Nahia Sanzo Ruiz de Azua (Vitoria-Gasteiz, 1982) es periodista y socióloga, con Máster en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y en Problemas Sociales por la UNED. Es integrante de Geopolitikaz, un grupo de investigación orientado al estudio y análisis de la política internacional, las relaciones internacionales, los estudios de área y la geopolítica, creado en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Además, edita el blog slavyangrad.es, en el que sigue desde 2014 la actualidad de la guerra en Donbass y en Ucrania. También colabora habitualmente en varios medios de comunicación.
En los últimos meses, la integración de algunos países de Europa del Este en la Unión Europea (UE) y la OTAN ha mostrado síntomas de crisis: Hungría ha marcado ciertas distancias con la postura oficial de la OTAN ante Rusia, las elecciones en Rumanía han estado sometidas bajo una gran presión externa y la crisis política en Georgia sigue en pie. Mientras algunos países miembros empiezan a distanciarse de la postura oficial de la OTAN, los países en vías de integración a la UE empiezan a cambiar de orientación.
¿Cuál es la situación de la UE y la OTAN ante los países de Europa del Este?
La expansión de la UE y la OTAN, siempre entendido como una dupla, un todo en el que no se puede elegir uno sin el otro, ha sido el principal proyecto político de Bruselas desde el final de la Guerra Fría. Desaparecida la Unión Soviética y eliminados tanto el Pacto de Varsovia como el socialismo, solo quedaron el capital y las opciones políticas y militares de Europa occidental. En ocasiones, imponer ese modelo como única alternativa posible ha requerido presión, pero el avance de la UE y la OTAN ha sido imparable ante la inexistencia de ninguna alternativa.
La expansión pareció imparable durante dos décadas, la frontera de la OTAN y la UE se desplazó al este hasta la que fuera frontera de la Unión Soviética y se integró por la vía rápida a Estados que, como los países bálticos a pesar de su represión de los derechos políticos y civiles de sus minorías de habla rusa. El proceso de ampliación siguió la lógica que también conocieron los países del sur: promoción del sector servicios, privatización y desindustrialización. En muchos de esos países del este, en los que la caída del socialismo significó una reacción económica hacia el shock capitalista, no hubo la más mínima resistencia.
“Hay casos en los que parece la expansión por la expansión en sí, sin que haya más argumento político. El ímpetu por forzar la adhesión de países como Moldavia, donde en el último referéndum se ha visto que la popularidad de la UE no es particularmente alta, es un ejemplo de ello”.
Nada dura eternamente y en los momentos de crisis son más evidentes las fisuras que siempre han existido. En esos países, se sustituyó el modelo económico, solo quedaron en pie partidos cuya ideología se adaptaba a las necesidades de expansión de la UE y la OTAN y se primó la emigración como forma de conseguir remesas y el dumping laboral para aprovecharse de los bajos salarios de esas poblaciones y poder externalizar parte de la industria de los países occidentales, lo que garantizaba empleo y paz social. Las diferentes crisis que se han producido en los últimos años se han acumulado para crear un caldo de cultivo en el que han surgido movimientos y partidos euroescépticos, en muchos casos racistas, de extrema derecha y con el rechazo a la inmigración como base central. El ascenso de ese tipo de formaciones es más peligroso aún en países más pobres, en los que el sistema establecido ofrece menor sensación de pertenencia y se le debe menos lealtad. No es exactamente rechazo a la pertenencia a la UE, y desde luego tampoco a la OTAN, porque no hay movimientos políticos ni sociales anti-OTAN verdaderamente fuertes, pero sí rechazo a la percepción de la deriva actual.
¿Qué relación tienen los países de Europa del Este que aún no están integrados en la UE y la OTAN con estos bloques?
Todo lo situado al norte de Grecia, al este de Polonia y al sureste de Turquía son para la UE y la OTAN el extranjero cercano, un bloque de países a los que aspira a expandirse en cuanto sea posible y siempre en sus condiciones. Para ello ha dedicado años de trabajo y muchos millones de dólares. Esos países no tienen una unidad, no hay un centro que haga de ellos aliados ni bloques políticos y militares que puedan rivalizar con la Unión Europea, que se ha convertido, si es que no lo fue siempre, en el brazo político de la OTAN. La política de expansión de la UE permitió la entrada de países en los que minorías lingüísticas tenían restringidos los derechos civiles y políticos y está dispuesta a continuar haciendo lo propio para poder extenderse al máximo por la geografía de Europa y partes de Asia.
