentes ni de tener voluntad de mejorar, de regenerar proyectos y espacios de militancia y hacerlos más sanos y eficientes, más abiertos, siempre desde la buena fe y las ganas de construir, nunca pensando exclusivamente en el bien de una organización concreta. Todo lo que sea empujar hacia una misma dirección siempre me parece una buena noticia.
¿Qué lecciones quedan pendientes tras tu libro Antifascistas y tu informe sobre la derecha radical?
Hace tan solo tres años que salió el libro, y si lo escribiese ahora tendría que actualizar todo lo referente al presente. De hecho, he tenido que añadir algunas cosas y actualizar otras en la versión alemana, recién publicada. Todo cambia muy rápidamente. La extrema derecha también ha cambiado, y el antifascismo sigue buscando nuevas formas de confrontarla acordes con el presente. Aunque muchos de los debates sean los mismos que hace veinte años, la experiencia de las luchas anteriores siempre son un aprendizaje y una referencia.
“Soy partidario de que escribamos más sobre todas las luchas que nos precedieron. Nadie hoy está inventando nada nuevo, todo tiene sus antecedentes, sus experiencias previas, y estas se deben reconocer, difundir, interpretar y tratar de aprovecharlas para lo que viene”.
El retrato que hace el libro de tres décadas de antifascismo responde a un periodo en el que la extrema derecha todavía no había logrado los éxitos, la normalidad y la implantación que tiene hoy en día en todo el mundo, aunque ya había empezado estos últimos años a dar señales de su avance. Por eso fue pensado como un ejercicio de memoria y reconocimiento, con la intención de conocer de dónde venimos, los aciertos, los debates, los problemas y las contradicciones a las que tuvo que enfrentarse el movimiento antifascista. Pero la idea era que también fuese útil también para el futuro y las nuevas generaciones de militantes.
Soy partidario de que escribamos más sobre todas las luchas que nos precedieron. Nadie hoy está inventando nada nuevo, todo tiene sus antecedentes, sus experiencias previas, y estas se deben reconocer, difundir, interpretar y tratar de aprovecharlas para lo que viene. Hay historias preciosas de luchas, llenas de amor y compromiso, que deben conocerse, y que son un aprendizaje humano tremendo, mucho más allá del valor político que le demos. Por eso espero que se escriban muchos más libros sobre todas estas luchas, que las cuenten sus protagonistas, y que creemos nuestra propia memoria histórica colectiva para reafirmar nuestro compromiso, pasen los años que pasen, y dar herramientas para los que vengan después.