El presidente estadounidense, Donald Trump, ha encontrado en el escándalo por el sobrecoste de la remodelación de la sede de la Reserva Federal (Fed) en Washington el argumento perfecto para aumentar la presión sobre su presidente, Jerome Powell, con quien mantiene graves desavenencias sobre la política de tipos de interés del banco central estadounidense.

Trump y parte de su gabinete han insistido esta semana en investigar los cerca de 600 millones de dólares de aumento en el presupuesto previsto para las obras, aprobado originalmente en 2017 y que ya ronda los 2.500 millones. Legisladores y miembros del Ejecutivo han acusado a Powell de "mala gestión" y sugieren que el presidente de la Fed podría haber emitido declaraciones engañosas al Congreso sobre los lujos y detalles del proyecto.

La Ley de la Reserva Federal (artículo 10) establece que el presidente de EE. UU. solo puede destituir a los miembros de la Junta de Gobernadores, incluido Powell, “por causa justificada” —es decir, por negligencia grave, mala conducta o incumplimiento del deber, nunca por motivos políticos o desacuerdo sobre los tipos de interés. Sin embargo, ningún presidente ha cesado a un titular de la Fed desde 1913, lo que subraya la gravedad de la situación.

Trump, quien nombró personalmente a Powell en 2017, lleva meses exigiendo recortes drásticos de los tipos de interés, tres puntos por debajo de su nivel actual, una política que la Fed considera precipitada ante la persistencia de la inflación y el desempeño del mercado laboral. Por su parte, Powell ha advertido que es "improbable" volver a ver tipos cercanos a cero en el futuro próximo.

De prosperar la ofensiva de Trump —basada en los sobrecostes y la supuesta mala gestión—, Powell podría enfrentarse a una batalla legal sin precedentes para defender su cargo, al que podría aferrarse hasta 2026. Entretanto, la Casa Blanca ya ha sondeado posibles sucesores, entre ellos Scott Bessent, Kevin Hassett, Kevin Warsh y otros miembros afines del entorno presidencial trumpista.

El enfrentamiento abre un nuevo capítulo de tensión institucional en Washington y mantiene en vilo a los mercados financieros estadounidenses e internacionales, atentos al futuro de la política monetaria y a la autonomía tradicional del banco central estadounidense.