Hay casos en los que parece la expansión por la expansión en sí, sin que haya más argumento político. El ímpetu por forzar la adhesión de países como Moldavia, donde en el último referéndum se ha visto que la popularidad de la UE no es particularmente alta, es un ejemplo de ello. Metsola, von der Leyen y todo el plantel de líderes de los países miembros exaltaron ampliamente la victoria de Maia Sandu y su partido, no solo en las elecciones, sino especialmente en el referéndum, que se presentó como un proceso en el que se ponía sobre la mesa la adhesión, algo que no es exactamente cierto. Lo que se votaba no era la adhesión, una decisión que se tomará en los despachos y se ofrecerá a la población como hecho consumado, sino si la aspiración se incluía en la Constitución.
El ejemplo de Moldavia es paradigmático en cuál es la actuación de las clases dirigentes de los países que aspiran a ser absorbidos por la UE y Bruselas. Tanto en el referéndum como en las elecciones generales, el proceso fue el mismo: el partido en el poder denuncia injerencia rusa ante la posibilidad de unas elecciones de resultado incierto y, si sale mal, se clama fraude. Si sale bien, se alaba al país por haber superado la injerencia rusa contra viento y marea. En Moldavia han pasado las dos cosas y además en menos de 24 horas. El resultado del referéndum daba a entender la victoria del no con el recuento nacional. Sandu proclamó injerencia rusa y sugirió la posibilidad de fraude. Por la mañana, el voto exterior, fundamentalmente de la Unión Europea, ya que se había limitado notablemente la posibilidad de votar a la comunidad moldava en Rusia, se dio la vuelta al resultado. Pero se siguió denunciando injerencia. A pesar de lo ajustado del resultado, la Unión Europea cantó victoria y proclamó el camino irreversible de Moldavia a la UE como un país unido, como si pudiera integrarse un país en un bloque político con la mitad del país en contra.
“Con una rapidez que no suele ser propia de la institución, la justicia ha invalidado las elecciones alegando injerencia externa. En Europa nos encontramos en un momento en el que es muy fácil alegar que se producen amenazas externas”.
En este contexto, la labor de la Unión Europea y especialmente del Parlamento Europeo con respecto a estos países a los que aspira a expandirse es precisamente favorecer esas narrativas: existe una unidad absoluta alrededor de la adhesión al camino euroatlántico, que es único e incluye necesariamente a la OTAN, y cualquier síntoma de distensión, caída en la popularidad o dudas sobre la posibilidad de reelección de los Gobiernos calificados de proeuropeos tiene que ser necesariamente muestra de injerencia externa. Se ha construido un discurso de partidos, movimientos y líderes proeuropeos contra partidos, movimientos y líderes prorrusos que simplifica absolutamente los procesos electorales, hace de ellos prácticamente una parodia y en los que, si la población vota mal, ha de ser necesariamente porque las elecciones se han manipulado desde las potencias enemigas.
¿Qué factores han llevado a la repetición de la primera vuelta las elecciones presidenciales y la crisis política en Rumanía?
El caso de Rumanía es claro en este sentido. Se han producido unas elecciones en las que no ha ganado un candidato aprobado como proeuropeo. El shock fue muy fuerte, no porque hubiera ganado un candidato de extrema derecha, sino porque ni siquiera aparecía seriamente en las encuestas. Así que se ha actuado con rapidez para acabar con el problema tratando las consecuencias y no las causas. No se trata de ver por qué la población votó como lo hizo, sino hacer como si no hubiera ocurrido y dar una nueva oportunidad a la población de votar bien.
