Prende la chispa marroquí
Pareciera que las cosas no pasan por casualidad. Y así es. Después de décadas de una paz social impuesta a hierro y sangre sobre el proletariado marroquí, el régimen burgués de Mohammed VI se ve sacudido por las que podrían llegar a ser las mayores protestas de su historia contemporánea, protagonizadas por su proletarizada juventud. Todo ha ocurrido justo cuando, en paralelo, la movilización propalestina cogía de nuevo momentum en Europa, a tenor del secuestro criminal de la Flotilla y los últimos desarrollos sobre la posible paz genocida que propone Trump para Gaza.
El régimen marroquí moderno, agrupado alrededor de la monarquía alauí, es, resultante del proceso de descolonización parcial de los 50’. Parcial, porque su existencia parte en mayor parte del reconocimiento de los poderes imperialistas occidentales, que le han otorgado históricamente la labor de gendarme imperial del Norte de África y el Magreb. Su papel ha sido inequívoco y cumplidor: facilitar el acceso extractivo a los numerosos recursos energéticos del Magreb por parte de empresas occidentales y ejercer el control de los flujos migratorios de gran parte del continente africano hacia Europa. Un papel crucial, pues la gestión violenta de la humanidad sobrante para el capital que se acumula ante el Mediterráneo, ejecutada por Marruecos, es un relevante apoyo externo a la arquitectura del poder burgués en la UE. Con el monarca como títere simbólico y el apoyo externo de las potencias occidentales, dirige el régimen una minoría de sectores burgueses que sacan tajada de facilitar el saqueo imperialista y la gestión militar de la migración africana. Su estilo de vida opulento contrasta de manera grotesca con el de las amplias masas del proletariado marroquí, condenado a dos opciones: altísimas tasas de pobreza, desempleo, superexplotación y trabajo informal, o bien engrosar las filas del éxodo en Europa.
Combinando un férreo estado policial, el papel ideológico de la religión y la cooptación corrupta, el aparato burocrático-militar marroquí ha conseguido hasta el momento barrer prácticamente a toda fuerza política socialista o hasta democrático-progresiva que se haya opuesto al régimen o levantado protesta. Así mismo, el grueso de la población trabajadora vive su miseria bajo el yugo de una extensa red de vigilancia y castigo social a la crítica abierta al régimen, que ha asentado una cultura política marcada por el miedo, el silencio y la resignación. Así, Marruecos ha mantenido su estabilidad social, saliendo casi indemne de las llamadas Primaveras Árabes (apaciguó rápidamente las protestas con un simulacro de apertura democrática) y ha controlado con relativo éxito sus guerras internas y pugnas contra el pueblo saharaui y el Frente Polisario por el Sahara Occidental o las reclamaciones de autonomía rifeñas. Casi se podría decir que se desestabilizó más gravemente el Estado español durante el llamado ciclo de octubre en Catalunya.
Las protestas masivas de la última semana irrumpen en tales condiciones y precedentes, marcando una discontinuidad evidente. La juventud trabajadora marroquí ha estallado en una revuelta de signo ideológico aún incierto y de carácter semiespontáneo, organizándose en redes sociales que imitan el proceder de estallidos similares en Nepal, Madagascar o Kenia. Sus demandas son pocas, pero claras: acabar con la corrupción estructural, sanidad y educación de calidad y un futuro más allá del 50% de tasa de desempleo juvenil. Como catalizadores simbólicos, están tanto la muerte de 8 mujeres embarazadas por una cesárea en un hospital público en Agadir, como la crítica a la inversión millonaria del régimen para la celebración del mundial de futbol 2030 en el país. En el transcurso de los días, la respuesta represiva brutal ha dejado un saldo de detenciones masivas, de momento tres muertos y cientos de heridos por atropellos o disparos de fuego real. Aun y así, la revuelta no solo se ha mantenido, sino que se ha radicalizado e intensificado. Los primeros retratos del Rey marroquí hace días que queman en hogueras improvisadas, conviviendo contradictoriamente con mensajes de “amor” al Rey y demandas de dimisión del primer ministro, mientras edificios gubernamentales y comisarías han sido destruidos como diana de la movilización. Los jóvenes proletarios del país se están levantando, rompen con la matriz cultural de silencio y miedo a la crítica política que había disciplinado a generaciones precedentes.
