Así están las cosas con la socialdemocracia nacionalista: sobre derechismo e izquierdismo

Parece que a la socialdemocracia nacionalista vasca le crecen los enanos. Si no tenía suficiente con sus propias contradicciones, teniendo que explicar a sus adeptos que el mejor camino para la preservación de la nación vasca es su integración en el estatismo y nacionalismo español y aceptar la inercia capitalista que tiende a la disolución de la comunidad nacional, ahora sus hermanos y antiguos compañeros derechistas, con los que compartían un proyecto nacional, se revelan para demostrar que el nacionalismo no es democracia ni integración, sino que exclusión y expulsión en masa del proletariado (migrante). Lo que igualmente demuestra que, si la lucha de clases adquiere la forma de liberación nacional, eso es así solo porque al que se somete es al proletariado.

Prueba de ello son los discursos derechistas y fascistas que han proliferado en los últimos meses tanto en Euskal Herria como en el Estado español. En ellos se señala al proletariado migrante como peligro para la conservación de la identidad nacional y se identifican como lumpen a aquellos que se consideran desnacionalizados, con cero arraigo por la nación. Todos ellos dicen oponerse al modelo migratorio del neoliberalismo por ser útil al capital. Sin embargo, son incapaces de explicar cómo pueden hacer frente al movimiento que genera migraciones forzadas, si su marco de actuación es la nación. Y es que, como su punto de partida es eurocentrista y nacionalista, y profundamente racista, identifican la migración únicamente como problema generado en las naciones receptoras y no en las de partida. Que un migrante sea forzado a dejar su país no es problema; el problema empieza cuando llega a un país europeo. Así, la oposición al modelo migratorio del capital consiste en cerrar las fronteras en las sociedades receptoras; pero un migrante no sería migrante si no hubiera migrado ya, y no lo es por placer sino que por obligación, por lo que el cierre de fronteras es claramente una acción contra el migrante, y no contra la migración forzada, que ya ha sido realizada.

Tampoco explican cómo podría ayudar esa migración al capital de una nación con altas tasas de partida, si eso reduce la mano de obra disponible; acaso eso exigiría explicar en qué consiste el imperialismo y verse reflejados en el espejo, como defensores, precisamente, de la posición de la oligarquía imperialista europea.

Ahora bien, las grandes cabezas pensantes tras estos movimientos fascistas, ni cortas ni perezosas, se saltan todas las dificultades y argumentan que todo pertenece a una conspiración y a un plan de sustitución étnica, por lo que la migración por motivo de la miseria objetiva producida por el proceso de acumulación de capital en la periferia económica, que sirve como base de sustento del nivel de vida de clase media en los países europeos, es en realidad un plan diseñado en despachos, y los migrantes agentes voluntarios de quienes han diseñado esos planes -algunos les llaman colonos-, y no proletarios forzados a desplazarse. En una situación tal, oponerse al capital es cerrar las puertas a sus agentes, a los migrantes.

Ante esta situación de emergencia derechista y fascista, también evidente en el seno del nacionalismo vasco, su ala centrista, el partido reformista Sortu, responde como bien sabe o bien puede: mirando hacia el otro lado y centrando el tiro contra el fantasma del izquierdismo, supuestamente encarnado en el Movimiento Socialista. Toda una declaración de intenciones.

En su titánica lucha contra el fantasma del izquierdismo, mal primordial donde los haya, la socialdemocracia vasca ha publicado hasta la fecha, entre otros materiales, dos programas de un podcast dirigido por Alberto Matxain. En él, Matxain, montado en su caballo y espada en mano, se enfrenta a molinos de viento y a los monstruos creados por su imaginación. Argumenta, creyendo hacerlo según el punto de vista de Lenin, que el Movimiento Socialista es izquierdista porque quiere hacer la revolución socialista (en Europa), cuando, dice, la misma no es posible. Llama a ello “mezclar sueños con realidad”. Sin embargo, para lamento de Matxain, Lenin caracteriza el izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo que, sosteniéndose en la pureza ideológica, reniega de hacer todo lo posible para impulsar una revolución que es inminente. En cambio, los que se oponían a la revolución socialista argumentando su imposibilidad eran los derechistas, los revisionistas y los lacayos del capital. La gran hazaña de Matxain, nada desdeñable, consiste en que, identificando el izquierdismo con organizarse para impulsar la revolución, bajo el programa de la revolución socialista mundial y extendiendo su consigna, ha convertido a Lenin en un contrarrevolucionario.

Pero esta no sería más que una situación cómica, si no fuera por su gravedad. Azuzando un fantasma que en términos leninistas no existe ni puede existir, pues el izquierdismo es una posición política de coyuntura estrechamente relacionada con la crisis revolucionaria, la socialdemocracia oculta, sin embargo, una realidad que es palpable y extremadamente grave: la derechización de una parte de su base social, fundamentada en unos principios nacionalistas que comparte con la misma. Con ello hace caso omiso de su responsabilidad.

Ahora bien, para aquellos que no mezclan sueños con realidad, sino que convierten la realidad en un sueño, actuar así es perfectamente coherente. Y es que, así como el Movimiento Socialista demuestra en un sentido negativo el potencial colapso de las posiciones nacionalistas en relación directa con la tendencia histórica a una futura sociedad comunista y, por lo tanto, pone los cimientos de la superación del nacionalismo; así también el extremismo derechista y las posiciones fascistas en el nacionalismo son la prueba positiva y palpable de ese colapso en el seno de la sociedad existente, solo que actúan en el sentido de su conservación.  

En una situación crítica como esta, solo queda defender la propia trinchera y evitar que se hunda el barco del tesoro, para poder seguir haciendo podcasts y alguna que otra comidita con los compañeros de trabajo de esa profesión tan digna como es la del parlamentario. Eso significa que, en una situación de crisis capitalista, donde la pérdida de capacidades integradoras del capitalismo se traduce en la incapacidad nacionalista de presentarse como movimiento democrático, plural e integrador, la disyuntiva es aceptar la degeneración capitalista y nacionalista en movimientos fascistas y autoritarios, con su programa de guerra al migrante y a las capas más indefensas del proletariado, o la negación del nacionalismo en un sentido revolucionario, esto es, mediante la organización internacional del proletariado en partido comunista y la consigna en favor de la revolución socialista mundial.

Precisamente aquello a lo que Matxain y Sortu se oponen por ser izquierdista -y lo es desde su punto de vista centrista, pero no lo es en un sentido leninista- es el único dique de contención que puede hacer frente al derechismo y al fascismo, que es nacionalista y reaccionario. Con lo que, no contentos con permitir de manera indirecta que los movimientos extremistas de derecha se desarrollen, preservando la base nacionalista que sirve de fundamento a los mismos, la socialdemocracia se dispone, además, a actuar directamente en ese sentido, centrando sus fuerzas en combatir al Movimiento Socialista. Los hechos hablan por sí solos.