Los líderes del G20 se reúnen en Río de Janeiro esta semana, enfrentando divisiones sobre temas cruciales como los conflictos en Ucrania y Oriente Medio, propuestas de impuestos globales a los superricos y la transición energética. La cumbre, organizada en el Museo de Arte Moderno y custodiada por 20.000 efectivos, reúne a representantes de 55 países, aunque sin la presencia del presidente ruso Vladimir Putin, quien ha delegado su representación en el canciller Serguéi Lavrov. Las tensiones geopolíticas y las relaciones de Brasil con los BRICS, liderados por Rusia y China, complican el consenso sobre estos temas.
Brasil ha orientado la cumbre en torno a “eliminar el hambre”, “reformar organismos internacionales” y “financiar la transición energética en los países en desarrollo”. La Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, lanzada por el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, buscaría “acelerar el combate contra la creciente desigualdad”, aunque el impuesto a los superricos enfrenta una fuerte resistencia de países como EEUU y Alemania. Además, Brasil presiona para que “las naciones desarrolladas” financien las políticas de preservación ambiental de los países emergentes, que demandan “una transición energética justa”.
La cumbre también se desarrolla bajo la incertidumbre de cómo los nuevos líderes de Argentina, Javier Milei, y de Estados Unidos, Donald Trump, podrían influir en futuras políticas. Ambos han manifestado oposición a la famosa Agenda 2030 de la ONU, lo que ya ha llevado a Argentina a abstenerse de firmar acuerdos sobre “empoderamiento femenino” y “sostenibilidad”. La diplomacia no será fácil con posturas aparentemente tan encontradas.