Mijaíl Kavelashvili, exfutbolista y diputado, ha asumido oficialmente la presidencia de Georgia en medio de una creciente polarización política y fuertes protestas. A pesar de que la oposición ha cuestionado la legitimidad de las elecciones del 26 de octubre y denunciado presuntas irregularidades en el proceso, Kavelashvili fue investido este domingo en una ceremonia breve en el Parlamento georgiano. Su discurso de investidura incluyó un llamado a “la unidad”, pero las protestas que se extienden desde hace meses en las calles de Tiflis demuestran que un sector de la sociedad rechaza su mandato, especialmente entre los grupos que consideran su elección parte de una “conspiración de Rusia”.
Durante las protestas frente al Parlamento, cientos de opositores mostraron tarjetas rojas en alusión a la carrera futbolística de Kavelashvili. Además, su predecesora, la proeuropea Salomé Zurabishvili, que aún mantenía su residencia presidencial hasta poco antes de la investidura, se unió a los manifestantes, denunciando que la ceremonia de investidura es “una parodia” y reafirmando que sigue siendo la “única presidenta legítima de Georgia”. Esta situación ha exacerbado la crisis política en el país, que está marcado por cierto rechazo a la política de Kavelashvili de cara a la presidencia, que pone condiciones y otros ritmos a la integración en la Unión Europea (UE).
La oposición georgiana, conformada por varios partidos políticos, ha pedido a los estados del mundo, especialmente a la UE y EEUU, que no reconozca la elección de Kavelashvili y que se repitan los comicios, como ha sucedido en Rumanía. Mientras tanto, la situación en Georgia continúa siendo tensa, con manifestaciones diarias que reflejan una sociedad profundamente dividida sobre el futuro político del país y su relación con Occidente y Rusia.