El presidente ruso, Vladimir Putin, recibió el 15 de octubre en Moscú a Muhammad Al Jolani, líder del Gobierno sirio surgido después de la caída del régimen de Bashar al-Assad en diciembre de 2024 y cabecilla de la rama siria de Al Qaeda. Se trata de la primera visita oficial del nuevo líder sirio a Rusia desde que su coalición de salafistas, mercenarios y proturcos liderada por Hayat Tahrir al-Sham (HTS) desplazara al antiguo aliado de Moscú después de una guerra que duró casi 14 años.

Agencias sirias y rusas describen el encuentro como algo distante y con protocolos reducidos, mostrando que el Kremlin mantiene ciertas reservas ante el nuevo Estado sirio. Sin embargo, analistas internacionales han señalado como significativo el hecho de que la reunión diplomática se efectúe al más alto nivel entre ambos presidentes. Su agenda oficial se centró en la reestructuración de la presencia militar rusa en el país árabe, además de la negociación de la "cooperación política, económica y humanitaria". Ambos mandatarios reconocieron que consideran importante mantener relaciones bilaterales basadas en "el respeto mutuo y la soberanía territorial".

Al Jolani, por su parte, expresó su intención de “restaurar y redefinir” los vínculos históricos con Rusia, reconociendo la asistencia técnica y energética que aún depende de Moscú. Sin embargo, también solicitó al Kremlin la extradición de Bashar Al-Assad, quien se exilió en Rusia tras ser derrocado. La petición constituyó uno de los puntos más sensibles de la reunión, debido a la naturaleza de la relación previa entre Rusia y el líder sirio.

La visita forma parte de los intentos de Rusia por conservar su influencia en Oriente Medio en medio de una dinámica que se ha vuelto más desfavorable para sus intereses y en un contexto de crecientes tensiones, mientras Al Jolani busca apoyo para la "reconstrucción de Siria" y la ampliación de sus relaciones internacionales, principalmente con Occidente. El balance apunta a una relación pragmática, donde la necesidad mutua se conjuga con una desconfianza histórica entre el Kremlin y los salafistas que ahora gobiernan en Damasco.