Quiles, fascistas y antifascistas
En las últimas semanas ha sido recurrente el tema del fascismo y el antifascismo. Su actualidad coincide con acontecimientos como la visita de La Falange a Gasteiz, o el ataque fascista al gimnasio popular La Fabrika, en Vallekas. El tema sigue en el prime, con el fascista Vito Quiles haciendo una gira por las universidades.
Los amigos de los fascistas, que buscan desesperadamente limpiar su propia imagen y de paso consiguen limpiar también la de los fascistas, no han dudado en equiparar a fascistas y antifascistas, porque, dicen, ambas son expresiones violentas. Los más tímidos, que abogan por una hegemonía institucional contra el fascismo, han tildado al fascismo de simple provocación, lo que ayuda en el cometido de su blanqueamiento, pues deslegitima a los antifascistas como tontos útiles que caen en la artimaña de unos provocadores. Para estos últimos, al igual que para los amigos de los fascistas, el recurso a la violencia es inadecuado, lo que, de manera indirecta, acaba por igualar a fascistas y antifascistas.
Sin embargo, en el fascismo no hay nada de provocación. El fascismo establece una conexión de masas mediante el amedrentamiento y la irracionalidad del odio al ajeno; política que solo arraiga si vence el miedo en las filas del proletariado. Los desfiles de fascistas, la gira de Vito Quiles por las universidades y los ataques fascistas son expresiones de esa política que busca polarizar la sociedad y activar el conflicto bajo unas determinadas premisas de odio, de manera que genere una situación favorable para la extensión de las ideas fascistas. Tildar al proceder normal del fascismo como provocación, es otra manera de banalizar el fascismo.
La gira de Quiles busca agitar al elemento reaccionario y demostrar su fortaleza. No hay nada que dé mayores alas al fascismo que creerse fuerte e impune, que verse capaz de campar libremente. El fascismo busca presentarse como una alternativa fuerte, que no titubea ni duda ante las tareas que han de ser realizadas en una situación de crisis y descomposición social. Y lo hace con la firmeza de mostrarse ante los demás como la única fuerza capaz de tomar las decisiones más duras, justificadas y exigidas por los tiempos que vivimos, y de sacrificar incluso sus propias fuerzas, si es preciso, como es el caso del fascista individual, en este caso Quiles, que pone su cuerpo al servicio del movimiento.
Es fácil de comprender, por lo tanto, que las hegemonías parlamentarias y las respuestas democrático-institucionales son totalmente anacrónicas respecto a la actualidad del fascismo, pues se fundamentan en un lenguaje que es ajeno a la política fascista; son una especie de 'performance' tragicómica, una representación teatral de bufones que viven ajenos a la realidad social en la que el fascismo se desarrolla precisamente en confrontación con toda convención liberal, socavando incluso las bases ideológicas de la representación parlamentaria; y lo hace no porque sea una forma política inventiva y original, sino que porque el antiparlamentarismo, el odio a todo lo que representa, es ya una nueva convención, una característica de los tiempos en que vivimos, producto de un desarrollo histórico que conduce a la sociedad capitalista a una nueva barbarie. En definitiva, poner al fascismo y al parlamentarismo, el uno frente al otro, es como poner a un burro a hablar con un mono. Seguro que los demócratas encuentran un buen entretenimiento en ello.
De lo dicho se desprende, primero: que no hay hegemonía antifascista posible a nivel parlamentario o institucional, pues si emerge el fascismo es precisamente porque la funcionalidad histórica del parlamentarismo ha sido, al menos por el momento, superada, y no corresponde al parlamentarismo restaurar esa situación. De hecho, es el fascismo el que consigue, en última instancia y tras un largo periodo de violencia organizada contra el proletariado, reestablecer el orden parlamentario.
Segundo: que la hegemonía antifascista solo puede concebirse sobre un nuevo tipo de organización política, no parlamentarista; una organización de las grandes masas proletarias organizadas, esto es, un Partido Comunista.
Tercero: que la viabilidad de un frente antifascista, con la colaboración y la alianza de diferentes fuerzas, solo es posible si existe en el horizonte un Partido Comunista, la forma de organización que se corresponde con los tiempos de crisis y descomposición de la sociedad capitalista, esto es, que comprende el lenguaje de la actualidad.
Y cuarto, lo más apremiante: ser antifascista es confrontar al fascismo con todos los medios; y no solo no renegar de ninguno, sino que reivindicar la necesidad de los medios violentos como los que mejor corresponden a la naturaleza del fascismo, pues este se vale del miedo ajeno y de la impunidad de sus actos violentos para organizar sus filas. La socialdemocracia se sobrevalora en sus capacidades y cree tener un argumento ganador contra el fascismo y contra la tendencia fascista en una situación que no comprende de argumentos. Lo imprescindible y más urgente es romper por la fuerza los lazos que puedan unir al fascismo con las masas, esto es, hacerle frente de manera organizada y directa, sin ambages.
Buena muestra de ello es lo ocurrido ayer en Iruñea. Quiles tuvo que cancelar su paseito fascista porque, según afirmó, la policía no podía garantizar la seguridad del acto. La política antifascista trata de que los fascistas no estén seguros en ningún lugar, que no puedan extender su odio irracional y que no puedan aumentar sus filas, porque sus potenciales seguidores comprendan que no sale gratis ser un fascista; seguidores que, asimismo, se unen al fascismo no por una convicción racional en un proyecto de porvenir, sino que porque las circunstancias favorables les permiten expresarse de la única manera que pueden hacerlo: ejerciendo la violencia contra el proletariado. Si el movimiento antifascista es capaz de cortar esos lazos, será capaz de mantener al fascismo a raya. Claro está que para ello no será suficiente el enfrentamiento directo; si bien es un recurso necesario para evitar el alistamiento fascista, es insuficiente para cortar todos sus lazos. Será necesario también un proyecto político que aliste a las masas según unos principios racionales que den solución a la crisis capitalista y eviten su salida fascista, esto es, un proyecto político que busque superar la sociedad capitalista por la vía de la revolución socialista. La falta de proyecto revolucionario conlleva a ahondar en el parlamentarismo y en la democracia burguesa, ambas vías directas a la victoria fascista.
Los antifascistas estuvieron en Gasteiz, en la Universitat Autònoma de Barcelona, en la Universitat d'Alacant, en las calles de Madrid… y estuvieron ayer en Iruñea, haciendo frente a los fascistas. A los charlatanes y amigos de los fascistas los encontraremos hoy despotricando, escribiendo en redes sociales, condenando la violencia y desprestigiando la respuesta antifascista frente a la amenaza fascista. Dirán que la violencia los iguala; responderemos que la condena de la violencia antifascista es blanquear a los fascistas, y darles alas.
 
       
                     
                    