El avión que transportaba a Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, sufrió una supuesta interferencia en el sistema GPS mientras se preparaba para aterrizar en el aeropuerto de Plovdiv (Bulgaria) el domingo 31 de agosto. Fuentes comunitarias afirman que "el piloto tuvo que recurrir a mapas de papel para completar la maniobra de manera segura".

Aparentemente, las autoridades búlgaras consideran que esta interferencia habría sido llevada a cabo “de forma flagrante” por Rusia, lo que sirvió de contexto para una condena inmediata por parte de la Unión Europea y un anuncio para "reforzar las capacidades defensivas y el apoyo a Ucrania". Durante la visita al país, el coche oficial de la presidenta de la Comisión Europea fue rodeado por varios seguidores del partido búlgaro de extrema derecha Renacimiento, que la recibieron al grito de "nazi".

Desde Moscú han rechazado cualquier implicación en el incidente aéreo y han cuestionado la versión europea, señalando que tales acusaciones carecen de pruebas concluyentes. Rusia argumenta que las interferencias de GPS representan "una respuesta legítima y necesaria para proteger sus propias instalaciones militares y comunicaciones ante posibles amenazas externas", dado que se encuentra en guerra con su vecina Ucrania. Además, el Kremlin aduce que las alegaciones podrían formar parte de una narrativa destinada a justificar medidas políticas y militares en su contra, dentro del contexto de la creciente tensión entre ambos bloques.

El episodio se enmarca en un aumento de interferencias GPS registradas en Europa del Este y la región del Báltico, atribuidas por varios países occidentales a la tecnología militar rusa empleada desde hace décadas, aunque Moscú sostiene que las acciones buscan garantizar su seguridad ante la expansión militar de la OTAN hacia el Este del continente.

La situación evidencia un escenario de guerra electrónica y rivalidades geopolíticas que afectan no solo a zonas de conflicto, sino también a la aviación comercial y civil.