El 3 de marzo, alrededor de las 12:15 hora local, un vehículo irrumpió en la zona peatonal de Paradeplatz en Mannheim (Alemania), atropellando a un grupo de personas. El incidente resultó en dos muertes y once heridos, cinco de ellos de gravedad. El conductor, identificado como Alexander Scheuermann, un alemán de 40 años del estado de Renania-Palatinado, fue detenido tras una persecución en la que intentó suicidarse.
Como es habitual cuando los atacantes son blancos, las autoridades se han apresurado a afirmar “que no hay indicios de motivaciones políticas, extremistas o religiosas”, a pesar de que tales afirmaciones deberían sostenerse tras una investigación más pausada. En este caso, han asegurado que el sujeto “padece enfermedades mentales”. Sin embargo, el fiscal Romeo Schüssler ha recordado que Scheuermann tiene antecedentes penales que incluyen delitos de incitación al odio entre 2008 y 2018 por declaraciones ultraderechistas. Por ello, varios observadores locales e internacionales han puesto en cuestión la versión oficial, sospechando que se podría tratar de un supremacista blanco o un neonazi.
De hecho, este suceso se suma a otros incidentes similares en Alemania, como el atropello en Múnich en febrero y el ataque en Magdeburgo en diciembre, lo que ha intensificado el debate sobre la seguridad y la influencia de la extrema derecha en el país. En las elecciones recientes, el partido conservador de Friedrich Merz obtuvo la victoria, mientras que la ultraderechista AfD logró un histórico segundo lugar.