La década comprendida entre 2010 y 2020 fue la más convulsa en términos de protesta social desde los años 60, según documenta el periodista Vincent Bevins en su último libro, Si ardemos (Capitán Swing).
En ese período, millones de personas tomaron las calles en más de una veintena de países —de Túnez a Chile, de Ucrania a Estados Unidos— protagonizando movilizaciones que, en muchos casos, se anunciaron como embriones de profundas transformaciones políticas.
Sin embargo, según recuerda Bevins en declaraciones realizadas en una entrevista al diario El Mundo, “nunca en la Historia de la humanidad había protestado un número tan grande de personas” sin que ello se tradujera en cambios políticos duraderos.
Bevins, ex corresponsal en Brasil para Financial Times y colaborador de The Washington Post y Los Angeles Times, ha entrevistado a decenas de organizadores y testigos clave de esas revueltas. “En el 50% de los casos que he investigado, los organizadores de las protestas me respondieron que éstas habían fracasado o se habían dado la vuelta ideológicamente”, señala.
El libro examina cómo algunas de estas movilizaciones, como las de Brasil en 2013 o las del Maidan en Ucrania, no solo no lograron sus objetivos postulados inicialmente, sino que terminaron abriendo el camino a gobiernos o movimientos conservadores o de ultraderecha.
Entre las razones que explican estos desenlaces, Bevins destaca la falta de dirección política y de estructuras organizativas: “Hace falta una forma de representación. A medida que las protestas crecían en escala, no eran capaces de tener una representación clara ni ante la sociedad, ni ante las élites dirigentes, ni ante los Gobiernos”, afirma.
En su análisis, recoge también la advertencia de algunos activistas: “sin un programa claro y sin líderes visibles, la energía social acumulada puede ser absorbida o neutralizada por fuerzas contrarias a su impulso original”.