Con una rapidez que no suele ser propia de la institución, la justicia ha invalidado las elecciones alegando injerencia externa. En Europa nos encontramos en un momento en el que es muy fácil alegar que se producen amenazas externas. Hace unos días, sin que existiera el más mínimo indicio, Annalena Baerbock se refirió al accidente de una avioneta de carga en Lituania como “amenazas híbridas”, una forma de decir que era posible que un actor externo, que no hace falta decir que es Rusia, podría haberla derribado. Ayer (sábado, 21 de diciembre), Lituania confirmó que no había indicios de sabotaje. Es decir, fue un accidente. Pero en el momento en el que ocurrió, a nadie le pareció extraño que se apuntara a una actuación externa. En el caso electoral ocurre exactamente lo mismo. Ante unos resultados electorales pésimos para el establishment político del país, se ha buscado la forma de anular las elecciones.
Los motivos son claros. No se trata de la alarma de la victoria de una persona prácticamente desconocida y con posturas claramente de extrema derecha. Su postura contra la inmigración o el revisionismo histórico para rehabilitar a quienes colaboraron con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial no son el problema, es algo que comparte con otras extremas derechas aceptables. El problema es el discurso contra la Unión Europea y, sobre todo, contra la OTAN. Rumanía es un país clave en la expansión de la Alianza hacia el este y, por ejemplo, la base de Constanza es clave en la actual estrategia de contención de Rusia y presión a Moscú.
El factor más claro ha sido el temor a una presidencia euroescéptica y contraria a la expansión de la OTAN. Sin ese factor de rechazo, por ejemplo, a la asistencia occidental a Ucrania, habría sido más difícil justificar la decisión judicial, que es bastante cuestionable. Pero ese aspecto ha hecho también más fácil alegar injerencia externa o presentar a Georgescu como un títere de Rusia. Así que se ha buscado una forma, con un informe de los servicios secretos que viene a decir que Rusia manipuló el algoritmo de Tik-Tok, de propiedad china, para dar aún más halo de conspiración al asunto, para favorecer a Georgescu. De un plumazo, y sin más evidencia que lo que dicen los servicios secretos, que no pueden considerase precisamente una fuente imparcial, se ha dicho a la población rumana que ha sido manipulada y por eso ha votado mal. Así que repitamos las elecciones, en esta ocasión ya bajo la sombra de que cualquier mal voto es un voto para el Kremlin y con unidad de los partidos apropiadamente proeuropeos, por si acaso la manipulación de Tik-Tok no era el único motivo por el que los resultados electorales fueron los que fueron.
¿Por qué crees que ganó Georgescu? ¿Qué representa? ¿Cómo reflejan estos resultados la situación social y económica actual del país?
En situaciones de desarrollo normal de un país, no se habrían producido los resultados electorales que se produjeron. No es que haya ganado un candidato de extrema derecha, es que ha ganado un candidato de la derecha más extrema posible y que es contrario a la base del orden establecido actual, la UE y la OTAN. Eso es lo que ha hecho saltar todas las alarmas y por eso se ha actuado para presentarle como un títere de una potencia extranjera enemiga y hacer todo lo posible para que desaparezca como factor.
Rumanía es uno de los países más pobres y desiguales de la Unión Europea, donde la UE no ha traído prosperidad, sino que se ha continuado con la dinámica de desindustrialización, tercerización de la economía y ciclos de crisis que han ahondado en una crisis que ya existía. La emigración es una de las vías de salvación y las remesas que envían quienes trabajan en el extranjero son una fuente importante de ingresos. Eso crea unas clases privilegiadas y unas clases trabajadoras cada vez más alejadas de los ideales que se les prometió con la restauración del capitalismo y la integración euroatlántica.
“Las crisis no producen esos discursos, pero sí hacen más fácil que se traduzca en resultados electorales. Es lo que ha ocurrido en Rumanía con la victoria de Georgescu. Cuando la izquierda desaparece como fuerza política o no es capaz de plantear soluciones ni dar alternativas, el voto protesta está en la derecha”.
En este contexto, en muchos países han comenzado a florecer movimientos que se preguntan cuánto cuesta a los y las contribuyentes del país mantener la Unión Europea, contribuir a la OTAN o aportar financiación para la guerra de Ucrania y qué no se hace en el país en lugar de eso. Es completamente falaz presentar los números, por ejemplo, de aportación a Ucrania y comparar con lo que se podría hacer en el país en gasto social. El declive del estado del bienestar no se produce por la guerra de Ucrania ni se iba a utilizar ese dinero para mejorar las pensiones de la población, por ejemplo. La tendencia al recorte, a eliminar derechos y a volver a un Estado más limitado es mucho anterior. Pero es un discurso populista que está calando: si no hubiera que mantener a los burócratas de Bruselas, si no hubiera que financiar la guerra habría dinero para la población. El modelo actual no es fruto de la coyuntura, es una idea planificada de reducir gasto social. Pero en momentos de crisis, es fácil imponer ese discurso.
