El núcleo duro de Sánchez se desmorona en escándalos de corrupción y acoso sexual
De sus 32 leales durante las primarias, ocho años después de la foto icónica en Ferraz, solo tres fieles resisten en la cúpula del partido, entre denuncias ignoradas y ceses tardíos.
En su libro Manual de resistencia, Pedro Sánchez rememora con nostalgia el núcleo de lealtad que le impulsó de vuelta a la Secretaría General del PSOE en 2017: un grupo de treinta y dos personas, incluyendo a José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Francisco "Paco" Salazar, que celebraron la victoria en su despacho de Ferraz. Aquella complicidad, forjada en unas primarias tensas y avales contados en secreto, parecía el cimiento de un proyecto "renovado". Sin embargo, ocho años después, ese mismo círculo se ha convertido en el epicentro de una crisis que cuestiona no solo la gestión interna del partido, sino la capacidad de Sánchez para discernir riesgos en su entorno más cercano. De los treinta y dos de la foto, solo tres, Óscar Puente, Iratxe García y Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, mantienen posiciones orgánicas en la actual Ejecutiva Federal, mientras el resto se diluye en cargos gubernamentales o distancias prudentes.
Lo que empezó como una trama de corrupción en el caso Koldo ha escalado a un rosario de escándalos que exponen fallos sistémicos en el PSOE. Ábalos, nombrado secretario de Organización en 2017, ingresó en prisión provisional el 27 de noviembre por presuntos sobornos en contratos de mascarillas durante la pandemia, junto a su asesor Koldo García. Cerdán, quien lo relevó en el cargo y custodiaba los avales de las primarias según el propio Sánchez, dimitió en junio tras revelarse su implicación en la misma red de comisiones ilegales; pasó cinco meses en prisión preventiva y ahora comparecerá en el Senado el 17 de diciembre.
Salazar, el tercero en la "sala de máquinas" de Ferraz, fue apartado en julio de 2025 justo antes de ascender a adjunto de Organización, cuando estallaron denuncias de acoso sexual por parte de al menos dos trabajadoras de Moncloa. Estas acusaciones, que incluyen gestos obscenos como simular felaciones o acercarse con la bragueta abierta, destapan una gestión interna más que deficiente: las denuncias en el canal antiacoso del PSOE se borraron por un "error informático" y tardaron cinco meses en tramitarse.
La respuesta de Sánchez ha sido un patrón de ceses reactivos y disculpas tardías, que críticos internos y externos ven como insuficiente. El presidente asumió "en primera persona" un "error en la velocidad" de la gestión del caso Salazar durante el acto del Día de la Constitución, destituyendo a su mano derecha, Antonio Hernández, y reconociendo fallos en la interlocución con las víctimas. No obstante, descartó elevar el caso a la Fiscalía, argumentando que "legalmente no es posible" sin la denuncia de las afectadas, pese a presiones de federaciones de Igualdad y figuras como Adriana Lastra, quien califica los hechos de "delito de violencia de género".
Esta postura choca con el protocolo interno del PSOE, que obliga a derivar casos graves al Ministerio Fiscal, y ha generado malestar: Fuentes fiscales consultadas indican que el PSOE podría ser imputado como persona jurídica, un riesgo que agrava la exposición del Gobierno en un año electoral.
El colapso de este trío fundador no es aislado; refleja una opacidad que se remonta a las primarias de 2017, donde Sánchez admite en su libro que solo él, Cerdán y Salazar conocían el número exacto de avales. Testimonios como el de Zaida Cantera, quien alertó sobre irregularidades financieras de Cerdán desde Nafarroa, o los "rumores" sobre Ábalos recogidos por Carmen Calvo, sugieren que las señales de alarma fueron ignoradas conscientemente. Mientras Sánchez insiste en que se enteró de todo "por la prensa", una defensa que repite para Ábalos, a quien tilda de "gran desconocido personal", el PP ha anunciado la citación de Salazar en la comisión del caso Koldo en el Senado. Esta ofensiva política, sumada a la crisis interna, con un discurso de igualdad cuestionado por escándalos como el de Torremolinos, deja al PSOE en su momento más vulnerable: de la euforia de Ferraz a un partido fracturado, donde la lealtad de ayer se transforma en lastre judicial de mañana.