Tras un año de movilizaciones masivas en su contra, Mazón ha presentado su dimisión como president de la Generalitat valenciana. En su discurso, ha reafirmado el mismo relato con el que lleva meses insultando a las víctimas. Si bien nadie podía esperar dignidad alguna por su parte, la total falta de vergüenza, habitual en los cargos del PP que se ven envueltos en crisis políticas, ha golpeado con fuerza: Mazón no ha renunciado al acta de diputado, que le garantiza el aforamiento.

El escándalo que supone que las víctimas hayan tenido que soportar todo un año de ver a Mazón como presidente sólo puede explicarse por una confluencia de intereses de todos los actores involucrados. El PP tuvo claro desde el principio que no podía permitirse sustituir rápidamente a Mazón, porque la gestión del fango, los muertos y la reconstrucción se llevarían por delante la imagen de cualquier reemplazo, y porque el reparto de culpas era mucho más conveniente teniendo una figura tan negligente que las concentraría de manera personal, absorbiendo gran parte del descrédito en lugar de pasárselo al partido. Solo ahora, después del escarnio del funeral de Estado, cada vez más acorralado por el proceso judicial y con las fases más mediáticas de la reconstrucción agotadas, el PP debe mover ficha para salvarse de mayores daños y tratar de evitar in extremis que esta crisis se eleve a escala estatal.

Por su parte, el PSOE estaba igualmente interesado en ese reparto de culpas personalista, donde la extrema negligencia de un personaje constituye un relato tan impactante que contiene el señalamiento al resto de los responsables. La figura de Mazón al frente de la Generalitat ha sido eso, un dique de contención, una barrera que ha permitido al gobierno de Sánchez esquivar gran parte de las salpicaduras de barro que siempre le correspondieron, a la vez que iba quemando a fuego lento a Feijóo.

Este espectáculo de cálculos electorales nos muestra una vez más las costuras de un sistema que ya en su día la DANA dejó al descubierto. Y en ningún caso es exclusivo de los partidos mayoritarios.

La izquierda a la izquierda del PSOE, encabezada por Compromís, ha mantenido una inquebrantable lealtad a la estrategia de su hermano mayor. Saben bien que su acceso al gobierno pasa por un triunfo electoral conjunto con el PSPV, y que, por tanto, enfangar a Mazón y lavar las ropas del gobierno central es la mejor receta para su éxito. La jugada, por ahora, va según lo previsto: gran parte de la rabia y el descontento del pueblo valenciano han sido capitalizados según los intereses partidistas de unos políticos profesionales para los cuales paliar la catástrofe o evitar otras futuras nunca ha sido una prioridad, ni tan solo una opción real.

Mientras algunos, como Baldoví, celebran con triunfalismo una dimisión que llega vergonzosamente tarde y que va acompañada de una propuesta de gobierno continuista, otros, como las juventudes de Esquerra Unida, insisten en que el problema no acaba en Mazón, extendiéndolo, pero también limitándolo, al resto del PP, pretendiendo así allanar el terreno a lo que entienden por solución radical: que gobierne el PSPV con una muleta izquierda. Cabe preguntarse cuál será el programa de los socialdemócratas ahora que su consigna única durante un año, «Mazón dimisión», ha caducado.

En esta función del circo parlamentario, quien más ríe es Vox, que sale indiscutiblemente reforzado de la catástrofe, habiendo esquivado por completo la asignación de responsabilidades y teniendo al PP a su merced, tanto para la implementación de la agenda reaccionaria que venimos viendo en el último año —y sobre la cual Mazón ha sacado pecho en su discurso de dimisión—, como para la investidura de un nuevo candidato que seguirá necesitando los votos de los diputados de extrema derecha para todo. Queda, entonces, también en su poder, anticipar la convocatoria de elecciones o esperar a 2027.

La cuestión es qué pasa con todas aquellas que, durante meses, se han movilizado para decir alto y claro que lo sucedido no es aceptable. Un año después, la respuesta que nos dan las instituciones es que podemos alegrarnos por dejar de verle la cara a diario a un hombre que debió dimitir al día siguiente. Por lo demás, el escenario augura una probable continuidad de un gobierno reaccionario que no ha asumido responsabilidades y que no va a cambiar nada. La otra opción, unas elecciones anticipadas en cuya campaña los diferentes partidos sigan jugando a pasarse la pelota sin estar a la altura de las necesidades de las afectadas ni de la prevención, es casi más humillante, independientemente del gobierno en que desemboque.

Si todos los partidos juegan el mismo juego de cálculos y maniobras partidistas, no es simplemente porque tengamos unos representantes especialistas en él, sino porque ese es el tablero de la política capitalista, cuyo fin último siempre es mantener en marcha la rueda del beneficio y cuyas lógicas de representación se traducen en una pugna de facciones por el poder. Una verdadera fuerza de oposición capaz de ofrecer soluciones y medidas de prevención reales debe romper ese tablero. Esta tarea sólo podrá llevarla a cabo una clase trabajadora organizada de manera independiente a las instituciones que les amparan, consciente de la necesidad de construir un orden social donde nuestras vidas sean algo más que un número en una balanza de riesgo-beneficio o un arma arrojadiza para la campaña electoral. Mientras todos ellos siguen calculando su próxima maniobra, nosotros seguiremos trabajando por el socialismo.