El acuerdo de alto el fuego entre el Estado de Israel y Hezbollah, anunciado este martes, ha sido recibido como un alivio para la población libanesa, que ha sufrido los bombardeos israelíes durante meses. Sin embargo, el pacto, que en teoría busca “evitar que Líbano se convierta en una nueva Gaza”, deja varias preguntas en el aire que podrían poner en riesgo la estabilidad a largo plazo. La principal preocupación es la carta de garantías que ofrece Estados Unidos al Estado Israel, otorgándole “el derecho de bombardear Líbano” en caso de que considere que Hezbollah está incumpliendo el acuerdo. Esta cláusula podría dar pie a más hostilidades y pone en duda la efectividad de la resolución 1701 de la ONU, que prohíbe expresamente este tipo de ataques “preventivos”.
A pesar del alivio temporal, el acuerdo depende también de Hezbollah, que aún tiene a su disposición un arsenal significativo. La organización chií, que tiene un fuerte apoyo social en el sur de Líbano, asegura que se dedicará a ayudar en la reconstrucción del país, aunque el temor de los sionistas de que se reorganice en la región del río Litani podría alimentar más tensiones. Expertos en Oriente Medio han subrayado reiteradas veces que cualquier acuerdo en el Líbano carece de sentido sin la participación activa de Hezbollah.
Además, la reconstrucción de Líbano, devastado por los bombardeos israelíes, plantea otro desafío significativo. Con más de 100.000 viviendas dañadas y una economía arrasada, la situación económica en el país árabe se ha deteriorado gravemente, con una bajada del PIB del 6,6% este año y una pérdida de 8.500 millones de dólares por los daños causados por los ataques israelíes. En medio de este panorama, las negociaciones sobre la delimitación de fronteras y la reconstrucción del país parecen quedar en segundo plano, lo que genera temores de que el foco internacional se desvíe y dejen a Líbano atrapado en un ciclo de crisis permanente sin solución a la vista.