Matar al mensajero, armar al genocida

En octubre de 2023, cuando Israel ya había demostrado que su respuesta a los ataques del 7 de octubre sería lanzar una campaña de exterminio, afirmar el “derecho de Israel a defenderse” se convirtió en un peaje obligatorio en el discurso público occidental. Un mes después, el principal filósofo alemán, Jürgen Habermas, escribió junto a otros intelectuales prominentes una carta pública donde afirmaba que el Estado alemán está moralmente obligado a cerrar filas con “el derecho de Israel a existir”, acusando de haber perdido “todos los parámetros” a cualquiera que atribuyera a Israel propósitos genocidas a la vez que renunciaba a condenar la ofensiva israelí. La redacción de la carta era, además, lo suficientemente ambigua como para poder sostener la identificación entre el antisemitismo y cualquier crítica a Israel.

Como la propaganda es importante cuando se comete un genocidio a plena luz del día ―mientras la televisión emite bombas, cadáveres y familias llorando y mientras en las redes sociales se viralizan las atrocidades más vomitivas―, a Israel y a sus aliados no les basta con tratar de imponer la equiparación lunática entre antisionismo y antisemitismo. Las voces críticas deben ser silenciadas por todos los medios, abundando en el tópico de que también la verdad tiende a ser asesinada en las guerras. Desde octubre de 2023 la represión es tan continua que la lista de ejemplos podría ser interminable. En Francia se han prohibido tanto manifestaciones como organizaciones propalestinas. En EEUU la policía ha reprimido salvajemente las protestas estudiantiles, detiene y deporta a activistas, con el beneplácito o la inacción de universidades que son bastión del progresismo liberal, y la Administración Trump deniega a Harvard, la universidad más importante del mundo, el derecho a matricular a alumnos extranjeros, acusándola de promover la violencia y el antisemitismo. En Jordania solo entre octubre y noviembre de 2023 se realizaron más de 1000 arrestos por participar en protestas y se obliga a los detenidos a comprometerse a no participar en nuevas movilizaciones para ser liberados. El grupo irlandés Kneecap es perseguido e investigado tras expresar solidaridad con Palestina en el festival Coachella y uno de sus miembros es enviado a juicio por “apoyar el terrorismo” por haber agitado una bandera de Hezbollah durante un concierto del pasado noviembre. España condena a 60.000 euros por un tuit a miembros de Indargorri y pide dos años de cárcel y deportación para dos participantes del escrache a la embajadora del régimen israelí en 2023 en la Universidad Complutense.

Dentro de Europa, el caso alemán es especialmente sangrante: las protestas en las universidades y las manifestaciones en solidaridad con la causa palestina han sido brutalmente reprimidas, se han ilegalizado organizaciones como Samidoun, se han prohibido los símbolos y las consignas propalestinas ―para hacernos a la idea: gritar “desde el río hasta el mar, Palestina vencerá” le costó una multa de 600 euros a una manifestante―, la policía ha irrumpido en eventos propalestinos para cancelarlos, se ha prohibido la entrada en el país a intelectuales y activistas críticos con el sionismo, en Berlín se han prohibido las kufiyas en las escuelas por representar “una amenaza a la paz escolar” y, por si esto fuera poco, los servicios secretos tienen bajo vigilancia exhaustiva a los medios de comunicación propalestinos “por razones de bienestar público”.

El último blanco de esta persecución ha sido el medio propalestino Red.media, que ha sufrido una larga campaña de desprestigio y represión por parte del Gobierno alemán y de diferentes medios prosionistas afines a este. Las acusaciones han sido de lo más variadas: instigar protestas a favor de Palestina en Alemania y la ocupación de la Universidad Humboldt de Berlín por activistas propalestinos que coreaban “consignas que glorificaban el terrorismo”, dar una plataforma a los “terroristas”, ser el sucesor de la plataforma digital Redfish ―financiada por Rusia― y difamar a un periodista sionista simplemente por enumerar su trayectoria profesional. Como consecuencia, Red.media se ha visto obligado a cerrar después del bloqueo a sus cuentas en YouTube, Instagram y PayPal, de que su equipo haya recibido amenazas de muerte y de que el Consejo Europeo haya condenado sin mediar juicio alguno a una “muerte civil” a su fundador, Hüseyin Doğru.

El saldo es claro: para los genocidas, armas, apoyo y recursos; para quienes denuncian el genocidio y la ideología asesina de la que emana, palos, multas y cárcel. La creciente hipocresía de los líderes europeos no debe llevarnos a engaños: ellos han contribuido a hacer esto posible.

El imperialismo occidental tiene en Israel su principal baluarte en Oriente Medio. Es el vigor de esa alianza lo que lleva a todas las fuerzas imperialistas, incluidas las que se sirven de un disfraz progresista, a reprimir toda muestra consecuente de solidaridad con Palestina. Muestran, con ello, su verdadero rostro: lo que están dispuestos a hacer y permitir con tal de poder perpetuar sus privilegios. El futuro se juega hoy en la causa palestina: aquella que enfrenta el bando de los oprimidos al imperialismo genocida.