Sobre el derecho a migrar y a ser vasco

En los últimos tiempos, se ha reavivado un debate clásico en el nacionalismo vasco a cerca de la fórmula para determinar quién es vasco y quién no. No por casualidad, el debate ha adquirido mayor interés en la medida en que la cuestión de la migración ocupaba mayor protagonismo en la agenda política y en los medios de comunicación.

La cuestión gira en torno a si la fórmula “vasco es quien trabaja en Euskal Herria” es una interpretación incorrecta de las posturas históricas de la izquierda abertzale, y si estas posturas no implicaban e implican, además, un rasgo étnico-nacional. El debate se observa absurdo, pues la conclusión a la que llegan en conjunto todas las posiciones es la misma; a saber, que, junto con la condición de trabajar, se requiere la voluntad de ser vasco. Esa voluntad conlleva obligaciones; implica integrarse en la nación vasca, aceptando las condiciones que la definen. Sin embargo, ese añadido es una especie de redundancia autodestructiva. Y es que, si la fórmula citada establece unas condiciones objetivas de existencia nacional, que son las que determinan la nacionalidad de un individuo, la voluntad de pertenencia pretende subjetivizar la nacionalidad, haciendo lo propio con la nación y diluyéndola en impotentes relaciones voluntaristas. Así, en la medida en que el trabajo asalariado, capitalista, se presenta como el elemento indispensable para la integración social y nacional, la voluntad de pertenencia es un absurdo, pues esa voluntad no tiene nada que ver con lo que quiere o no quiere el individuo; la voluntad es simple expresión de unas relaciones sociales determinadas, objetivas. De tal manera que un individuo quiere ser vasco solo si se integra en la comunidad vasca, y eso significa subordinarse a la burguesía en la forma del trabajo asalariado.

La cuestión queda meridianamente clara tras la última entrevista realizada a Arnaldo Otegi en Euskadi Irratia. Cuando se le pregunta sobre la postura de su partido sobre la migración, Otegi advierte que es un tema central “en términos humanos” y que “no se puede despejar con los aires de frivolidad con los que se está hablando”. Acto seguido, sin embargo, se desprende del humanismo y en un giro cuasi-psicópata se pregunta: “¿Qué pasaría si mañana los migrantes que aportan al PIB de este país se fueran?  ¿Quién cuidaría de nuestros mayores? ¿Quién nos serviría los cafés en las terrazas? ¿Quién limpiaría nuestros montes?” Cuando la entrevistadora le saca los colores y le pregunta si no es esa una visión utilitarista, Otegi lo reconoce y añade que “son los valores neoliberales los que nos han llevado hasta aquí”. Se entiende, por tanto, que Otegi ha sucumbido con gusto a los valores neoliberales y al racismo, y reconoce al migrante solo en la medida en que hace los trabajos que no quieren los europeos y, por ende, es beneficioso para el capital, a pesar de que, en la jerga de Otegi, como en la de la burguesía y sus agentes, el capital aparezca bajo la forma de valores comunitarios o interés nacional.

Otegi aboga por una migración ordenada y reclama “competencias soberanas para poder aplicar políticas migratorias que hagan la acogida desde el punto de vista nacional vasco y desde el punto de vista de los derechos humanos”. A lo que añade que “vasco y vasca es todo aquel que viene a Euskal Herria, trabaja en Euskal Herria, vende su fuerza de trabajo en Euskal Herria y quiere ser vasco o vasca”.

Por si había alguna duda, aclara que una “política migratoria desde el punto de vista nacional vasco” requiere una “estrategia de carácter comunitario” que defina “qué papel juegan los ayuntamientos en la acogida, cómo se les acoge, en qué términos se les acoge, en qué condiciones y con qué derechos y con qué obligaciones”. Todo para “hacer esa acogida en términos ordenados”. Sin embargo, todos estos interrogantes ya los ha respondido él mismo. Y es que la condición de la acogida es que trabajen, y para trabajar, hay que hacerlo de una manera útil al capital. En este caso, aceptando trabajos que nadie quiere y con unas condiciones infrahumanas.

A pesar de que la socialdemocracia nacionalista vasca crea disponer de una definición de la nacionalidad novedosa y progresista, vemos que en nada se diferencia de la que maneja cualquier otra tendencia política del partido del capital, incluso la extrema derecha. Y es que el reconocimiento de la nacionalidad, que en una sociedad capitalista no es otra cosa que la aceptación de derechos y obligaciones a las personas en un territorio y sistema político determinado, queda supeditada al trabajo asalariado. El mecanismo de integración nacional es el trabajo asalariado; la voluntad del migrante de pertenecer a una nación es práctica, y consiste en subordinarse al trabajo asalariado, a la esclavitud moderna, pero con tintes de clásica, pues impone condiciones raciales a su acceso.

Lo sorprendente es que cuando clama por un gran pacto nacional en tema de migración en el que incluye al PNV, partido de la burguesía, Otegi no cortocircuite con aquello de que vasco es quien trabaja en Euskal Herria. En ese caso, estaría realizando un pacto nacional con un agente extraño y ajeno a la nación. Sin embargo, Otegi y su partido político no perciben la contradicción. Esto podría deberse al hecho de que Otegi reconozca a la burguesía un rol trabajador, digamos que productivo y necesario; o podría deberse, también, sin descartar la primera opción, a que el acceso a una determinada nacionalidad, a los derechos que esta conlleva, es una condición impuesta únicamente al proletariado, y en especial al proletariado migrante, valiendo la nación como elemento de exclusión y segregación de clase. Sea como fuere, la posición de Otegi es profundamente antiproletaria y burguesa.

Finalmente, en la entrevista introduce de manera contradictoria la cuestión del derecho a migrar. Si bien dice que migrar no es un derecho, sino que una situación forzada, contradiciendo así las declaraciones previamente hechas por miembros de su partido, sin embargo, la solución que ofrece Otegi se da en términos de derecho. Y es que la acogida y la nacionalidad quedan supeditadas a unas condiciones que no solo subjetivizan la nación, sino que, además, relativizan la migración, siendo condición determinante de la acogida la actitud individual del migrante para con la nación y, por lo tanto, reconociendo como migrante solo a aquel que expresa la voluntad de integrarse nacionalmente. Al contrario, el reconocimiento de la migración como imposición, como realidad objetiva, conlleva aceptar la acogida como la única respuesta anticapitalista posible. En ese sentido, el problema fundamental para los comunistas reside en sustituir al trabajo asalariado como mecanismo de integración nacional, que excluye al proletariado, para reivindicar, en su lugar, la clase social y la estrategia comunista.