El Frente Amplio de la marmota

Hay algo irritante en las franquicias. Son repetitivas y cansinas. Carecen de vida, de originalidad, de vigor. Explotan monótonamente un producto idéntico, avanzando en círculos mientras prometen una innovación que nunca llega. Por el camino, el público general va hartándose, y los dueños, desesperados, se preguntan entre sudores fríos cómo buscar un nuevo envoltorio para ese producto viejo y ya fallido.

Ahora bien, incluso Fast & Furious XVIII resultaría fresca y juvenil en comparación con la milésima llamada a un “Frente amplio” realizada hace unos días por Izquierda Unida –que ya es en sí misma un Frente Amplio– con poco bombo y algún tímido platillo. Frente Amplio Esta Vez Sí Que Sí, podrían llamarlo. O, ya que lo de Sumar ha quedado algo cojo, quizás sea momento de doblar la apuesta: Multiplicar. Aunque, mirándolo por otra parte, lo de Sumar ha acabado restando e incluso dividiendo, lo que hace que la política de la izquierda española sea fértil en analogías matemáticas… y desoladora en todo lo demás. También, por otro lado, es rica en paradojas. Podemos, por ejemplo, vive hoy de fingir que nunca ha estado en el gobierno a la vez que nos recuerda lo bien que iba todo cuando estaban en el gobierno. Qué no podrían hacer los Monthy Python tras una ojeada rápida a este panorama.

En cualquier caso, por debajo de toda esta tragicomedia hay un par de lecciones estratégicas que debemos tener en cuenta. La primera es que el “ministerialismo” (la participación en gobiernos capitalistas) es un callejón sin salida. De ahí el círculo vicioso en el que se ve encerrada la izquierda reformista “radical”: su objetivo es gobernar su propio Estado capitalista, pero cada vez que llega al gobierno la bancarrota política le sigue de inmediato. Ahí está el caso de Syriza, que pasó de la mayoría parlamentaria y el 35% de los votos a ser la quinta fuerza política de Grecia. También el de Rifondazione Comunista, que desapareció para siempre del parlamento tras entrar en el gobierno de Prodi. Y ahí está, por supuesto, Podemos: de los 70 diputados de 2015 a los 3 que le otorgan las encuestas del mes de abril. ¿El motivo? Que gobernar el Estado capitalista es servir al capital, al que este está atado estructuralmente, y de ese modo traicionar incluso las moderadas expectativas reformistas que estos partidos tienden a vender. Es, en otras palabras, trastocar el Sí Se Puede por un rotundo No Se Puede. Y los intentos de disfrazarlo fracasan tozudamente. La “gente” de la que tanto hablaba Podemos, al fin y al cabo, no es tonta.

La segunda lección es hermana de la primera: la inutilidad de los “frentes amplios”, entendidos como partidos reformistas de izquierda al estilo de Podemos, IU, Sumar… Esto es, precisamente el tipo de partidos que aspiran a gobernar su propio Estado capitalista, a quien juran lealtad (a modo de ejemplo mínimo, cabe recordar cómo la salida de la OTAN desapareció del programa de Podemos en 2015, cuando el “asalto” parlamentario a ese extraño “cielo” que es el gobierno del Estado español parecía próximo). Un partido de clases medias con tonos radicales, vaya. Este modelo, al que los Partidos Comunistas se sumaron tras la autoaniquilación que se fueron infligiendo progresivamente durante el siglo XX, no es más que una vía para la producción de diferentes patas izquierdas para los regímenes oligárquicos capitalistas. La lógica misma del frente amplio presupone abandonar los objetivos del socialismo y la conquista del poder político por parte de una nueva clase. ¿A cambio de qué? Pues ni siquiera de grandes reformas, claro, porque los capitalistas no son estúpidos y no entregan nada a quien no temen.

Los defensores de lo anterior siempre encuentran formas de justificarse: la revolución parece lejana, así que cabe ser pragmáticos, lo que significa integrarse en el orden político capitalista a la caza de alguna migaja. El razonamiento es curioso: la lejanía de la revolución justifica traicionarla, y abjurar de los principios en nombre de un falso realismo que no es más que una máscara de la renuncia. Se instaura así el día de la marmota reformista, donde las poses radicales en los periodos de oposición se complementan con la moderada impotencia al llegar al gobierno, a lo cual sigue el descalabro de una marca concreta… y vuelta a empezar, poniendo en marcha la maquinaria de falsas ilusiones listas para ser traicionadas.

IU, tan heredera y ejemplo de estos razonamientos como Podemos, está hoy al borde de una bancarrota que no es ya solo política, sino integral. Nacida desde la lógica del Frente amplio, hoy la matrioska en la que se encierra el PCE se juega su supervivencia encontrando una nueva capa que pueda darle cobijo electoral. Con un horizonte político reducido a aceptar lo que venga, una militancia envejecida y sin relevo generacional y un Podemos decidido a atrincherarse en las posiciones del reformismo radical que IU creyó propias, su futuro pinta realmente negro. A esto hay que añadirle un hecho material decisivo: la posición negociadora de IU es desesperada, porque tiene un importante aparato que mantener y sabe que por sí sola no podría aspirar a lograr representación parlamentaria. De ahí que sus órdagos –y súplicas– caigan mayormente en saco roto, y que esa tripulación esqueleto que es Sumar se haya permitido torearles ampliamente. Hoy Más Madrid, Compromís y compañía saben, a la hora de abordar una negociación, que IU simplemente no tiene las cartas.

La alternativa a todas estas miserias pasa por un partido comunista con un programa revolucionario, que deposite sus fuerzas en la militancia de masas, la formación política de las bases y la capacidad de movilización y lucha, frente a la despolitización de la clase promovida por los profesionales de la política. Su reconstrucción, en el seno de un capitalismo que se abisma hacia una nueva era de guerras y catástrofes, es quizás más urgente que nunca.