A eso hay que sumar el gran tema actual, el rechazo a la inmigración y la visión de la población migrante como la causa de todos los problemas: el crimen, el paro, el coste del Estado. Es fácil culpar a la población más vulnerable, aunque su intención no sea más que trabajar para salir adelante.
Las crisis no producen esos discursos, pero sí hacen más fácil que se traduzca en resultados electorales. Es lo que ha ocurrido en Rumanía con la victoria de Georgescu. Cuando la izquierda desaparece como fuerza política o no es capaz de plantear soluciones ni dar alternativas, el voto protesta está en la derecha. En esta ocasión, está muy a la derecha, en una extrema derecha muy radicalizada, pero capaz de imponer el discurso.
¿Y en Georgia? ¿Qué ha provocado la crisis política? ¿Cuáles han sido las causas principales de las recientes protestas?
Si lo miramos a corto plazo, el caso georgiano es similar al rumano, en el sentido que las protestas han comenzado a causa de unas elecciones. Sin embargo, las diferencias son claras. En Rumanía no ha habido una reacción de una parte de la sociedad sino del establishment político, que ha entregado a la ciudadanía unos hechos consumados contra los que no puede hacer nada. El caso georgiano es más profundo, aunque si escuchamos a la presidenta Zurabishvili, podría parecer que todo se limita a unas elecciones fraudulentas y a una usurpación del poder.
El problema es que hay mucho más, ya que no es un resultado electoral imprevisto, ni un caso de fraude y ya está. Las causas son más profundas y es algo que se ha extendido en el tiempo y que está también muy relacionado con la situación geopolítica de Georgia, que marca claramente la situación.
Desde hace décadas, pero especialmente desde 2008, cuando Georgia sufrió una derrota militar contra Rusia, que se quedó a escasos kilómetros de Tiblisi, aunque nunca tuvo intención de llegar a la ciudad, el objetivo de las élites políticas, todas ellas, ha sido la integración euroatlántica. En ello están de acuerdo los dos bandos que ahora luchan por el poder político, que podemos resumir en el primer ministro de Sueño Georgiano, el partido que ha ganado las elecciones, y la presidenta.
El origen de las protestas está en las dos leyes que Sueño Georgiano intentó aprobar en 2023 para controlar la financiación de ONGs y otras instituciones que recibieran financiación extranjera. Desde el final de la Guerra Fría, la financiación extranjera ha creado una especie de complejo militante activista que generalmente se ha dedicado a las causas predilectas de Occidente y, sobre todo, a la promoción del camino euroatlántico. De esta forma, se ha conseguido confundir la sociedad civil con las ONG y cualquier legislación que aspire a controlar la financiación de esas organizaciones es percibida como una limitación a la libertad y una forma de represión de la sociedad civil. Esa legislación, que no es diferente a la existente en otros países como Estados Unidos (donde hay que registrarse como agente extranjero en caso de recibir financiación para realizar actos de relaciones públicas de ciertas causas o personas), pero el rechazo hizo que las protestas fueran enmarcadas en la lucha contra “la ley rusa”.
“En realidad, ni Sueño Georgiano es un partido prorruso ni Georgia ha cambiado de idea y quiere alejarse de la UE y acercarse a Moscú. Pero Kobajidze sí es más pragmático que Zurabishvili, que simplemente quiere que la Unión Europea no reconozca los resultados electorales y ayude a conseguir una repetición electoral para intentar mantener su poder”.
La oposición vio en la ley una agresión contra sus instituciones y una oportunidad de utilizar la coyuntura para imponer la visión de que Sueño Georgiano era un partido prorruso. Esa idea se ha mantenido en la temporada electoral, lo que deja a la oposición vendida en el momento en el que SG gana las elecciones. ¿Cómo se explica que en un país en el que lo ocurrido en 2008 y la pérdida de Osetia del Sur y Abjasia provocó una fuerte reacción antirrusa pueda ganar las elecciones un partido prorruso? Es simple, igual que en Rumanía, ha tenido que ser Rusia. Moscú, que no es capaz de controlar que no haya protestas en Abjasia, donde tiene presencia militar, aparentemente controla el sistema político de Georgia, donde ni siquiera tiene una embajada.
