En solo unos años, el fentanilo ha pasado de ser un problema de salud pública de EEUU a una cuestión central en las tensas relaciones entre Washington y México. Este opioide sintético, responsable de aproximadamente 100.000 muertes anuales en Estados Unidos, ha sido el epicentro de un acalorado debate político. Mientras Donald Trump amenaza con designar a los carteles mexicanos como “organizaciones terroristas” y varios medios estadounidenses responsabilizan a México de “inundar EEUU con laboratorios de fentanilo”, el Gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum intensifica redadas antidrogas, detenciones masivas y campañas preventivas, afirmando que México “no produce fentanilo, sino que es solo un país de tránsito”. Por su parte, las autoridades estadounidenses, incluido el embajador Ken Salazar en su despedida de México, han insistido en que “la droga se produce en territorio mexicano”.
Además, Sheinbaum, se burló de Donald Trump al responder a su propuesta de renombrar el Golfo de México como “Golfo de América”. Sugirió que EEUU debería llamarse “América mexicana”, de acuerdo a un mapa de 1607 que ya utilizaba ese término.
Con la toma de posesión de Trump como un evento inminente, México intenta mostrar avances en la lucha contra el narcotráfico. Según El País, en Sinaloa se han decomisado medio millón de pastillas de fentanilo y el gobierno ha arrestado a casi 7.000 personas relacionadas con el narcotráfico. Sin embargo, estos esfuerzos no han aliviado una crisis de violencia que deja un promedio de 100 homicidios diarios en el país. Mientras tanto, en Estados Unidos, el fentanilo se ha convertido en la principal causa de muerte entre jóvenes de 18 a 45 años, exacerbando una emergencia de salud pública con enormes implicaciones políticas.
Esta crisis redefine la guerra contra las drogas, y tensiona una relación bilateral marcada por acusaciones mutuas. Como señala el fiscal general Merrick Garland, “el fentanilo es la droga más mortal que nuestro país ha enfrentado”, subrayando el impacto devastador del opioide en las comunidades estadounidenses. A medida que Trump asume el poder, las perspectivas de colaboración entre ambas naciones parecen más inciertas que nunca, dejando a México y Estados Unidos atrapados en una narrativa de confrontación que ninguno ha logrado controlar del todo.