Primeros indicios de injerencia occidental en la revuelta de Nepal
La "ONG" Hami Nepal, financiada por EE.UU. y corporaciones como Coca-Cola, participa en unas protestas que, más allá de las tensiones geopolíticas, reflejan un hartazgo real frente a la corrupción y la desigualdad en Nepal.

Las masivas protestas en Nepal que han llevado a la renuncia del primer ministro KP Sharma Oli han sido protagonizadas principalmente por la juventud de la generación Z, que protesta contra la censura, la corrupción y las desigualdades sociales. Estos jóvenes están asistiendo a las convocatorias conformadas por diversos colectivos organizados a través de redes sociales y organizaciones de trabajadores de corte más clásico, pero sin un liderazgo unificado ni jerárquico claro.
Entre estos grupos, Hami Nepal destaca por tener cierta influencia, aunque no es la única ni la principal organizadora. De hecho, el movimiento en su conjunto tiene, en un principio, un carácter heterogéneo y algunos sectores incluso se han distanciado de ciertos episodios sucedidos durante los enfrentamientos, los saqueos y los disturbios.
Las primeras evidencias de injerencia occidental en el conflicto surgen por la financiación que recibe Hami Nepal, procedente de la fundación-pantalla estadounidense National Endowment for Democracy, ligada al Congreso estadounidense y la CIA, así como de corporaciones multinacionales como Coca-Cola. La movilización y la propaganda impulsada por esta "ONG" también ha sido señalada por la utilización de símbolos y mensajes en inglés, no en la lengua nepalí, así como por la reproducción del logo de históricas revoluciones de colores que han depuesto gobiernos que contradecían los intereses occidentales. Las protestas acontecen, además, justo después del acercamiento histórico entre China e India y en un marco donde EE.UU. observa con temor los proyectos comerciales multimillonarios que atraviesan Nepal e impulsan la integración regional de las potencias euroasiáticas.
Sin embargo, las causas internas para las protestas existen, y no son pocas. Según señalan Vijay Prashad y Atul Chandra en un artículo recogido por People's Dispatch, Nepal adolece de problemas endémicos como una economía dependiente de las remesas de la emigración laboral masiva, corrupción institucionalizada, alta desigualdad persistente y un sistema político oligárquico vinculado a la monarquía. Además, apuntan a que la izquierda institucional, liderada por el autodenominado Partido Comunista, no ha sabido aprovechar la oportunidad abierta tras la Constitución de 2015. Por lo tanto, pese a algunos avances, también se han incumplido las expectativas sociales, dando pie al resurgimiento de fuerzas monárquicas e hindutva que buscan capitalizar el descontento y, por supuesto, también existen las presiones geopolíticas y operaciones de desestabilización de EE.UU. e India.
La narrativa dominante tiende a polarizarse entre la “revolución de colores” externalizada y la histórica incapacidad estatal local para resolver estas contradicciones. Investigadores como Prashad y Chandra advierten que ni las teorías que se basan únicamente en la intervención externa ni las explicaciones que ponen el foco solamente en las contradicciones locales capturan la complejidad del fenómeno en su totalidad, y llaman a considerar todos los factores geopolíticos y las demandas sociales internas urgentes de forma conjunta y profunda.
Mientras tanto, el ejército mantiene el control provisional y la población de Nepal, con la juventud como avanzadilla, demanda soluciones reales que consoliden un nuevo sistema político y social que supere la prolongada crisis socioeconómica que, a la vez, se cruza con las tensiones geopolíticas entre potencias regionales y occidentales, algunas más poderosas que otras, pero todas con intereses en el futuro de Nepal.