Las protestas actuales son una lucha de poder entre las dos facciones, ambas proeuropeas y ambas neoliberales -con un giro conservador y religioso reciente por parte de Sueño Georgiano, más que nada como reacción a las posiciones más liberales europeas en lo social- y que tienen el mismo objetivo: integrar a Georgia en la Unión Europea. La acusación de fraude por parte de Zurabishvili y la oposición en general inició las protestas, que han seguido según el escenario de Maidan u otras revoluciones de colores. Cualquier mal paso del Gobierno, como la brutalidad policial o detenciones excesivas, es utilizado por la oposición para avanzar sus objetivos, entre los que destaca obtener el apoyo de la Unión Europea, que se manifiesta en la presencia de diplomáticos de los países bálticos en las protestas o el discurso de Zurabishvili esta semana en el Parlamento Europeo, que aprovecha otro paso de torpeza política, suspender temporalmente las conversaciones para la integración de Georgia, que en realidad ya estaban de facto suspendidas por la UE, como argumento para alegar que Sueño Georgiano sabotea la integración europea y quiere acercarse a Rusia.
En realidad, ni Sueño Georgiano es un partido prorruso ni Georgia ha cambiado de idea y quiere alejarse de la UE y acercarse a Moscú. Pero Kobajidze sí es más pragmático que Zurabishvili, que simplemente quiere que la Unión Europea no reconozca los resultados electorales y ayude a conseguir una repetición electoral para intentar mantener su poder. No hace falta que haya pruebas de fraude, que no las hay, solo que el escenario sea lo suficientemente creíble para que una parte de la sociedad siga movilizándose.
Georgia, un país pequeño y encajonado en una posición geográfica que hace necesario no enemistarse excesivamente a Rusia, no se ha unido a las sanciones antirrusas y no se ha movilizado para enviar asistencia militar a Ucrania, un país al que ha apoyado contra Rusia desde que comenzó el conflicto en 2014. Pero Georgia no puede arriesgarse, por ejemplo a abrir un segundo frente contra Rusia atacando Abjasia u Osetia como pedía Ucrania. Sería un paso suicida, así que Georgia ha optado por mantenerse al margen y tratar de aprovecharse de la coyuntura, por ejemplo, aumentando sus exportaciones a los países de Asia Central, una forma de comerciar indirectamente con Rusia. Esa postura geopolítica, que desde Ucrania se ha visto de alguna forma como una traición, ha perjudicado a Georgia con la Unión Europea, que ha endurecido sus exigencias y que ha dejado la puerta abierta a apoyar, como hiciera en Maidan, a una facción política contra la que ahora gobierna. En ese caso, la soberanía no está en cuestión ni sería una injerencia externa.
Hemos visto un crecimiento de partidos y movimientos de extrema derecha en Europa del
Este en los últimos años. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno y qué rol juegan estos partidos en la disputa geopolítica en la región?
El crecimiento de los partidos y movimientos de extrema derecha en el antiguo bloque socialista es paralelo a la desaparición de la izquierda como alternativa política ante la imposición absoluta del capitalismo -en su versión más salvaje, además- como modelo económico y el nacionalismo como ideología social. Durante más de dos décadas en ese proceso ha habido un consenso con el orden político establecido tanto en la demonización de opciones de izquierdas como en el rechazo a todo lo heredado de las décadas del socialismo. Esos movimientos solo son problemáticos para ese orden en el momento en el que chocan en temas estratégicos o considerados existenciales. Es el caso, por ejemplo, de la aceptación de la Unión Europea o la OTAN.
“En estos momentos, la sensación de crisis, la reacción racista contra la inmigración y el cuestionamiento del sistema, o al menos la crisis de representación, que ha vaciado de contenido a los partidos y creado una sensación de que no hay soluciones en el orden establecido son el caldo de cultivo en el que aumenta la extrema derecha tanto en Europa occidental como oriental”.
