Rusia ha comenzado a reducir su presencia militar en el norte de Siria, retirando tropas de primera línea y trasladando parte de su equipo pesado a otros destinos, como Libia. No obstante, el Kremlin ha asegurado que no tiene intención de abandonar sus bases estratégicas de Hmeimim (aérea) y Tartous (naval), puntos clave para su proyección de poder en el Mediterráneo. Esta maniobra, confirmada por imágenes satelitales y vuelos recientes de transporte de personal y material, refleja un cambio táctico más que una retirada definitiva.
La caída de la República Árabe Siria ha abierto un nuevo capítulo en el país, con un reacomodo de fuerzas y un giro inesperado en las alianzas. Moscú ha iniciado conversaciones con el nuevo liderazgo sirio, incluyendo la organización salafista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), un grupo históricamente vinculado a Al Qaeda y designado como terrorista por Rusia, Estados Unidos y Reino Unido. Estas negociaciones, aunque “pragmáticas”, evidencian cierta pérdida de control que Moscú ejercía con Al Assad. En paralelo, potencias occidentales como EEUU, Reino Unido y el Estado francés también han reconocido contactos con HTS, consolidando su influencia en un escenario volátil y fragmentado.
La base naval de Tartus, que garantiza el acceso ruso al Mediterráneo, y el enclave aéreo de Hmeimim siguen siendo los pilares del interés estratégico de Moscú en Siria. Sin embargo, la retirada parcial y la reubicación de recursos sugieren que Rusia está adaptando su estrategia militar a las nuevas dinámicas geopolíticas de la región. Mientras tanto, la creciente presencia de actores como Turquía, Irán y el Estado de Israel, junto con los movimientos de las potencias occidentales, amenaza con convertir a Siria en un tablero aún más complejo, donde intereses extranjeros continúan determinando la vida local.