"Fuimos los primeros. Reino Unido, Canadá y Australia no serán los últimos. Juntos, por la implementación de dos Estados en los que israelíes y palestinos puedan convivir en paz", afirmó recientemente el presidente español Pedro Sánchez en la red social X, celebrando la ola de "reconocimientos internacionales" hacia Palestina tras décadas de ocupación israelí.

Sin embargo, esta afirmación es falsa, ya que hace 37 años, pocos días después de que la Organización para la Liberación de Palestina proclamara la independencia del Estado Palestino el 15 de noviembre de 1988, la Unión Soviética (URSS), la República Democrática Alemana (RDA) y Cuba, entre otros países del bloque socialista, fueron algunas de las primeras potencias en reconocer formalmente a Palestina como Estado.

Cuba reconoció a Palestina el 16 de noviembre, la RDA el 18 de noviembre, y la URSS se sumó el 19 de noviembre, reflejando el compromiso de los países del bloque socialista con la causa palestina y la descolonización. En cuestión de semanas, más de 78 estados, principalmente del bloque socialista, Asia y África, otorgaron su reconocimiento a Palestina, en un acto político con efecto diplomático real, acompañado con apoyo político y material a la resistencia palestina.

En contraste, los reconocimientos actuales que lideran países como Reino Unido, Canadá, Australia y varios más, llegan tras décadas de política de hechos consumados en la colonización de Cisjordania, un proceso ignorado por las potencias occidentales hasta el 7 de octubre de 2023. Por tanto, la realidad actual es que no queda territorio no-ocupado por la entidad sionista por reconocer. Los hechos sobre el terreno siguen dominados por un control israelí firme sobre toda la Palestina histórica, y la llamada "comunidad internacional" oscila entre peticiones vacías de "soluciones justas" y el apoyo explícito al genocidio.

Mientras el reconocimiento de los países socialistas fue un gesto inmediato, ligado a una política clara y comprometida, hoy esta respuesta tardía muestra más el interés de las potencias occidentales por lavar su imagen y su complicidad con el genocidio más televisado de la historia, pese a la retórica diplomática y la multiplicación de declaraciones.