El plan RearmEurope – un ingente desembolso de 800.000 millones de euros para el desarrollo de la defensa de Europa- planteado por Ursula Von der Leyen ha suscitado un pequeño debate en la socialdemocracia española. Sánchez ha despejado toda duda acerca de los compromisos del PSOE con los deberes comunitarios: “Tenemos que hacer un esfuerzo anticipado” para detener a la amenaza rusa, dijo. El compromiso del estado español de alcanzar para antes del 2029 un gasto en defensa equivalente al 2% del PIB ha quedado sellado sin siquiera pasar por la aprobación del Congreso.
Las reacciones de la izquierda parlamentaria española no se han hecho esperar. Sumar ha escenificado en un comunicado una oposición al incremento del gasto militar si este va en detrimento de la “agenda social” y de la “lucha contra el cambio climático”. Más Madrid ha seguido esta estela y ha intentado conjugar en unas 10 tesis los compromisos militares con la defensa del estado del bienestar. Podemos,
cuya coalición de gobierno aprobó en 2022 la mayor subida del gasto militar desde la guerra civil, no duda en llevar a cabo uno de sus ejercicios oportunistas de luz de gas. Ahora que se ha quedado sin carteras ministeriales, el partido-empresa mediática de Montero, Iglesias y Belarra pretende hacernos olvidar sus complicidades pasadas y hacernos creer que son los grandes abanderados del antimilitarismo consecuente en contra de sus sustitutos en la izquierda populista.
La historia nos ha enseñado que el apoyo a la guerra imperialista es uno de los sellos de identidad de la socialdemocracia. Lo cual tiene su lógica: quienes pretenden gestionar el estado capitalista tienen que implementar, de una u otra forma, la política exterior adecuada para colocar a su respectivo estado en mejores condiciones competitivas frente al resto. Si para ello la guerra es necesaria, que así sea. Desde que en 1914 aprobó los créditos de guerra durante la Gran Guerra hasta hoy, la socialdemocracia ha venido conjugando la lógica estatista con el apoyo a la guerra como un paso necesario para defender y conservar todo lo conquistado hasta hoy frente a la amenaza de potencias extranjeras. La guerra – se nos decía y se nos dice – es un mal pasajero que incluso puede servir para que en un futuro próximo de paz, tras la derrota de los estados tiranos, pueda llegar el paraíso de la superabundancia. Mientras tanto, la realidad es otra: el militarismo se está comiendo nuestros derechos políticos y amenaza con traernos un nuevo horizonte de deuda y austeridad.
En definitiva, la socialdemocracia sigue estando firmemente decidida a repetir su historia: la historia del social-imperialismo. Frente a ella, lejos del defensismo de la patria, del sacrificio de nuestros derechos y de nuestras vidas en conflictos que van en contra de nuestros intereses, los comunistas debemos enfrentarnos a nuestro propio Estado desde la conciencia de que nuestro objetivo estratégico –el horizonte, por lejano que sea, que debe guiar nuestra práctica– es utilizar las propias tendencias del capitalismo para consumar la conquista proletaria del poder. En lo inmediato, la única forma de avanzar hacia ese horizonte es comenzar a erigir, en medio de un capitalismo en declive y desde la firme posición a la guerra imperialista, los cimientos del partido revolucionario de la clase trabajadora en toda Europa, catalizando la escalada militarista hacia la construcción de las herramientas que podrían permitirnos acabar de una vez por todas con la barbarie del capital.