Las cosas nunca pasan por casualidad. Pero la simplificación causal —más si los hechos ocurren en una realidad alejada y con el elemento de la geopolítica por el medio— es un vicio demasiado común en el análisis, por desgracia. ¿Será el final del régimen marroquí? Difícilmente, o no de manera inmediata. ¿Hay facciones internas al bloque dirigente del régimen que simplemente están ya maniobrando para sacar tajada y mejorar sus posiciones? Probablemente. Hasta se podría decir que hace años que se fragua algún tipo de golpe entre élites, precedido por los múltiples escándalos alrededor de Mohammed VI, su vida privada y el papel de sus consejeros políticos inmediatos. Existe la posibilidad de que esta revuelta sea una palanca que cierto sector de la élite marroquí utilice para hacer un recambio de liderazgos, sin que cambie nada en lo fundamental del carácter del régimen burgués y pro imperialista marroquí. Así mismo, no parece que existan fuerzas socialistas de consideración que sean capaces de orientar las protestas en un cauce revolucionario que sortee la asimilación, digamos, gatopardista. ¿Cómo debemos, entonces, los comunistas analizar desde Catalunya, Euskal Herria, Galiza o España la revuelta marroquí, partiendo de que lo hacemos desde una realidad sociopolítica con importantes vasos comunicantes con Marruecos?
En primer lugar, es una necesidad de principio extender nuestra más clara y rotunda solidaridad con el proletariado juvenil marroquí en revuelta, duramente reprimido por el régimen, así como con el pueblo trabajador marroquí en general, incluyendo a las organizaciones y activistas marroquíes que están siendo señalados y reprimidos también por secundar el estallido de la juventud, como por ejemplo los compañeros de Vía Democrática. Sin dudas ni ambages, y por encima tanto del signo ideológico de la revuelta como de la distancia política con las organizaciones y activistas reprimidos.
En segundo lugar, esa necesidad de principio tiene a su vez una vertiente estratégica. La tiene en dos direcciones. Por un lado, hay el carácter de ruptura social juvenil que encarnan estas revueltas. Este otoño marroquí llega con retraso de décadas, pero una revuelta nunca llega tarde, ni temprano. Llega cuando debe llegar. Lo que se precipita, se retrasa, o trágicamente se ausenta, es la existencia político-social de cierto cuerpo de ideas, encarnado en un gran cuerpo de militantes disciplinados y organizados, a su vez bien enraizados en su clase trabajadora y realidad social y en consecuencia, con suficiente inteligencia táctica. Esos son los ingredientes históricos de mínimos para guiar una revuelta hacia un salto cualitativo por el poder, transformándose en centro de autoridad alternativo, en alternativa política, y por lo tanto, en revolución política. Pero esos ingredientes no aparecen de la nada, ni de la pura voluntad. Resultan de la conjunción entre elementos de ruptura social objetiva con el orden social capitalista, y la existencia de propuestas de ruptura política total con el capitalismo. Y la juventud proletaria, en sus múltiples concreciones globales, representa uno de los principales vectores de existencia de esa ruptura social objetiva en la actualidad. Esta es una de las grandes lecciones que, en las filas del proletariado consciente, articulamos después de asistir incrédulos a la anterior década y media de insurrecciones sin revolución en todo el globo. Desde esa perspectiva, ponderada, debemos observar las revueltas juveniles desatadas en Marruecos, y a riesgo de hacer extensivos análisis de brocha gorda, en múltiples lugares de la periferia global.
