El presidente de Madagascar, Andry Rajoelina, abandonó el país el domingo pasado, tras una serie de protestas masivas lideradas por la llamada Generación Z. Las primeras manifestaciones comenzaron el 25 de septiembre, motivadas por cortes de agua y luz, que posteriormente se extendieron a demandas más amplias contra la corrupción y la gestión negligente de los recursos públicos.

El líder de la oposición, un diplomático y una fuente militar confirmaron a Reuters la salida de Rajoelina, justo después de que una unidad élite del ejército, CAPSAT, desertara y se sumara a los manifestantes. El avión en que huyó era una aeronave militar francesa, de acuerdo con una fuente militar, en un operativo sospechoso de haber contado con la mediación directa presidente francés Emmanuel Macron.

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En un mensaje difundido en Facebook, Rajoelina explicó que buscaba un “lugar seguro para preservar su integridad física” y “evitar enfrentamientos dentro de las fuerzas armadas locales”. Sin embargo, rechazó renunciar a su cargo y afirmó que su misión “sigue siendo encontrar una solución a la crisis”, especialmente el problema del suministro eléctrico, prometiendo gestionar la recepción de grupos electrógenos para Madagascar.

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Los eventos alcanzaron su cénit cuando la unidad militar CAPSAT exigió la dimisión de Rajoelina y tomaron control territorial en la capital, nombrando un nuevo jefe del ejército. Una facción de la gendarmería paramilitar se sumó a la revuelta posteriormente. La tensión produjo incluso la destitución temporal del presidente del Senado, quien asumiría la presidencia en caso de vacancia, de acuerdo con la Constitución.

Desde el inicio de las protestas, al menos 22 personas han sido asesinadas en enfrentamientos con las fuerzas policiales. Madagascar, con una población de casi 26 millones de personas principalmente joven, una esperanza de vida media de 67 años y elevada pobreza, atraviesa una crisis económica cada vez más insostenible para la mayoría.

La salida de Rajoelina no ha calmado los ánimos y la incertidumbre sobre su regreso o la continuidad institucional persiste entre los locales. Mientras tanto, París y otros países esconden las manos: niegan intervención directa más allá de facilitar la evacuación del presidente. Analistas internacionales interpretan la caída de Rajoelina como otro golpe más a la relación neocolonial de la Françafrique en el continente.