Alemania conmemora 35 años de "reunificación"
Friedrich Merz llamó a la "cohesión nacional" en el aniversario del 3 de octubre, que inauguró un tiempo de desindustrialización, auge neonazi y brechas sociales y de género que dejó una reunificación impuesta a golpe de privatizaciones en el Este.

Alemania celebró este viernes el 35º aniversario de su "reunificación" con actos oficiales y un llamamiento del canciller Friedrich Merz a “tender puentes” entre las regiones del país. “Nuestra diversidad nos hace fuertes”, afirmó Merz en la red social X, antes de pronunciar su discurso central en Sarre. El mandatario recordó que la "unidad" alemana “no fue un éxito automático”, sino el resultado “del trabajo de personas valientes que defendieron la libertad y la democracia”. Sin embargo, más de tres décadas después de la abrupta anexión de la República Democrática Alemana (RDA), las brechas estructurales entre el Este y el Oeste siguen marcando la vida del país.
El 3 de octubre de 1990, la RDA fue incorporada a la República Federal de Alemania, lo que significó la disolución de su Constitución y moneda, y la integración total en el sistema capitalista occidental. En aquel momento surgió la siguiente pregunta: ¿qué pasaría con la enorme propiedad pública —las empresas estatales, los consorcios, los bancos, los inmuebles y las tierras agrícolas— que millones de trabajadores habían construido durante décadas? Esta propiedad, de acuerdo con la constitución de la RDA, pertenecía oficialmente al pueblo.
Pero la disolución de la RDA y la entrada en vigor de la Constitución capitalista de la República Federal Alemana supusieron la introducción de nuevas normas: bajo la influencia del economista Hans Willgerodt, el proceso de reunificación se ejecutó a través de los principios de mercado, en un marco de desregulación económica violenta. La Ley de la Treuhand, aprobada en junio de 1990, estableció en su primer artículo la directriz de “privatizar la propiedad del pueblo”, lo que implicó el colapso y la liquidación masiva de empresas públicas y el desmantelamiento del sistema productivo estatal de la RDA, un país levantado sobre las ruinas, —como decía su himno nacional—, que en el momento de su disolución proporcionaba un nivel de vida y cotas de igualdad social considerables a 16 millones de alemanes.
De nada sirvió que los sectores reformistas del último gobierno de la RDA suplicaran un fideicomiso que transfiriera esta propiedad a los ciudadanos de la RDA. Se mencionaron modelos como las acciones populares, la participación de los trabajadores o las cooperativas, para que lo creado conjuntamente no cayera en manos extranjeras. Pero el capitalismo no perdonó: incluso antes de que la economía de la RDA pudiera adaptarse a las nuevas condiciones, se dio un paso decisivo, rápido e irreversible con la introducción del marco alemán al tipo de cambio impuesto políticamente desde occidente, con un 1:1, lo que debilitó enormemente la economía de Alemania Oriental.
Para muchas empresas, la introducción este tipo de cambio, ajeno a cualquier realidad económica, supuso simplemente un colapso, una drástica pérdida de competitividad, o mejor dicho, tener que funcionar bajo los parámetros de la competitividad con un tejido productivo que estaba orientado principalmente a satisfacer las necesidades sociales. Como consecuencia, los salarios y los precios se dispararon de la noche a la mañana, mientras que la productividad y los mercados de ventas se desplomaron. Muchos historiadores lo consideran parte de una estrategia premeditada para presionar económicamente al Este e imposibilitar su desarrollo económico. Así, las élites occidentales castigaron a millones de trabajadores alemanes del Este.
En esta situación, la Treuhandanstalt funcionó como un instrumento de la política económica de Alemania Occidental con la tarea de absorver y liquidar la economía de la RDA. La destrucción económica y social que sufrió el este tras la "reunificación" solo puede compararse con los estragos de una guerra: en pocos años, alrededor de 14.000 empresas que empleaban a aproximadamente 4 millones de personas fueron vendidas, desmanteladas o cerradas. Solo un tercio de las empresas sobrevivió, y se perdieron más de 2,5 millones de empleos de golpe. El 85 % de las empresas quedaron en manos de Alemania Occidental o extranjeras, mientras que solo el 6 % fueron absorbidas por alemanes orientales. La producción industrial se desplomó en más del 70 % y la Treuhand dejó deudas por un total de más de 250.000 millones de marcos alemanes. Lo que originalmente se prometió como "una devolución de la propiedad pública a sus legítimos dueños" —los habitantes de la RDA— se reveló como un arma para la expropiación a favor de las corporaciones de Alemania Occidental.
Hasta 1989, el 80% de la población activa en la RDA trabajaba en empresas estatales y la tasa de desempleo era del 0%. En apenas cuatro años, tres cuartas partes de esos puestos habían desaparecido. Esta doctrina del shock, similar a la que sucedió en los territorios de la extinta URSS, afectó también al ámbito científico y académico, donde cerca del 50% de los profesionales vinculados al antiguo Estado obrero se vieron obligados a emigrar.

