Antes de que los cadáveres sean desenterrados de los escombros de Gaza, antes de que la sangre deje de teñir el suelo y los desplazados hayan podido huir con poco más que lo puesto, los sionistas ya están repartiendo los beneficios económicos del gran resort turístico que podría generar esa “Nueva Riviera” de Trump: “ahora que la hemos destruido, veamos cómo la repartimos”. No se esfuerzan en ocultarlo, como tampoco ocultan su voluntad deliberada de asesinar a decenas de miles de niños por el simple hecho de ser palestinos, reducidos a hijos de terroristas o futuros terroristas. Cada niño, cada bebé en Gaza es un enemigo.

Netanyahu se quejaba de que le habían “ganado el algoritmo”, en referencia a los millones de visualizaciones que acumulan los videos de bebés que mueren por los cortes de luz, las imágenes de torturas en cárceles israelíes o las últimas palabras de periodistas palestinos asesinados. Para contrarrestarlo, parece ser según multitud de denuncias, que las grandes empresas de redes sociales han impuesto un shadow ban a todo lo que hable de Gaza: decir “genocidio” o “Palestina” vuelve el contenido mucho menos visible.

Pero ni siquiera eso puede ocultar la magnitud de las movilizaciones que se han desarrollado en todo el mundo: las acampadas que comenzaron en universidades estadounidenses y se extendieron a decenas de países, las protestas multitudinarias en Bolonia o Túnez, las huelgas estudiantiles, las flotillas o, la más reciente en nuestro territorio, la paralización de la Vuelta en Madrid tras semanas de protestas en todo el Estado. Esta acción ha servido para visibilizar la amplitud del rechazo al sionismo por una mayoría social, pero también para mostrar las posturas de los grandes partidos ante el sionismo y el genocidio a la población palestina.

Por un lado, la hipocresía repugnante del PSOE, que el domingo celebraba las protestas mientras su policía acumula ya decenas de detenciones y el Ministerio de Marlaska empieza a imponer sanciones a otras 17 personas. Al mismo tiempo, olvidan que las protestas también se dirigen contra un gobierno imperialista que sigue negándose a una ruptura total de relaciones con Israel, y que en apenas dos años ha firmado 46 contratos militares con el sionismo genocida.

Por el otro, un Partido Popular radicalizado ha decidido envolverse sin reparos en una bandera manchada con la sangre de miles de palestinos.

Ahí tenemos a la estridente Ayuso llamando “antisemitas” a todos los que cuestionan al régimen terrorista de Israel y vemos como, sin ningún pudor, comparan cuatro vallas en el suelo en la paralización de la Vuelta con los hechos de Múnich del 72 o Sarajevo en guerra. Sus declaraciones delirantes han acompañado a la entrega de medallas de oro a la organización de la Vuelta Ciclista, o a la prohibición de banderas palestinas en colegios e institutos.

La defensa a ultranza del sionismo por parte de Ayuso (incluso llegando a contradecir las pautas de Feijóo) se explica, en parte, por las conexiones entre el PP madrileño y empresarios como David Hatchwell. Este autodenominado “mentor” de la presidenta madrileña es cofundador de ACOM (el mayor lobby sionista del Estado español, que intentó denunciar en la Audiencia Nacional a los manifestantes de la Vuelta y que se dedica casi en exclusiva a criminalizar y perseguir la solidaridad con el pueblo palestino), de la asociación Azut (financiada con dos millones de euros por los gobiernos de Madrid, Murcia y Andalucía), y también dueño de la empresa tecnológica que facilitó el uso del software espía Pegasus y responsable de los servicios de intervención de comunicaciones de la Ertzaintza.

La actitud del PP también confirma la naturaleza de una derecha que siempre se subió al carro del fascismo cuando le fue necesario. Su supuesto antisemitismo es tan falso como histriónico, como demuestra su oposición sistemática a cualquier denuncia de los horrores del franquismo colaborador con el nazismo, algo que ha vuelto a quedar claro con la polémica sobre la memoria en la Casa de Correos (sede de la DGS y donde Ayuso se niega a poner una mísera placa de recuerdo a los centenares de militantes torturados en sus sótanos).

Mientras tanto, otros diputados del PP balbucean sandeces sobre la necesidad de que sea un tribunal quien dictamine si el asesinato sistemático de una población con fines de limpieza étnica constituye, en efecto, un genocidio. Y todo el partido acude al unísono a dar voz a los “sindicatos” policiales: auténticas agrupaciones fanatizadas de ultraderechistas armados que piden más represión, más golpes, más detenciones, más manga ancha para hostigar y torturar a todo aquel que se organice.

A la vez, el enorme aparato mediático de la derecha ha comenzado a bailar al ritmo que marca Ayuso, perfectamente acoplado a la maquinaria propagandística del sionismo. Se ha lanzado así a criminalizar el movimiento de solidaridad con Palestina. Columnas escritas a medias entre policías y periodistas rastreros señalan a organizaciones como BDS, Samidoun, Anticapitalistas, Ecologistas en Acción o el Movimiento Socialista. Los fantasmas habituales de la derecha española —los radicales que llegan en autobuses, la kale borroka, el yihadismo, ETA, el “guerracivilismo” de la izquierda— se combinan con los caballos de batalla del sionismo —la falsa identificación de antisemitismo y antisionismo, la demonización de la resistencia palestina, el blanqueamiento de Israel como “democracia”—, con la islamofobia creciente en Occidente y, por último, con los tópicos del buen burgués, aquel que “condena la violencia” porque solo quiere que pueda ejercerla su propio bando. Un cóctel tan delirante como siniestro cuyo único objetivo es bloquear la lucha propalestina, lo que en la práctica significa alinearse con la causa israelí: la causa de la masacre y la limpieza étnica.

Sin embargo, debemos cuidarnos de caer en el relato de falso enfrentamiento bipartidista. Más allá del bochornoso espectáculo de pugna guionizada entre PP y PSOE, lo ocurrido en Palestina debe situarse en lo que realmente es: un genocidio habilitado por el imperialismo occidental, del que el Estado español es un actor más. Un genocidio que, con el apoyo abierto de unos y el apoyo simbólico, oportunista e insuficiente de otros, no deja de alcanzar nuevas cotas de barbarie.

En la política burguesa las masas no cuentan, son invisibles. Solo existe el votante atomizado y los grandes dirigentes de los partidos. Pero la realidad es otra: las movilizaciones por Palestina han sido un movimiento popular masivo e internacional. En este contexto, todas las muestras de solidaridad, todas las movilizaciones y acciones, del tipo que sean, resultan absolutamente necesarias para denunciar el genocidio. Pero, también, todas ellas son impotentes si la clase trabajadora carece de grandes organizaciones capaces de imponer sus intereses frente a la burguesía imperialista.

Así, la clase trabajadora sin partido, sin medios de comunicación de masas para difundir su punto de vista, sin grandes organizaciones capaces de detener la producción o la exportación de armas a Israel, se ve obligada a contemplar desde fuera el bochornoso espectáculo de estos grandes partidos.

Ante esta situación, dar un paso adelante frente al horror es un deber. Denunciar sin descanso lo que ocurre, en cada movilización, en cada acción, en cada huelga y en cada jornada. Y trabajar, día a día, con tesón y disciplina, por construir grandes organizaciones independientes de la clase trabajadora que puedan, en el menor plazo posible, hacer frente al terror que genera la dictadura burguesa en cada rincón del mundo.