El 22N y todos los días: vencer al miedo
Este noviembre el PSOE ha intentado empaquetar la memoria histórica como si fuera una pieza de museo, un recuerdo inofensivo detrás de un cristal.Como si bastara con algún gesto simbólico en una cruz levantada con el sudor forzado de centenares de presos políticos para saldar cuentas con el pasado.
Pero mientras los partidos parlamentarios de izquierdas hacen pequeños actos simbólicos, los fascistas no han perdido el tiempo: quieren crecer, quieren envalentonarse y quieren movilizar a los suyos. Aspiran a reaparecer en todos los frentes.
Debemos saber dos cosas: primero, que no han ganado las calles, por mucho que lo repitan. Que 800 manifestantes, juntando a Núcleo Nacional y Democracia Nacional en Madrid (siendo generosos con las cifras), es una miseria teniendo en cuenta los desplazamientos nacionales e internacionales que habían organizado para la manifestación, y que es el mismo número que movió HSM en su momento. Mucho más sabiendo el altavoz permanente y de masas que encuentran en Twitter y en los millones de visualizaciones que acumulan los vídeos de los influencers fascistas. Que Vito Quiles no consiguió entrar en Somosaguas, Sevilla o Granada y que no pisó siquiera Iruñea. O que en Vallekas los fascistas han sido expulsados de manera ejemplar en varias ocasiones estas semanas.
Es importante no comprarles el relato ni caer en la desmoralización. Pero, en segundo lugar, también es necesario no pecar de un optimismo ingenuo y ser conscientes de lo delicado de la situación que afrontamos.
Porque todavía podemos frenar el avance del fascismo, pero no hay tiempo que perder ni remilgos que permitirse. Porque quien crea que sus condiciones de hacer política no van a verse afectadas por la presencia de este nuevo movimiento fascista está cavando su propia tumba. Sindicatos de clase, organizaciones de vivienda, movimientos sociales… deben ser conscientes de que los mismos fascistas que han mandado al hospital a chavales por “rojos” y retiran pancartas sin ninguna respuesta pueden ser los que mañana apalicen a sus portavoces volviendo a casa, ataquen sus actos o sus pegadas de carteles. No hablamos de hipótesis futuras, tengamos presente que que las empresas de desocupación vinculadas con grupos nazis han realizado, además de desalojos violentos a centenares de proletarios, ataques a organizaciones de vivienda, como la quema del Sindicato de Inquilinas de Tenerife el pasado año. Y que sí, el 8N en la manifestación de NN en Madrid había la misma gente que hace una década en las movilizaciones del Hogar Social, pero la gran diferencia es que en aquel momento fueron respondidas de manera efectiva con grandes contramanifestaciones y que no contaban con el viento favorable de una ola reaccionaria global.
Por ello, si queremos dar una respuesta a la altura de la situación, debemos construir un gran frente de clase contra el fascismo y el giro autoritario de los estados y, también, y en esto quiero detenerme, una nueva actitud militante.
Porque no agachar la cabeza y poder plantar cara no puede ser un eslogan para dibujar en un papel o gritar en una mani. Debe ser una realidad cotidiana. Debe significar no tolerar que fascistas se paseen impunemente a nuestro lado mientras miramos, incómodos y atemorizados, hacia otro lado. Debe ser sostenerles la mirada y sabernos más fuertes que ellos.
Y, ojo, el miedo es normal: el temor tiene sus razones. Ya sabemos de lo que son capaces. Pero también debemos recordar de lo que es capaz nuestra clase contra el fascismo. Recordar cómo miles de trabajadores se alzaron en armas contra el fascismo en el 36 y resistieron después en las más duras condiciones de clandestinidad; cómo, años antes, plantaron cara con heroísmo a los pistoleros de la patronal; o cómo, décadas después, centenares de jóvenes en todo el Estado supieron meter al fascismo callejero en una madriguera, no permitiéndoles siquiera existir.
Es de ellos y ellas de quienes debemos aprender: de sus errores, de sus aciertos, pero, sobre todo, de su coraje. El miedo puede instalarse en el cuerpo, y la cuestión no es obviarlo, sino organizarnos con mayor disciplina, tesón y fuerza. El temor no se superará escondiéndonos ni obviando los riesgos, sino comenzando a organizarnos de manera efectiva.
Porque el miedo no desaparece esperando a que pase la tormenta; se reduce cuando damos pasos adelante, aunque nos tiemblen las piernas. Actuar a pesar del miedo no es una cuestión de heroísmo individual, sino de confianza en nuestra fuerza colectiva. Porque no vendrá a salvarnos la Policía de un Estado en un giro autoritario permanente, un Estado que detiene, espía y encarcela a antifascistas.
No se trata de no tener miedo, sino de decidir que, aun teniéndolo, no vamos a entregarles la calle, ni la palabra ni nuestros espacios.
Y ellos lo saben. Por eso se han lanzado a una criminalización feroz. Por eso se ven obligados a ponerle diez nazis de guardaespaldas al payaso de Vito Quiles. Por eso corren a esconderse tras la Policía en cuanto alguien les planta cara.
El 22 de noviembre es el día de poner un punto y aparte. Ese día hay dos actos importantes que debemos reforzar con todas nuestras capacidades:
Por un lado, la manifestación de la Coordinadora Antifascista de Madrid es imprescindible como primer paso para reactivar un antifascismo amplio, a pie de calle, capaz de plantar cara mucho más allá del 20 de noviembre, hasta acabar con las semillas que este nuevo movimiento fascista está plantando. Hasta no permitirles una sola movilización sin respuesta. Hasta expulsarlos de cada barrio, de cada universidad y de cada calle.
En segundo lugar, posteriormente a la manifestación, el acto de CJS en la plaza del Campillo del Mundo Nuevo (Madrid), donde podremos exponer un punto de vista comunista sobre la memoria antifranquista y la lucha contra el fascismo.
Ambos son actos esenciales. Nos estamos jugando mucho. Pero muchos otros se jugaron mucho más: sepamos estar a la altura. Juntémonos codo con codo con los nuestros y miremos de frente a nuestros enemigos. Recordémosles que no pasarán.