La Falange y los fascistas vascos
El domingo, la Falange celebró su acto político en el edificio de la Diputación de Álava, el mismo que en el año 36 los fascistas tomaron por la fuerza, apresando y fusilando al Diputado General de Izquierda Republicana. Podría haberse esperado, de parte de quienes se consideran herederos del Frente Popular que enfrentó el alzamiento fascista mediante las armas, algún tipo de preocupación o condena por el hecho político más relevante de ayer: que un partido abiertamente fascista pudiera celebrar, sin ningún tipo de oposición institucional o judicial, su acto de exaltación franquista. Nada sorpresivamente, no fue esto lo que pasó. El PNV, a través del Viceconsejero de Interior, describió lo ocurrido como un encuentro entre "falangistas y fascistas vascos". Parece que Ricardo Ituarte no ha visto las imágenes que todos hemos visto y que no dejan lugar a dudas: si alguien actuó como un fascista vasco fue la Ertzaintza a su cargo, que no sólo protegió la protesta falangista, sino que se unió a ella, cual fuerza de choque, para apalear con porras y palos a los manifestantes antifascistas. Ni un solo falangista fue detenido, cacheado o identificado.
El PNV abraza así el marco que iguala fascismo y antifascismo. Esto no es nuevo, pero parece que hasta aquí Trump y su previsible legislación anti movimiento antifascista están marcando el compás. La igualación entre los dos supuestos radicalismos, además de ser falsa, es totalmente impotente: el fascismo niega las libertades políticas del resto, mientras el antifascismo pretende restituir esas mismas libertades políticas. El escuadrismo, mano a mano con la policía, persigue a militantes políticos, caza migrantes, apalea homosexuales; impone su visión del mundo por la fuerza. La acción directa antifascista es lo único que puede impedir la subordinación por la fuerza a estos principios. Por lo que parece, que esto suceda no le preocupa demasiado al PNV.
Por otro lado tenemos al PSOE, con las declaraciones de la alcaldesa de Gasteiz Maider Etxebarria, que condenaba y rechazaba los "discursos radicales" y agradecía su labor a la policía. El PSOE merece mención aparte, no por lo genuino de su reacción (similar a la del PNV), sino por el contraste entre el discurso antifascista que maneja en contextos electorales y la inacción que le caracteriza en puestos de responsabilidad. Ante el creciente desprestigio del partido, el PSOE no tiene otra que zarandear la bandera del antifascismo pero, a la hora de la verdad, no hace ni el mínimo. ¿Cómo explicar que la Ley de Memoria (hecha precisamente para partidos como la Falange) no se aplique impidiendo este tipo de actos? ¿Cómo explicar que haya decenas de antifascistas encausados o encarcelados y ningún fascista entre rejas? ¿Cómo debemos entender que no se haya legislado en ningún sentido para perseguir la violencia escuadrista de empresas de desocupación?
Y, por último, tenemos a EH Bildu. En su primer comunicado, el de EH Bildu Gasteiz, lamentaba los daños causados a comercios y mobiliario urbano, decía que la respuesta antifascista era "caer en provocaciones" y expresaba su voluntad de limitar la respuesta al fascismo a protestas que articulen "mayorías amplias". Tras varias horas de reacciones negativas, parece que algunos portavoces de EH Bildu han salido a intentar matizar esa posición. Sin embargo, debemos tener claras dos cosas: en primer lugar, la posición real de EH Bildu es la primera, la segunda no es más que una maniobra de última hora. En segundo lugar, no se trata solo de si la Izquierda Abertzale condena o no de palabra la movilización antifascista, sino que de obra, ha tratado por diversos medios de evitar que se produjera. Convocó una concentración en una plaza alejada y aunque la llamó en nombre del "movimiento popular" no fue ni amplia ni masiva. Su apuesta en este sentido es clara: desarticular la respuesta antifascista en la calle para limitarla a puro 'performance' orquestado desde las butacas parlamentarias.
El contexto que vivimos, sin embargo, requiere de mayor compromiso antifascista. El fascismo de calle es la punta de lanza del giro reaccionario en toda la sociedad. Además, el auge reaccionario se ve reforzado por unos partidos que, ante su incapacidad de aplicar una agenda de transformaciones sociales, acaban abrazando la agenda de la oligarquía. Su impotencia a la hora de satisfacer demandas sociales la suplen con mayores dosis de nacionalismo, y con su permisividad o incluso participación en los recortes de derechos políticos.
Todo ello (la impunidad, equiparar fascismo al antifascismo, el creciente nacionalismo excluyente, la reducción de derechos políticos para aplicar recortes económicos...) forma el caldo de cultivo del fascismo y reduce las posibilidades de hacerle frente. No hagáis caso a quienes dicen que solo votando y movilizándose pacíficamente se parará el fascismo; nunca ha sido así y en este contexto, con viento favorable a la reacción, lo será mucho menos. EH Bildu dice que si por ellos fuera "esto no hubiera sucedido"; si por ellos fuera en el día de ayer los falangistas hubieran hecho su acto en total normalidad mientras a un kilómetro 80 personas sujetaban una pancarta. Su propuesta es que esperemos así sucesivamente, hasta normalizar por completo la presencia fascista en nuestras calles y que, por fin, lleguen ellos a más puestos de poder y, esperemos, tomen alguna medida contra el fascismo "sin caer en provocaciones".
Es necesario mantener el pulso en las calles, unir fuerzas contra el fascismo, politizar a las nuevas generaciones y hacer todo ello fuera del arco parlamentario. Porque el verdadero fascismo vasco del que hablaba el Viceconsejero Ituarte, no está creciendo entre la juventud trabajadora organizada, sino entre la base social de esos mismos partidos que condenaban las protestas antifascistas. Es su base social descontenta la que está produciendo un nuevo artefacto político que une ultranacionalismo vasco y fascismo. Los comunistas combatiremos el fascismo, venga de donde venga.