Atravesamos un momento de crecientes tensiones bélicas. La crisis de Ucrania ha estallado en la cara de la UE y el enfrentamiento con Rusia se ha convertido en una cuestión existencial. La errática política de la Administración Trump ha consolidado el papel de una Europa volcada en la contención directa de Rusia. Como sabemos, los países europeos tendrán que destinar el 5 % de su PIB a los presupuestos militares al igual que todos los miembros de la OTAN, aceptar gigantescos aranceles y comprar armamento y energía estadounidenses. A mayor o menor ritmo, los diferentes países han ido asumiendo esta exigencia. El puñal de la austeridad ya está intentando clavarse en la espalda de las clases trabajadoras europeas para sostener este giro belicista, ya que los Estados y las economías europeas están sumidos en una peligrosa espiral de estancamiento y crecimiento de la deuda. Esto último ha sido el detonante de la actual crisis política en Francia.

En el Estado español, el gobierno de Sánchez hace malabares mediáticos para conciliar su lealtad estructural al imperialismo y la OTAN con el ánimo de sus votantes, generalmente contrarios al militarismo y especialmente a la austeridad que habrá de acompañarle. Así, los intentos de Sánchez de esquivar provisionalmente la subida oficial hasta el 5% – que, como bien saben en el gobierno, la OTAN acabará por imponer– sirve como oportuna pantalla de humo con respecto al hecho de que el gasto militar real ya se ubica, con los últimos incrementos, en más de un 2,5% del PIB.

En Galiza, por su parte, los capitalistas y los políticos profesionales se frotan las manos ante el nuevo negocio de la guerra. No es nada nuevo: a estas alturas, Galiza ya es la tercera comunidad en volumen de facturación del sector militar, solo por detrás de Madrid y Andalucía, con empresas gallegas como Urovesa, Navantia Ferrol o Delta Vigo a la cabeza. La Xunta del PP de Alfonso Rueda pretende consolidar la transformación de Galicia en un centro tecnológico-militar para Europa, para lo cual inyectará 900 millones de euros bajo la Iniciativa Estratégica en Aeroespacio, Seguridad y Defensa 2025-2030. A esto hay que sumar importantes explotaciones mineras de materias primas críticas para la industria militar que destruirán el medio ambiente, como la mina de litio de Doade o la de wolframio de A Gudiña.

Pero la guinda del pastel para adornar la militarización de Galicia se ha anunciado recientemente: Vigo, la ciudad anualmente transformada en un grotesco espectáculo epiléptico que compite con las luces navideñas de Nueva York para atraer turistas, acogerá el desfile de las Fuerzas Armadas españolas a finales de mayo de 2026. El megalómano socialdemócrata Abel Caballero nos deleitará con un escenario digno de una película de Berlanga. Los más destacados combatientes del ejército español están convocados: los destartalados tanques Leopard, militantes neonazis que ahora deberán quitarse el pasamontañas, ponerse el uniforme y lucir sus esvásticas tatuadas junto al resto de sus hermanos legionarios; entre ellos la de su más inteligente integrante (la cabra); los F-18, que habitualmente ensucian el aire y estropean las vistas al fumigar la bandera rojigualda, y la ilustre presencia de los figurantes borbones, elegidos a dedo por los estertores agónicos del franquismo. 

Ha quedado claro que todas las oligarquías del régimen han aupado a la nueva Galiza militarista. Sin embargo, la socialdemocracia a la izquierda del PSOE está sumida en profundas contradicciones, tanto en el Estado español como en Galiza. El BNG identifica Galiza con el progresismo y considera el militarismo como un ente español que se nos injerta desde fuera, borrando el papel que la burguesía autóctona y sus tentáculos juegan en la guerra. Bajo el impulso a la industria, el empleo y la actividad económica gallega, el BNG esconde el apoyo directo e indirecto a empresas gallegas como Urovesa, cuyos negocios manchados de sangre la han catapultado a recibir contratos millonarios del Estado español. Por otra parte, son incapaces de ir más allá de pedir menos militarismo, como puede ser la postura de pedir una mayor diversificación civil de la industria astillera en Ferrol. La lealtad hacia la industria gallega y hacia las instituciones burguesas les impide pedir el fin del militarismo capitalista frente a la mitigación cosmética del mismo y el pacifismo abstracto. La socialdemocracia no tiene otro camino que una gestión más o menos progresista del capitalismo, con sus industrias de defensa nacionales incluidas. Si queremos detener esta espiral autodestructiva a la que la Galiza actual se está precipitando de lleno debemos llevar a cabo otro tipo de política. Para empezar, delante de un debate enclaustrado en la gestión capitalista de si hace falta más o menos gasto militar, una alternativa socialista debe recuperar el lema y la práctica que llevaron a cabo socialistas internacionalistas como Karl Liebknecht. Como este mismo político se llevó hasta la tumba, el lema “ni un hombre ni un penique para el militarismo” sigue siendo una base mínima y pertinente para una política socialista en este mundo inestable y peligroso.