Caída del Muro de Contención Antifascista: fascismo desatado
La caída del Muro de Berlín —denominado oficialmente en la RDA como Muro de Contención Antifascista— no solo devoró el Este económica y políticamente, sino también socialmente: una oleada de violencia fascista sin precedentes desde 1945 sacudió el territorio. Tras la "reunificación", numerosos grupúsculos neonazis procedentes del Oeste se expandieron por las ciudades orientales aprovechando el vacío institucional y la desmovilización de las estructuras políticas y militares antifascistas.

Entre 1991 y 1993 se produjeron episodios de extrema violencia racista como los pogromos de Hoyerswerda (1991), donde turbas neonazis atacaron durante días los albergues de trabajadores vietnamitas y mozambiqueños, o los incendios y agresiones en Rostock-Lichtenhagen (1992), que obligaron a evacuar a decenas de familias migrantes. También en Mölln y Solingen se registraron atentados incendiarios contra comunidades turcas. Estas agresiones, que contaron con la pasividad policial y la cobertura mediática del discurso de “reintegración nacional”, evidenciaron que la desaparición del marco socialista de la RDA dejó a las poblaciones obreras migrantes acogidas durante el anterior Estado sin protección frente a un fascismo que el muro había contenido durante décadas, revelando la realidad histórica incómoda que se escondía detrás de su nombre.
Empobrecimiento y golpe a la igualdad de género
Hoy, las desigualdades generadas por aquella integración forzada siguen siendo visibles. Un informe reciente del partido Die Linke revela que los hogares del Oeste son, de media, más del doble de ricos que los del Este, y que las rentas mensuales en la Alemania occidental superan en 997 euros a las orientales. Además, tras la "reunificación", las mujeres del Este perdieron buena parte de los derechos sociales y económicos que habían conquistado en la RDA, donde existía empleo garantizado, amplias redes públicas de guarderías, permisos parentales retribuidos y una legislación avanzada en derechos reproductivos.
A partir de 1990, con la privatización masiva de empresas estatales y el desmantelamiento de servicios públicos, provocó despidos generalizados en sectores feminizados, cierre de centros de cuidado infantil y la sustitución de leyes laborales y de igualdad más protectoras por marcos occidentales más restrictivos para las mujeres trabajadoras. El resultado fue un aumento abrupto del desempleo femenino, la restauración de una mayor dependencia económica hacia los hombres y la pérdida de las condiciones materiales que habían sustentado la emancipación de las mujeres en la antigua Alemania del Este.
Manifestaciones en contra del desmantelamiento
Otro episodio que la maniquea historiografía occidental suele omitir es que si bien muchos alemanes del Este deseaban poder circular al Oeste o introducir algunas modificaciones en el sistema político, eso no significa que quisieran desmantelar la RDA. Buena muestra de ello fueron las manifestaciones que se produjeron durante los meses previos y posteriores a la firma del tratado de anexión. Decenas de miles de personas se movilizaron en el Este para oponerse a la disolución de la RDA y exigir una vía propia hacia la "democratización" o "regeneración" socialista, sin renunciar por ello a la soberanía económica, los derechos conquistados o el socialismo en su conjunto.

En ciudades como Berlín Este, Leipzig o Dresde, sindicatos, organizaciones obreras y feministas convocaron manifestaciones y huelgas bajo consignas como “Wir bleiben hier” (“Nos quedamos aquí”) o “Keine Treuhand!” (¡No a la Treuhand!) denunciando que la integración al sistema capitalista occidental supondría el desmantelamiento del tejido industrial, la pérdida de empleos y el fin de los servicios públicos universales.
Estas protestas, reprimidas o directamente ignoradas por los nuevos gobiernos, alertaban ya en 1990 del empobrecimiento, la precarización y las desigualdades que la Perestroika a la alemana acabaría imponiendo en el territorio oriental, y que hoy, tres décadas después, siguen marcando la fractura social entre Este y Oeste.
Bajo el discurso de la "reunificación", a menudo se omiten estos episodios oscuros, así como las consecuencias sociales y económicas de un modelo impuesto desde la oligarquía financiera alemana, que desde 1990 continúa alimentando la fractura territorial y el descontento en las regiones del antiguo bloque socialista, donde el Oeste liquidó el sistema productivo y devoró el patrimonio público y el bienestar de millones de personas construido durante 40 años. Hoy, 35 años después, sigue sin ofrecer alternativas a esta zona deprimida, cuyos habitantes aún consideran este proceso como una injusticia histórica.