La siderúrgica alemana Thyssenkrupp Steel Europe (TKSE) anunció a finales de noviembre la eliminación de 11.000 puestos de trabajo en Alemania, lo que representa aproximadamente el 40% de su plantilla total de 27.000 empleados. Los recortes, que incluyen el cierre de la planta de Kreuztal-Eichen y la reducción anticipada de operaciones en Bochum para 2027, se llevarán a cabo en dos fases: 5.000 despidos directos para 2030 y otros 6.000 mediante ventas de activos o escisiones. La empresa justificó estas medidas como “urgentes” para “mejorar la productividad y reducir costos operativos”.
TKSE, principal productor de acero en Alemania, enfrenta múltiples desafíos: una caída en la demanda de acero debido a la transición de la industria automotriz hacia vehículos eléctricos, competencia de importaciones más baratas desde Asia y presiones gubernamentales para reducir las emisiones. El gobierno de Olaf Scholz ha apostado por convertir a Thyssenkrupp en un referente del llamado “acero verde” mediante plantas impulsadas por hidrógeno, como las proyectadas en Duisburg, aunque persisten dudas sobre la viabilidad económica de estas iniciativas, incluso con millonarias ayudas públicas.
Mientras tanto, los sindicatos alemanes, liderados por IG Metall, han prometido una resistencia enérgica contra los cierres. Helmut Renk, presidente del comité de empresa en Kreuztal-Eichen, denunció la situación como “una traición a décadas de esfuerzo de los trabajadores”. Expertos como Gerhard Bosch, de la Universidad de Duisburg-Essen, advierten en la cadena DW que cada empleo en la industria siderúrgica sostiene, al menos, otro puesto en la cadena de suministro, lo que amenaza con golpear duramente a regiones como el Ruhr, históricamente combativas y dependientes del carbón.