Violencia de género, discursos reaccionarios y la quimera institucional

Las cifras de violencia de género no dejan indiferente a nadie. Tampoco a quienes promueven discursos reaccionarios, que las instrumentalizan, cuando no las falsean, para alimentar un proyecto autoritario y anti-inmigración. Por su parte, las instituciones burguesas presentan la violencia de género como una lacra localizada y virtualmente extirpable de la sociedad, sobre la cual pretenden elevarse con capacidad para poner solución a un problema del que sólo pueden ser parte. Así, lejos de ahondar en las causas estructurales, no hacen sino allanar el terreno a esos relatos que buscan culpables particulares en lugar de cuestionar la organización social capitalista.

Sin embargo, lo cierto es que cualquier discurso que pretenda arrinconar el perfil del agresor en un sector sociológico concreto es un discurso interesado que pone la violencia de género al servicio de unos fines políticos muy distantes de su superación. La violencia de género atraviesa toda la sociedad capitalista. Si bien hay particularidades en su forma, se da a lo largo y ancho de todos los estratos sociales.

Por eso, aquellos que señalan la nacionalidad del agresor en realidad apuntan a su propia indiferencia ante el problema. En primer lugar, porque incluso aunque comprásemos su falso relato de la violencia como importada de otros países donde persiste una «cultura rudimentaria y retrógrada», la supuesta «solución» que nos venden, que no es otra que su agenda anti-inmigración, muestra que el suyo es un proyecto nacionalista y, a su modo, machista, que pretende «la protección de nuestras mujeres» y no dedica un solo pensamiento al problema de la violencia de género en los supuestos países de origen de este mal. Y, en segundo lugar y más importante, porque se trata de un relato basado unas veces en un falseamiento de los datos y otras veces en una interpretación tendenciosa de estos, que no busca comprender los condicionantes que recrudecen la violencia de género, las diferentes formas en que se expresa en diferentes estratos de clase y las diferentes herramientas con que cuentan las mujeres para evitar o salir de una situación de violencia.

Es ahí donde entran los otros datos, que ni siquiera están recogidos en estudios oficiales —pues, tras la aparente neutralidad de los datos, se esconde ya un marco de comprensión previo que los selecciona y ordena, que decide cuáles son relevantes y cuáles no. Datos que muestran que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, aquellos que están encargados de la primera respuesta ante denuncias de violencia de género, lejos de estar libres de estas vergüenzas, parecen ser un sector sobrerrepresentado en ellas [1,2]. Casos que deben preocuparnos especialmente por la impunidad social y jurídica de la que pueden llegar a gozar agresores en esa posición.

Sin ánimo de entrar aquí a analizar las causas de este fenómeno en particular, lo que pone de manifiesto este ejemplo es un hecho general: que las instituciones, lejos de la imagen que proyectan, según la cual serían la fuerza de choque externa que se opone a la violencia de género, son partícipes de ella en todas sus dimensiones. Con un agravante: la necesidad de mostrarse como esa fuerza elevada sobre el fenómeno contribuye al ocultamiento sistemático de los casos internos de violencia machista, permitiendo a Errejones y compañía actuar con impunidad durante años.

La violencia de género está enraizada en los cimientos de la sociedad burguesa. No se combate declarándose libre de ella, sino trabando una organización política que no tenga deudas ni con los agresores ni con los fundamentos sociales que la producen y legitiman. Si la lucha por el socialismo va necesariamente de la mano de la lucha contra la opresión de género, no es solamente porque no podamos concebir un socialismo donde siga reinando la opresión; es también porque el sistema capitalista brinda las condiciones en que la violencia de género existe y es socialmente aceptada, y las instituciones burguesas se deben por definición a la reproducción del sistema. Están, por ello, condenadas a proteger las bases de la opresión hasta que la clase revolucionaria se abra paso e instaure sus propias instituciones, estas sí, con el propósito y la capacidad de extinguir las relaciones capitalistas y construir una nueva organización social donde la violencia de género no tenga cabida ni sea siquiera concebible.

[1] https://diariosocialista.net/2024/12/15/doce-casos-de-violencia-de-genero-abusos-y-delitos-graves-entre-policias-y-militares-desde-el-7-de-septiembre/

[2] https://diariosocialista.net/2024/11/24/dos-veranos-consecutivos-con-mas-del-15-de-asesinatos-machistas-cometidos-por-policias/