Pakistán afronta una de sus peores crisis internas recientes tras la violenta represión de manifestantes propalestinos. Las protestas, que se intensificaron en Lahore y Muridke, fueron duramente reprimidas por la policía y el ejército, con al menos 15 muertos reportados y decenas de heridos graves, según reportes de las autoridades pakistaníes. Son cifras que la oposición estima mucho mayores, asegurando que cientos de cuerpos fueron abandonados en las calles y retirados posteriormente en camiones.

El partido musulmán de extrema derecha Tehreek-e-Labbaik Pakistan (TLP) organizó una marcha hacia Islamabad para protestar contra el acuerdo de alto el fuego en Gaza, percibido como una traición a la causa palestina. Según recoge el Hinduistan Times, en los enfrentamientos se habrían registrado tiroteos, lanzamiento de piedras, uso de cócteles molotov y palos con clavos contra las fuerzas represivas, que respondieron con disparos y cargas. La tensión se mantuvo incluso tras la imposición de cortes de internet en algunas ciudades y el cierre de accesos a vías para detener el avance de los manifestantes.​

La ofensiva represiva se enmarca en un contexto de creciente militarización y control autoritario del régimen pakistaní, apoyado por Estados Unidos, que usa la violencia para sofocar la disidencia política y contener protestas que cuestionan la normalización de relaciones con el Estado de Israel. El gobierno objetó que los manifestantes buscaban "desestabilizar el país" y justificó el uso de la violencia contra ellos alegando "ataques con armas contra las fuerzas de seguridad".

Este episodio recuerda a otros momentos de represión masiva en Pakistán y pone en evidencia la creciente vulnerabilidad de amplios sectores sociales. La censura mediática y la limitación de cobertura internacional buscan minimizar el impacto del despliegue represivo, mientras el malestar y las protestas por Palestina continúan agitando crisis políticas en la República Islámica y mundo.