Con la cabeza alta
Es extraña la sensación cada vez que cogemos el móvil y nos golpea la avalancha de imágenes en las redes. Vemos a fascistas atacando un gimnasio con palos y piedras al grito de “rojo y “maricón”. Vemos a Vito Quiles rodeado de niñatos con rojigualdas y nazis reconocidos en campus universitarios. Vemos a cargos de VOX exaltando abiertamente el nazismo mientras se atreven a señalar a otros de antisemitas. También clips virales en Tiktok de podcast donde todo tipo de imbéciles piden que vuelva Franco a la par que dicen cualquier tipo de estupidez machista . Y en medio de todo esto, sentimos una mezcla de rabia y, sí, también temor.
Pero ese miedo no es nuevo. Nuestra clase lo conoce bien. Está grabado en nuestra memoria con fuego y sangre, porque ya hemos vivido lo que significa el fascismo: la represión, las cárceles, los fusilamientos, el terror. Y por eso cada vez que oímos esos ecos, sabemos que no son solo provocaciones. Es el mismo proyecto de siempre: aplastar a la clase trabajadora organizada.
La diferencia hoy es que el movimiento obrero está débil, disperso, sin la fuerza que tuvo en otros tiempos. Pero incluso en esas circunstancias es capaz de plantar cara con heroísmo, de defenderse y vencer, como hemos podido ver estas semanas. Conviene recordarlo: los fascistas perdieron en Gasteiz y perdieron en Vallekas. No son más que el perro faldero de los poderosos, siempre dispuesto a correr a escudarse en la policía ante cualquier respuesta contundente. La valentía de quienes les hicieron frente es ejemplo y fuente de inspiración, es motivo para llevar la cabeza alta y decir alto y claro que en nuestro bando el orgullo y la convicción siempre vencerán al miedo, porque luchamos por nuestra clase y nuestra gente, por un futuro sin explotadores ni sicarios. La moral es decisiva en cualquier batalla, y esta gentuza está poniendo sus muchos altavoces -pagados por la oligarquía- para tratar de fingir una fuerza que no tiene y convertir sus derrotas en victorias. La izquierda mediática les hace el juego, extendiendo un falso discurso de victimización -e incluso tragándose bulos propagados por los nazis para vestir el fracaso de triunfo- que solo puede servir para extender la desmoralización entre los nuestros. A nosotras no nos encontrarán en esas.
Mientras tanto, el Estado pretende convencernos de que una ley o un decreto bastan para frenar al fascismo. El PSOE anuncia ahora una ley para retirar símbolos fascistas de las calles. Llega, como siempre, tarde y vacía. Lo que los militantes antifascistas llevan décadas haciendo, enfrentándose a la represión y a la cárcel, ahora lo quieren convertir en un gesto institucional. Pero los símbolos son lo de menos: los fascistas no están en las placas, están en las calles, organizándose, golpeando en Gasteiz, en Valladolid, en Vallekas o en Burgos. Y los que acaban detenidos son siempre los mismos: los antifascistas, los que plantan cara. Por mucho que el PSOE se quiera dar a si mismo de antifascista, lo que vivimos en las calles es muy distinto: uno golpea, el otro encubre; uno pega con el bate, el otro con la porra.
¿De qué sirve retirar una estatua si las empresas de desokupación, llenas de nazis confesos, crecen como nunca bajo su gobierno? ¿De qué sirve una ley de memoria si las ideas por las que lucharon nuestros abuelos siguen criminalizadas y ultraderechistas siguen mandando en la policía, en los tribunales y en las empresas?
Bildu pide aplicar la ley de memoria democrática para “evitar exaltaciones del franquismo”. Pero esa ley no fue pensada para combatir al fascismo, sino para enterrarlo bajo toneladas de burocracia. Hace 25 años se empezaron a abrir las primeras fosas, y todavía hoy hay familias que siguen buscando a sus muertos. Medio siglo después, los herederos de los asesinos siguen ocupando escaños, y los que luchan por la memoria siguen siendo criminalizados y encarcelados.
El fascismo no es una reliquia del pasado. Es una herramienta del presente. Es el programa de las oligarquías ante las situaciones de crisis para proteger sus intereses. Y frente a eso no sirven los discursos ni las leyes aisladas. Solo hay una salida: reconstruir el poder de nuestra clase. Fortalecer la organización comunista y ser capaces de plantar cara. Discutir a su propaganda permanentemente y hacer frente a sus agresiones. Volver a mirar a los ojos a nuestros compañeros y saber que no estamos solos.