La reciente propuesta de Donald Trump de transformar Gaza de un “infierno” en la “Riviera del Medio Oriente” ha desconcertado al mundo entero, pero no es la primera vez que el expresidente apuesta por proyectos de lujo como solución a problemas sociales y urbanos. Según indica el exdirector de sus casinos Nicholas Ribis en Forbes, Trump siempre ha sido un maestro en la autopromoción, una táctica que aplicó en Atlantic City durante los años 80, cuando inauguró el Trump Plaza, el Trump’s Castle y el Trump Taj Mahal, este último autodenominado “la octava maravilla del mundo”. Sin embargo, detrás del brillo y las luces, sus negocios estaban plagados de deudas que llevaron a múltiples bancarrotas en los 90 y 2000, como señala Forbes.
A pesar de sus fracasos financieros, Trump siempre supo cómo atraer inversiones. Alan Marcus, consultor de comunicaciones que trabajó con él, explica que su habilidad para moldear la opinión pública convenció a bancos e inversores de Wall Street, como Bear Stearns, de apostar por sus proyectos, aun sabiendo que probablemente no cumpliría con sus deudas. Esta capacidad de vender grandes visiones sin sustento económico real se repite ahora en Gaza, donde Trump asegura que “países ricos vecinos financiarán su plan”, aunque Arabia Saudita ya lo ha rechazado y Qatar considera prematuro discutirlo.
La historia demuestra que Trump rara vez pierde, incluso cuando sus proyectos fracasan. Andrew Weiss, exmiembro de la Organización Trump, destaca cómo el expresidente lograba convencer a prestamistas para que le otorgaran millones con poco respaldo financiero. En Gaza, podría estar buscando repetir el mismo patrón: atraer “dinero tonto” que financie un proyecto de dudoso impacto, pero que le permita anotarse una victoria personal. Como resume Marcus, “el mundo puede hacerse más grande, pero Trump siempre vuelve a lo mismo: ¿qué gano yo con esto?”. En este caso, los riesgos a los que se enfrenta el oligarca son mucho mayores y los rivales mucho más poderosos.