Por otro lado, no debemos obviar el papel geoestratégico de Marruecos para el imperialismo atlantista, sus relaciones directas con el Estado español y sus vínculos con el sionismo. Marruecos no solo ha sido una pieza clave para el dominio imperialista del Magreb o para el criminal control fronterizo europeo. El régimen marroquí ha mantenido un sorprendente equilibro afianzando su relación estratégica con el estado sionista de Israel mientras a la vez que una mayoría social del país era indudablemente propalestina, sin que eso significase desestabilización o ira popular significativa hacia el gobierno. El reconocimiento del estado sionista por parte de Marruecos fue recompensado por la primera administración Trump con el reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara Occidental, y a partir de aquí, la colaboración militar y económica con la entidad sionista se ha acrecentado gradualmente, así mismo, en las complejas relaciones geoestratégicas y diplomáticas entre el Estado español y Marruecos, al mismo tiempo, se han intensificado elementos de presión por parte del régimen marroquí para obtener logros históricos, como el cambio propugnado por el Gobierno de Sánchez respeto al apoyo español al Sáhara Occidental. Este variado cóctel podría abrir nuevas coyunturas en el momento que el impacto de la causa propalestina- y las contradicciones agudizadas en el seno de los gobiernos occidentales- interactúe con la desestabilización de uno de los principales punto de apoyo al imperialismo y al sionismo en el Mediterráneo; sobre todo teniendo en cuenta que las crisis sociopolíticas en el Estado español y en Marruecos tienen un histórico de influencias y repercusiones mutuas sobre el lienzo de una relación colonial.
En tercer lugar, debemos actuar, coherentemente con nuestros principios y en proporción a nuestras capacidades. La clave fundamental está en el hecho de que el proletariado marroquí es objetivamente algo más para nosotros que otra concreción de la condición proletaria en la periferia global. El éxodo marroquí en el Estado español conforma una de las principales comunidades migrantes históricas en el Estado. Como MS hemos defendido la necesidad de levantar referencias políticas para la clase trabajadora migrante, que contribuyan a su activación en clave comunista ante la amenaza del racismo, la reacción y el estado autoritario; y eso, en el Estado español, pasa sí o sí por entender las claves para hacerlo respecto al proletariado de origen marroquí y amazigh, con especial relevancia en sus sectores juveniles. Pero sabemos que no es un camino fácil y que las claves no están para nada dadas. El peso de la despolitización en esos sectores es fuerte, nuestra comprensión de su realidad y de la tarea aún limitada. En muchos casos, actúa directamente el peso del yugo de control ideológico que mantiene el régimen marroquí hacia su población migrante en el extranjero por múltiples mecanismos. Ante ello, debemos corresponder a las oportunidades que desbloqueen estas trabas: la presente revuelta de la juventud marroquí es una clara oportunidad y un poderoso ejemplo, a la que responder poniendo nuestras organizaciones, sindicatos de vivienda y tejido asociativo donde existen lazos con la clase obrera marroquí de aquí a disposición de ser espacios útiles para amplificar y discutir la crítica al régimen marroquí y difundir el apoyo solidario a las protestas, y si fuera necesario, movilizarnos.
Por último, como comunistas también debemos actuar desde la oposición enérgica a cualquier lectura de la situación que alimente la confrontación nacionalista, racista o reaccionaria, sobre todo a raíz de las repercusiones que esta revuelta pueda tener en las relaciones entre el Estado español y Marruecos. Lleguen al punto que lleguen hipotéticas tensiones o juegos de influencia cruzados entre los dos estados, nuestra posición debe ser firme. Debemos impulsar el combate y la crítica contra nuestro propio Gobierno de corte imperialista y contra los ataques antiproletarios y reaccionarios hacia el proletariado migrante, vengan de donde vengan, levantar la solidaridad de clase con nuestros hermanos y hermanos proletarios marroquíes y el apoyo estratégico a su lucha contra la dominación neocolonial y el régimen burgués que la protege, siendo la potencial incorporación de la juventud trabajadora marroquí del Estado español al proyecto comunista un enlace estratégico para tal tarea. Así mismo, el ya demostrado papel de activación política que ha tenido la causa propalestina para la clase trabajadora árabe en Europa, lo debemos acompañar ahora del debate y el señalamiento del papel igualmente cómplice de los gobiernos español y marroquí con el sionismo, que permita socializar una lectura política que desplace el peso de los relatos de guerra y choque de religiones, reforzando por contra el marco de la lucha contra la guerra imperialista y por la forja de un nuevo internacionalismo.