Desde el 1 de octubre de 2024, el Estado de Israel ha llevado a cabo una ofensiva terrestre en el sur de Líbano, marcando la primera incursión significativa en casi dos décadas. Esta acción se produce tras un periodo de intensos bombardeos y enfrentamientos con la milicia chií Hezbollah. En varios poblados, las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) han arrasado viviendas, pero no han tomado ni una sola aldea. El Ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, ha descrito esta área como el “primer cinturón” de su ofensiva, en el que buscarían “debilitar la base social de Hezbollah” en la región.
Los informes indican que, a pesar de la superioridad aérea del Estado de Israel, la penetración terrestre en el Líbano ha sido muy limitada por ahora, con soldados avanzando solo unos pocos kilómetros. Además, en las primeras semanas de esta operación, y a pesar de haber sido “descabezada”, como aseguraban los israelíes, Hezbollah ha registrado más de 50 enfrentamientos armados con las IDF, en los que la organización asegura haber infligido “bajas significativas” al ejército ocupante. El uso de fósforo blanco y otros métodos controvertidos en los ataques israelíes ha suscitado condenas de organizaciones como Amnistía Internacional, que denuncian una estrategia de “tierra quemada” en la que la población civil está sufriendo gravemente.
Desde el inicio de la guerra, más de 3.000 libaneses han perdido la vida, la mayoría civiles, y las tensiones en la frontera continúan aumentando. Esta ofensiva es la cuarta incursión terrestre de los sionistas en Líbano desde 1978, y se desarrolla en un contexto marcado por una escalada de violencia que incluye ataques con cohetes de Hezbollah y represalias aéreas del Estado de Israel. La situación en el sur de Líbano sigue siendo crítica, con un alto número de desplazados y un ambiente de inseguridad que afecta a miles de civiles en la región.