La península Ibérica ha registrado en 2025 una temporada de incendios forestales caracterizada por su intensidad y extensión excepcionales. Santiago Fernández Muñoz, profesor de Geografía Humana en la Universidad Carlos III de Madrid, explica a La Vanguardia que aunque siempre ha habido incendios en la región, los actuales son “mucho más furiosos” y generan “su propio clima”, dificultando la extinción.

Esta virulencia está ligada al aumento constante de la masa forestal desde el éxodo rural masivo iniciada en 1959 con el Plan de Estabilización franquista, que propició el abandono de las zonas rurales y dio el pistoletazo de salida a la modernización capitalista española. Desde entonces, el Estado español ha ganado más de siete millones de hectáreas de arbolado, un incremento del 63% que sitúa la masa forestal en 28,5 millones de hectáreas, aproximadamente el 56% del territorio del Estado. De estas, 18,5 millones son bosques y el resto arbustos y matorrales en desarrollo.

Las estadísticas recientes confirman que el número de incendios ha descendido notablemente en las últimas décadas; entre 2020 y 2024 se redujo un 30% en relación al decenio anterior. Sin embargo, la novedad no está en la cantidad sino en la magnitud y peligrosidad de los incendios, especialmente en el noroeste peninsular — León, Zamora, Palencia y Ourense — donde en agosto de 2025 se han registrado cinco incendios mayores a 20.000 hectáreas, tres de ellos concentrados en un radio de poco más de 100 kilómetros y afectando casi 100.000 hectáreas, más que la media anual quemada en todo el Estado.

Este fenómeno está estrechamente relacionado con el abandono rural, que ha provocado una pérdida del 40% de habitantes desde 1900 en las zonas rurales, junto con una insuficiente gestión de la masa forestal que ha acumulado una gran cantidad de combustible para el fuego. La escasez de medidas preventivas y la falta de discontinuidades en los bosques ha echado más leña al fuego. Según, Fernández Muñoz, esta falta de cortafuegos permite que el fuego se propague con rapidez y lleve a incendios de “sexta generación” o “infiernos andantes”, capaces de generar tormentas eléctricas propias que facilitan su expansión.

La concurrencia de incendios de este tamaño y la concentración territorial plantea riesgos excepcionales nunca vistos para la gestión forestal y la protección ambiental. “Evitar que un fuego en el Noroeste se convierta en un megaincendio no es sencillo y tampoco lo será en el futuro”, señala Enric Juliana en La Vanguardia.