Tras 15 meses de genocidio retransmitido en directo parece que el alto el fuego firmado por Hamas e Israel ha devuelto algo de calma a Gaza. En cuanto han cesado los bombardeos indiscriminados, los palestinos han comenzado a volver a lo que queda de sus hogares encontrándose con un mar de escombros salpicado por huesos humanos podridos al sol. Las imágenes que circulan en las redes sociales son espeluznantes. Sin contar las muertes producidas por el hambre, las enfermedades y el frío, la revista The Lancet estima que son más de 70.000 los palestinos asesinados en Gaza, es decir, 1 de cada 35 gazatíes.
Sin embargo, las imágenes que más impresión han causado son las que muestran a la Resistencia Palestina victoriosa, con los fusiles en alto y aclamada por la población. No es para menos: ni utilizando toda la inteligencia y el poder militar de occidente de forma indiscriminada han podido los sionistas cumplir sus objetivos en Gaza. Ni los que se marcaron públicamente (destrucción completa de la Resistencia Palestina y liberación de los presos israelíes), ni mucho menos con el objetivo real de la intervención militar: expulsar a la población de la franja a Egipto o, por lo menos, al sur de esta. Israel tampoco ha conseguido que los palestinos den la espalda a la resistencia, ni chantajeándolos con el hambre, la sed, el frio, la enfermedad o directamente con el exterminio. Con esto, no pretendo hacer una lectura triunfalista de los acontecimientos. Es evidente que Israel está coqueteando abiertamente con la opción de romper la tregua en cuanto llegue a la segunda fase y consiga liberar a parte de los rehenes. No creo que retirarse completamente de la franja entre en ninguno de sus planes, a no ser que se vea forzado a ello. Tampoco podemos obviar que la calma en Gaza ha venido acompañada de una remarcable ofensiva militar en Cisjordania, donde el ejercito sionista y las fuerzas cipayas de la Autoridad Nacional Palestina están confrontando directamente a la resistencia armada.
Lo que sí ha cambiado estos últimos meses ha sido la situación en Oriente Medio. Israel ha conseguido, al menos momentáneamente, instalar una correlación de fuerzas más favorable a sus intereses, sobre todo a raíz del cambio de gobierno que se ha producido en Siria y la consiguiente ocupación del territorio y destrucción de su infraestructura militar. Tampoco hay que obviar la merma de las capacidades ofensivas de Hezbolá, aunque sobre el terreno siga siendo una fuerza capaz de resistir al ejército sionista. Sin embargo, Israel también tiene motivos para la preocupación: Irán ha demostrado capacidad de bombardear cualquier punto en Israel, con todo lo que ello implica. Los Hutíes han bloqueado el Mar Rojo y nadie ha podido evitarlo. Lo que ha quedado claro es que, si el imperialismo occidental de verdad quiere intentar subordinar oriente medio a sus intereses y acabar con el poder iraní, las dimensiones del enfrentamiento y la catástrofe pueden ser enormes. Que eso suceda o no lo decidirán los cálculos geopolíticos de Washington, que tiene la capacidad de imponer las decisiones que quiera a su aliado ya que Israel es económica, política y militarmente dependiente de los EEUU. Como estado colonial que es, su supervivencia depende de los promotores exteriores.
Lo que no acabará ni con el alto el fuego, ni con la situación geopolítica regional es la limpieza étnica sionista. Este es un proceso que se ha llevado a cabo sistemáticamente durante décadas contra la población palestina: destruyendo sus hogares, dejándola sin tierra, excluyéndola de la vida civil, impidiendo sus movimientos… El proyecto político de instaurar un estado judío étnica y religiosamente homogéneo en una región enormemente diversa implica la expulsión o la eliminación física del diferente, de la población árabe. El genocidio es la esencia misma del estado sionista. Y, de momento, lo único que está impidiendo que este proceso se culmine es la resistencia que ha opuesto el pueblo palestino; ni sus aliados regionales, ni mucho menos la llamada comunidad internacional han sido capaces de contener a Israel. Es más, Trump ya ha hablado abiertamente de sobornar a Jordania y a Egipto para que acepten a la población Palestina en sus territorios dejando el camino libre para la implementación del “Gran Israel”. El alto el fuego puede suponer una pausa en este proceso, pero de ninguna manera nos acerca a una solución definitiva.
La causa del genocidio es la existencia misma de Israel y esa existencia depende completamente de sus aliados occidentales. Creo que así formulado queda bastante claro cuáles son las tareas actuales. Es urgente aumentar la presión sobre los gobiernos que sostienen el sionismo: señalar a los cómplices, exigir la ruptura de relaciones comerciales y diplomáticas, debilitar al máximo la capacidad del estado genocida. Desnormalizar cualquier evento que pretenda blanquear la imagen del estado genocida, como se pretende hacer el 7 de febrero en Gasteiz, con el partido del Maccabi de Tel Aviv. Y no dejar de hablar de Gaza. No permitir que el alto el fuego sirva de cortina de humo que oculte la devastación, no permitir que poco a poco deje de ser noticia el descubrimiento de cadáveres, como dejó de serlo el bombardeo de hospitales; cuando los muertos se cuentan por decenas de miles se corre el riesgo de naturalizar la barbarie. No olvidemos, que cada nombre añadido a la interminable lista de muertos en Gaza es una persona, como tú o como yo, y que todas las vidas proletarias tienen el mismo valor incalculable.