Las resistencias del metal

En 1957, Gabriel Celaya publicó desde el exilio mexicano Las resistencias del diamante, que recogía la epopeya de cuatro comunistas vascos que lograban huir de la persecución franquista cruzando la frontera con Francia. Ese mismo año, en Cádiz comenzaba la construcción de las gigantescas “Torres de Luz”, estructuras metálicas de alta tensión que han sido fundamentales para el desarrollo industrial de la región –un hito dentro de una larga historia que nos lleva, en el presente, a hablar de las resistencias del metal.

La militancia clandestina durante el franquismo, con movilizaciones que desafiaron valerosamente al régimen, las grandes huelgas contra la reconversión industrial ejecutada por el PSOE, las protestas y encierros contra la precarización y los despidos masivos de las últimas dos décadas… La historia del metal gaditano es una historia de lucha colectiva. Los sucesos de estas semanas tienen lugar en un contexto donde la memoria de la huelga de 2021, a la que el “gobierno progresista” del PSOE y el amnésico Podemos respondiera con tanquetas y palos, aún está fresca. A su vez, se enmarcan en una sucesión de huelgas en el sector del metal, que comenzara en Cantabria y sigue hoy también en Cartagena y el Valle de Escombreras; coincidentes en el tiempo con otra serie de huelgas en sectores como la energía (Iberdrola) o el transporte (Ouigo), así como con protestas y movilizaciones en fábricas afectadas por una ola de despidos (BSH, en Navarra). Un “junio caliente” donde la clase trabajadora ha abierto una grieta en el escenario de concertación social progresista y triunfalismo económico diseñado por el gobierno.

La huelga del metal de Cádiz ha resultado emblemática en todas sus dimensiones. Tanto en su forma (alta combatividad, piquetes constantes, amplísimo seguimiento, gran apoyo por parte de la población local) como en su contenido (con demandas que apuntaban a superar la división entre trabajadores del sector) se trata de una huelga con un inequívoco contenido proletario; lo que podría parecer un pleonasmo si no contrastara con ejemplos recientes de huelgas estrictamente corporativas (como las impulsadas por médicos y jueces) u otras de carácter más bien simbólico, donde la minoría de trabajadores más conscientes no alcanza a arrastrar tras de sí a amplias masas obreras.

Así, los trabajadores del metal gaditanos han dado un ejemplo de combatividad proletaria que contrasta con un viejo conocido: el papel traidor y divisivo de las burocracias sindicales, órganos del poder del capital sobre el trabajo. La UGT, sindicato mayoritario en el sector, desconvocó ayer la huelga tras alcanzar un acuerdo lamentable gestionado a espaldas de los trabajadores. La dinámica es siempre la misma: valiéndose de su posición de privilegio en tanto que “sindicatos de Estado”, fuerzas como UGT logran conquistar posiciones mayoritarias ofreciendo ciertas ventajas cortoplacistas a los sectores más atrasados de la fuerza laboral. Después, cuando el impulso de los propios trabajadores acaba imponiendo demandas más avanzadas y métodos de lucha más decididos, los burócratas corren a tratar de desactivarlos alcanzando a toda prisa pactos entre bambalinas con la patronal. Finalmente, recurren a toda clase de maniobras y triquiñuelas para imponer el nuevo acuerdo, valiéndose de su posición privilegiada y el cansancio generado por varias jornadas de lucha entre los sectores menos combativos. Por el camino los trabajadores vuelven a ser reducidos a un rol pasivo, a la par que las demandas más ambiciosas –el cierre de la brecha salarial, en este caso—desaparecen de la ecuación, y se aísla a los trabajadores más conscientes, organizados en sindicatos de clase, de una masa laboral a la que se condena a seguir tragando con una situación siquiera levemente mejorada.

No obstante, todavía existe la posibilidad de que las burocracias traidoras de UGT no acaben teniendo la última palabra. CGT mantiene la huelga en pie y el lunes ha convocado, junto a la Coordinadora de Trabajadores del Metal, una asamblea unitaria para votar el preacuerdo y decidir si continuar con la lucha. Ambos actores han dado durante este conflicto un ejemplo de conciencia obrera y liderazgo, y solo cabe confiar en su éxito, denunciar a una UGT cuyo comportamiento recuerda, en palabras de la propia Coordinadora, a los viejos sindicatos verticales, y extender nuestra solidaridad a todos los trabajadores que siguen luchando en Cádiz.

En un plano más general, el ejemplo de Cádiz pone otra vez sobre la mesa un dilema estratégico de primer orden: mientras el movimiento obrero siga dirigido por unas burocracias leales al Estado y cómplices de la patronal, su independencia será una entelequia y la construcción de un movimiento socialista de masas un imposible. Sin esa base que proporciona una clase dispuesta a luchar cotidianamente por sus propios intereses, el proyecto comunista carece de fuerza y arraigo. En ese sentido, la construcción de un partido de clase ha de tener su reverso en la recomposición de un sindicalismo de la lucha de clases –y en este punto, de nuevo, el ejemplo de Cádiz lega importantes lecciones.