Informes del Instituto Watson revelan que 30,177 veteranos y personal en activo de las guerras posteriores al 11S han muerto por suicidio, más de cuatro veces el número de fallecidos en combate, que asciendió a 7.057 para el año 2021. Esta cifra representa un cambio significativo, ya que históricamente las tasas de suicidio entre el personal militar eran más bajas que las de la población general. Actualmente, tanto los veteranos como los militares en servicio activo experimentan tasas de suicidio que superan a las de los civiles.
Diversos factores contribuyen a estas estadísticas. Los riesgos inherentes de la guerra—como la alta exposición al trauma y al estrés—se ven agravados por la cultura militar, el entrenamiento riguroso, el fácil acceso a armas de fuego y las dificultades para reintegrarse a la vida civil. En la era post-11S, la exposición a dispositivos explosivos improvisados (IEDs) y el aumento de lesiones cerebrales traumáticas (TBI) han intensificado el problema. Los avances médicos permiten que los militares sobrevivan a traumas físicos severos y regresen a múltiples despliegues, incrementando así su exposición al estrés de combate.
Paralelamente al costo humano, existe una creciente carga financiera para cuidar a estos veteranos. El Instituto Watson proyecta que los costos de atención para los veteranos de las guerras post-11S alcanzarán entre $2,2 y $2,5 billones para el año 2050, la mayor parte aún sin financiar. Este monto representa el mayor costo a largo plazo de las guerras en Afganistán e Irak, extendiéndose décadas más allá del fin de los conflictos activos.