El imperialismo ante el espejo: sobre buitres, ocupaciones y secuestros
Tres hechos marcan hoy la actualidad de la cuestión palestina. El primero es el plan para el futuro de Gaza que Trump ha fabricado con el apoyo de Netanyahu y los principales Estados árabes y musulmanes, al que las potencias del mundo han corrido a sumarse. El segundo es el criminal secuestro de la Flotilla de solidaridad por parte de Israel. El tercero es la continuidad de una ofensiva militar genocida que en el día de ayer volvió a segar decenas de vidas palestinas.
Antes de abordar estos puntos, conviene dar un paso atrás: el término “conflicto palestino-israelí” y todas sus declinaciones no son más que etiquetas para un conflicto generado por el sionismo y sus aliados, un proyecto que lleva en su ADN la ocupación completa de Palestina, y que no tiene solución posible que no pase por la destrucción del propio sionismo: el aparato burocrático-militar del Estado de Israel, su orden constitucional, sus asentamientos coloniales y su credo supremacista. El sionismo es comparable, como observaba acertadamente un militante palestino, a un incendio en tu propia casa: o logras apagarlo o la destruirá. No hay término medio.
De ahí que las “solución de dos Estados” sea y haya sido siempre una farsa –una a la que ciertos partidos comunistas siguen adhiriéndose vergonzosamente, y que debería ser abandonada de una vez por todas a la luz de la abrumadora evidencia de lo que la entidad sionista es, fue y será. Ahora bien: la nueva “solución” propugnada por Trump no posee siquiera la sutileza hipócrita del reconocimiento a un Estado palestino desmilitarizado y permanentemente abierto a la invasión final israelí. Su plan es el plan de los buitres, que corren a alimentarse de la destrucción de la Franja y el asesinato de decenas de miles de sus habitantes. Consiste pura y simplemente en la conversión de Gaza en una colonia sometida al imperialismo occidental, administrada por fuerzas palestinas cipayas y presta a su ocupación definitiva por unas fuerzas armadas israelíes que seguirían controlando sus fronteras y espacio aéreo. El rol que este plan reserva a los millones de desposeídos que hoy componen el pueblo gazatí es el de una fuerza laboral sumisa y desarmada, aplastada políticamente y explotada económicamente por el caudal de capitales internacionales que pronto comenzaría a edificar ese resort costero con el que Trump ya empezó a fantasear hace largos meses. Una Riviera Maya sobre las ruinas del gueto de Varsovia, construida por la propia población exterminada hasta que su verdugo decida apropiársela de una vez por todas. Ese es el plan al que se han sumado las corruptas burguesías árabes y los gobernantes europeos; el plan que ha recibido una aprobación prácticamente unánime entre los principales Estados del planeta, y que tiene como propósito añadido poner fin al cerco que la presión de masas comenzaba a situar sobre Israel.
En su brutal sinceridad imperialista, la propuesta de Trump destroza la cuidada hipocresía occidental, destruye el juego de sombras de la “solidaridad con Palestina” de las fuerzas burguesas “progresistas” y pone al mundo capitalista frente al espejo. Lo que el espejo devuelve es la imagen de la barbarie. Muestra a las claras, sin máscaras ni adornos, que la “solidaridad” burguesa con Palestina está subordinada por el apoyo cerrado a un orden imperialista que tiene en Israel su punta de lanza, y no es por lo tanto solidaridad de ninguna clase, sino un gesto superficial y precario cuyo principal objetivo es lavar la propia cara y quizás de paso la propia conciencia. El “gobierno progresista” español, que tanto ha hecho por embellecer su propia imagen sosteniendo una bandera palestina, se muestra así como lo que es: una fuerza imperialista más, cómplice en el fondo del sionismo genocida.
Pero también hay claridad en esta farsa grotesca. El movimiento de solidaridad de masas que está emergiendo tiene ante sus ojos la verdad terrible de la que muchos quizás querrían evadirse: la lucha por Palestina es la lucha contra el imperialismo, la lucha contra nuestros propios Estados, la lucha contra un orden político capitalista que pervive a través de la opresión, la explotación y el exterminio. No hay solidaridad consecuente que no requiera de un antagonismo consciente con ese orden. Hace casi 200 años, los trabajadores del mundo comenzaron a ver esto con claridad. El resultado fue la creación de la Primera Internacional, y la conciencia de que los trabajadores nada tenían que ganar sin un partido y una política internacional propia.
Un escenario así se plantea lejano, claro está. Pero en el aquí y ahora el movimiento de solidaridad con Palestina se enfrenta a una encrucijada: o aceptar la derrota y la lenta disolución o enfrentarse consecuentemente a los designios de las potencias mundiales. Toca a los comunistas alimentar esta opción, delimitando programáticamente los campos enfrentados, empujando el movimiento de masas y exponiendo cómo la solidaridad genuina requiere de una alternativa política a todas las fuerzas imperialistas. Y con esto llegamos al secuestro de la Flotilla.
La Flotilla merece respeto no por el historial político de muchos de sus integrantes, sino por su inteligencia táctica y la valentía que requiere enfrentarse voluntariamente a la criminal arbitrariedad israelí, que en 2010 asesinó a 9 tripulantes de una empresa similar. Una valentía, por cierto, de la que poco o nada saben las ratas derechistas que llevan semanas mofándose de ella, y que aun así palidece al lado de la de los palestinos que siguen resistiendo al invasor. Y puede que las diferencias de valor entre las vidas de activistas europeos y palestinos de a pie nos repugne éticamente, pero es un hecho consumado que nuestro mero rechazo moral no va a erradicar. La lucidez de la Flotilla reside precisamente en utilizarlo en favor de la causa palestina.
Al poner de nuevo a Occidente frente al espejo de su complicidad y mostrar una vez más la sinrazón del sionismo, el secuestro de la Flotilla será una chispa extra en un campo que ya parece estar empezando a arder. Ahí reside su importancia, que ahora toca acompañar y convertir en hechos, transformando la protesta contra los arrestos en una impugnación general del régimen israelí. Porque mientras tanto, bajo la fanfarria de las “soluciones” de Trump y Netanyahu, el genocidio sigue su curso, y el hambre y la muerte siguen siendo el signo bajo el que viven los gazatíes.
Gaza es hoy la síntesis brutal del imperialismo, el punto donde un pueblo absolutamente desposeído se enfrenta a la maquinaria sangrienta del capitalismo internacional. Toca profundizar en la lucha, multiplicar las movilizaciones, las acciones y las huelgas, y toca poder seguir orientando nuestros esfuerzos en la construcción de una alternativa integral a este orden de barbarie. Porque Gaza es también un índice de lo que de un modo u otro espera a buena parte de la humanidad en esta nueva era de guerras y catástrofes. Sin una política propia, separada de todos los que apuntalan este régimen temible y declinante, solo quedaría acabar arrastrados por la corriente.