Un perro de presa desatado

Israel parece empeñado en demostrar a diario que el horror del que es capaz no conoce límites. El último episodio de esta sangrienta serie es su continuado bloqueo a la ayuda humanitaria de la que depende a existencia de los gazatíes. Los pocos puntos de entrega que quedan se han convertido en un campo de tiro donde las IDF y os mercenarios estadounidenses asesinan diariamente a decenas de palestinos con la connivencia de la “Fundación Humanitaria de Gaza”, una tapadera del genocidio que incluso está estudiando la posibilidad de construir auténticos campos de concentración en los que recluir a los supervivientes palestinos.

El gobierno de Netanyahu atraviesa una crisis política de largo recorrido. A las polémicas reformas judiciales autoritarias le suceden escándalos de corrupción, así como los enfrentamientos contra las corrientes sionistas religiosas acerca del reclutamiento de los judíos ultraortodoxos. La salida de la coalición de gobierno de Judaísmo Unido de la Torah deja al Likud en una situación de peligro.

Estos ingredientes sirven para que Israel recrudezca su ofensiva. El perro de presa del imperialismo occidental está cada vez más desatado. Netanyahu ha encontrado en el belicismo desaforado una vía de escape para eludir un día más su crisis interna. Dos pájaros de un tiro, subvencionados todos ellos por unos EE.UU. sin los cuales Israel no sería militarmente operativo durante más de una semana: exorcizar sus dilemas peculiares distrayendo la atención del país hacia el esfuerzo bélico y consumar algunos de los viejos objetivos estratégicos del sionismo.

Así, el ente sionista afila sus cuchillos para el próximo choque con Irán tras el esperable fracaso de un pacto nuclear con las potencias occidentales. En el Líbano, tras bombardear indiscriminadamente las principales ciudades —Beirut incluida—, tras ocupar militarmente el sur del país y mutilar y eliminar a gran parte del liderazgo y militancia de Hezbollah el ente sionista incumple sistemáticamente el alto el fuego manteniendo su presencia en los territorios ocupados y continuando con los bombardeos contra grandes núcleos poblacionales.

En Siria, Israel ha aprovechado la caída del carcomido gobierno de Al Assad a manos de fuerzas yihadistas para acabar con la práctica totalidad de la fuerza aérea y naval del gobierno sirio en lo que ha sido la mayor operación aérea de su historia. A su vez, aprovechando el caos reinante, ha comenzado una invasión terrestre de Siria más allá de los Altos del Golán, extendiéndose por la provincia de Quneytra. Ahora, las matanzas sectarias entre drusos, beduínos suníes y fuerzas del gobierno yihadista —que ya han dejado más de mil muertos en una semana— le han servido de excusa para erigirse como protector de la minoría drusa para justificar su política de ocupación y desestabilización regional, en lo que constituye un paso más hacia ese “Gran Israel” que alimenta los delirios coloniales del sionismo. En nombre de los drusos han bombardeado hace escasos días el Ministerio de Defensa y el Palacio Presidencial sirio en Damasco. El centralismo de corte salafista del gobierno de HTS ha puesto en evidencia su incapacidad ante una situación que recuerda cada vez más a Libia: un estado central impotente e incapaz de establecer su monopolio de la violencia y un sinfín de señores de la guerra con intereses paralelos al mismo. Recuérdese como lección: las intervenciones del imperialismo en declive son incapaces de producir gobiernos funcionales. No dejan a su paso más que caos, destrucción y barbarie indiscriminada; generando escenarios que recuerdan al estado de naturaleza hobbesiano, donde la vida es “desapacible, brutal y breve”.

Como por desgracia sabemos, a todo aquel que ose denunciar los crímenes de Israel le espera una buena dosis de represión; dosis que parece aumentar proporcionalmente con la magnitud de los crímenes del ente sionista y el rechazo internacional que generan. En la Knéset, el diputado Ofer Cassif del partido Hasash ha sido vetado por denunciar la política genocida de su propio estado, y los gobiernos occidentales han seguido esta estela, sin importar el signo y color del gobierno de turno. En Inglaterra, el gobierno laborista de Keir Starmer ilegaliza al colectivo Palestine Action, calificándolos de “terroristas” y acometiendo el arresto de más de 100 personas en la última movilización a favor del colectivo. En el Estado español, el comercio con Israel no se detiene, más aún con las nuevas políticas de rearme. La represión también se ha recrudecido: dos militantes de OJS han tenido que declarar en juicio acusados de “antisemitismo” por protestar contra la tertuliana sionista Pilar Rahola, un miembro de Indar Gorri ha sido condenado y multado con 60.000 euros por un “delito de odio” consistente en denunciar a un jugador que aplaudía la barbarie sionista contra Gaza, en Compostela 9 personas están a la espera de un juicio donde se les piden años de cárcel por protestar pacíficamente en un Burger King, y en Sevilla piden dos años de prisión a un joven militante de CJS por participar en la ocupación del rectorado que acompañó las acampadas propalestinas.

La oscuridad de los tiempos que vivimos no puede ser una excusa para el desconsuelo, sino un acicate para redoblar los esfuerzos en una lucha antiimperialista que es, ayer como hoy, un elemento irrenunciable del camino hacia una sociedad emancipada. En este contexto, la solidaridad internacionalista debe tomar la forma de la más firme denuncia de los crímenes del bloque del que formamos parte: aquel que incluye a la OTAN e Israel. Ahora bien: para que esta lucha antiimperialista tome su forma más acabada, la construcción de una organización internacional es indispensable, una organización que ningún estado nacional burgués representa ni puede representar.