Hace apenas mes y medio, la gran movilización por la vivienda en Madrid llenaba los telediarios y los tertulianos y opinólogos decían palabras como “Euríbor” y “espacios tensionados”. Apenas una semana después, lo que copaba los titulares era el escándalo Errejón, ese sumidero de la izquierda reformista. En solo unos días, cuando los tertulianos ya se habían acostumbrado a hablar de las contradicciones entre las personas y los personajes, Cristina Fallarás anunciaba libro y los periodistas perseguían a Elisa Mouliáa, la DANA de Valencia vino a sepultarlo todo en una trágica oleada de barro, incompetencia y crueldad sistémica. Poco después, mientras los reporteros y los buitres se bregaban en el lodo, Iker Jiménez demostraba que de tanto buscar al chupacabras acabó buscándolo en Mein Kampf y los platós incorporaban a su vocabulario términos como “AEMET”, Trump volvió a hacerse con la presidencia de los Estados Unidos. En paralelo, Israel continuaba con su política genocida en el Líbano y Gaza, los despidos de Volkswagen anunciaban con estrépito la crisis del modelo industrial alemán, grupúsculos fascistas ladraban en Ferraz y la guerra de Ucrania entraba en un periodo de dramática incertidumbre.
La actualidad parece ir más rápido de lo que cualquiera de nosotros es capaz de asumir. Nos devora y confunde, lanzándonos a una espiral frenética en la que siempre parecemos llegar tarde y donde cuesta encontrar cualquier tipo de claridad.
En principio, los militantes comunistas tenemos ciertas ventajas en esta tarea. Al menos, desde luego, si se nos compara con las hordas de tertulianos y portavoces parlamentarios de la izquierda institucional, obligados a enmarcarlo todo dentro de su juego de intereses mezquinos y sus desastrosos marcos teóricos, que se mueven entre el pensamiento mágico, el pavor sobreactuado y la cruda apología de lo existente. Nosotros, por el contrario, contamos con el respaldo de la teoría marxista, que nos permite analizar los hechos particulares dentro de un marco general coherente –la totalidad capitalista en la que se enmarcan–, y posicionarnos en consecuencia.
Esta, sin embargo, es una tarea titánica. Porque el reverso político de saber ubicar cada suceso dentro de la totalidad que lo produce es saber enmarcar cada una de nuestras repuestas en un proyecto capaz de confrontar esa totalidad. Esta misión no entiende de atajos: el inmediatismo puede resultar cegador, condenándonos al seguidismo de todo aquello que vaya surgiendo, y distrayéndonos con ello de los medios necesarios para llevar a cabo nuestros objetivos. Existe, de hecho, toda una ideología de la urgencia, funcional al reformismo, para la que lo urgente siempre contradice lo necesario.
Lo cierto es que solo podremos dar respuesta a todos los desafíos de nuestro tiempo si nos dotamos de las herramientas necesarias para ello. A día de hoy esas herramientas no existen, y nos jugamos todo en construirlas. Sin ellas no dejaremos de ser un juguete en manos de otros, condenándonos a ser eternamente incapaces de dar una respuesta real. Una derrota autoinfligida que nos ataría a la protesta interminable y el activismo irreflexivo.
Debemos responder a la coyuntura, claro está. Pero debemos hacerlo dentro de un marco de construcción política. Por catastrófica que sea la situación, solo si nuestra respuesta a estas catástrofes es parte de un proyecto de construcción de una gran fuerza revolucionaria estaremos dotándonos de los medios capaces de eliminar la raíz misma de la barbarie. Por grave que sea la crisis política que llegue: ¿qué vas a hacer si no cuentas con un gran partido revolucionario? El día que intenten mandarnos a una guerra, o que la próxima recesión arrample con esta frágil paz social subvencionada: ¿alguien querría que las únicas fuerzas con alcance de masas fueran Podemos, Sumar o el próximo chiringuito de la misma naturaleza?
A día de hoy, el desarrollo de este proceso pasa por la construcción de una gran fuerza de oposición política, enfrentada tanto al Estado capitalista como a su sistema de partidos leales. Una fuerza para la lucha de clases, comprometida con emancipar a la humanidad del yugo de una sociedad capitalista que nos empuja a la miseria, la guerra y la catástrofe climática con la inevitable connivencia de todas las fuerzas capitalistas, de izquierda y derecha.
Esta es la vía para convertir la impotencia presente, aquella que sentimos ante las masacres impunes en Gaza o la criminal indiferencia de políticos y empresarios frente al peligro de la DANA, en potencia futura: construir una fuerza capaz de presentar una alternativa integral al orden político capitalista. De lo contrario estaremos atados a una lucha fragmentaria y quizás heroica, pero en última instancia impotente. Por ello la Coordinadora Juvenil Socialista se manifiesta en Madrid el 14-D: para poner sobre la mesa la necesidad de una alternativa política revolucionaria. Porque sabemos que solo podemos confrontar lo urgente abordando lo necesario.