En estos años, se ha aceptado el discurso racista y contrario a la inmigración que han mantenido esos movimientos, muchos de ellos abiertamente nativistas, y no se ha visto mayor problema en la rehabilitación de las figuras de la etapa de entreguerras, personas y grupos que colaboraron con el fascismo, en muchos casos masacrando, por ejemplo, a la población judía. El choque llega únicamente cuando se cuestionan las opciones geopolíticas. El ejemplo claro del ascenso de la extrema derecha como fuerza política, e incluso militar, es Ucrania, donde el nacionalismo de esos grupos cada vez es más difícil de distinguir de la del Estado y donde su posición geopolítica es similar a la del Estado -o no es el aspecto prioritario, por lo que no se incide en ello- y actúa como un complemento al Gobierno, no en su oposición.
En estos momentos, la sensación de crisis, la reacción racista contra la inmigración y el cuestionamiento del sistema, o al menos la crisis de representación, que ha vaciado de contenido a los partidos y creado una sensación de que no hay soluciones en el orden establecido son el caldo de cultivo en el que aumenta la extrema derecha tanto en Europa occidental como oriental. No hay nada nuevo en Le Pen, la novedad es que ya no funciona tan fácilmente el cordón sanitario. Lo mismo se puede decir de la AfD en Alemania, ni que decir de Meloni en Italia. En la parte occidental del continente ocurre lo mismo. Y de la misma forma, la diferencia entre la extrema derecha aceptable, esa a la que puede votarse para adquirir comisarios en la Comisión Europea y la que hay que combatir es la posición geopolítica. La extrema derecha es aceptable, se puede negociar, se puede llegar a acuerdos con ella siempre que sea proeuropea, pro-OTAN y favorable a continuar con la asistencia militar a Ucrania. Ese es el papel que juegan actualmente en la geopolítica, pasar de ser aceptable o no en base a si pueden ser calificadas de títeres de Rusia, adjetivo que a día de hoy puede aplicarse a cualquier movimiento contrario a la OTAN o crítico con Estados Unidos, sea cual sea su posición con respecto a Rusia, a Ucrania o si son de izquierda o derecha. Puede parecer muy simple, muy burdo y lo es. El problema es que el discurso político actual se mueve entre argumentos vacíos, etiquetas adjudicadas de un plumazo, falta de análisis y nula atención a cualquier tipo de matiz.
¿Cuáles son las intenciones de la UE y la OTAN con estos países? ¿Qué cabe esperar por parte de la OTAN y la UE en Europa del Este a medio plazo?
La intención de la UE y la OTAN en el este de Europa es clara: mantener el statu quo de la expansión hacia el este como herramienta de contención de Rusia y mantenimiento de gobiernos aceptables para Bruselas y Washington. El énfasis va a seguir estando en conseguir que los países candidatos realicen las reformas exigidas para poder extenderse a los Balcanes, Moldavia, Georgia y Ucrania. Este último sigue siendo el centro de la política exterior europea de ambas instituciones y la insistencia de que la guerra termine de forma favorable a Ucrania y a la Unión Europea y contraria a Rusia no solo no ha desaparecido sino que, ante las dificultades, incluso ha aumentado.
La última idea que está circulando actualmente por los medios de comunicación occidentales es el envío de una fuerza de paz de los países europeos -se menciona a Alemania, Italia, Francia o Polonia, todos ellos miembros de la OTAN- en caso de alto el fuego en Ucrania. Eso supondría un aumento sustancial de la participación de esos países en la política ucraniana y un signo inequívoco de la intención de expansión de ambas, también de la OTAN, una de las causas de la actual guerra.
En pocas palabras, se puede esperar de la UE y la OTAN una continuidad en su labor de expansión y de control de los países periféricos, es decir, un intento de impedir el ascenso de movimientos que se consideren contrarios a sus intereses, fundamentalmente en el caso de la OTAN. Y en el caso de países que se resistan a cumplir con las condiciones, no sean lo suficientemente explícitos en su alejamiento de otros bloques políticos -los BRICS, por ejemplo-, continuará un proceso de presiones y aplicación del poder blando que, como se observó en Maidan hace diez años y puede verse en Georgia en caso de intensificación del conflicto, puede llevar a una implicación política más profunda de la UE en los asuntos internos de los Estados.