José Luis Villacañas Berlanga (Úbeda, 1955) es uno de los filósofos e historiadores contemporáneos más influyentes del Estado español. Doctor en Filosofía por la Universitat de València, es catedrático y director del Departamento de Filosofía y Sociedad en la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en filosofía política, historia de la filosofía y de las ideas políticas, ha publicado más de cuarenta libros sobre filosofía, historia y pensamiento político, abordando temas clave como el republicanismo, el imperialismo y la relación entre pensamiento español y europeo. Su trabajo se centra en la filosofía alemana desde la Ilustración hasta la actualidad, con especial atención a Max Weber, Carl Schmitt y Antonio Gramsci. A partir de las categorías de este último, como la hegemonía y la “revolución pasiva”, Villacañas explica la historia política moderna española, especialmente el franquismo. Entre sus aportaciones destacan la revitalización de la teoría política crítica en el Estado español y la reflexión sobre la influencia del pensamiento europeo en la tradición española. Además, ha dirigido revistas de referencia como Res Publica y la Biblioteca Digital Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico. Su obra más reciente incluye títulos como Luis Vives, Ortega y Gasset: una experiencia filosófica española y La revolución pasiva de Franco.
En la presente entrevista, abordamos con él los grandes desafíos y transformaciones del poder global en el siglo XXI: la reconfiguración de los principales agentes políticos y económicos internacionales, el papel de los estados junto con las grandes corporaciones y el capital financiero, así como los mecanismos que sostienen la hegemonía neoliberal. Le preguntamos sobre tendencias como el auge reaccionario y las nuevas guerras comerciales, así como la digitalización y la inteligencia artificial como motores del desarrollo capitalista actual. También responde sobre la posición de la Unión Europea en mitad de este tablero global, el surgimiento de regímenes autoritarios eficaces y las posibilidades reales del socialismo para articular una alternativa sistémica frente al capitalismo.
En la actualidad, ¿cuáles consideras que son los principales agentes y las fracciones que ejercen el poder político y económico a escala internacional? ¿Cómo se articulan sus intereses y estrategias en la configuración del orden mundial?
Estamos en un momento de transición ilimitada. En realidad, no sabemos hacia dónde vamos ni cual será la configuración final, si es que la habrá. Justo por eso todos los actores operativos toman posiciones respecto de todas las cuestiones clave: tecnología, recursos, alianzas, rutas marítimas, influencias, zonas de conflicto…
Que en esta situación Estados Unidos haya rehabilitado su vieja pulsión aislacionista y su inclinación a la autosuficiencia, es verdaderamente signo de la mentalidad completamente arcaica de las élites que están determinando el gobierno Trump. En realidad, ese espíritu es el originario de Estados Unidos, verse como una isla separada de la corrupción del mundo. En eso coinciden los dos grandes grupos de iglesias que determinan la mentalidad americana, los protestantes blancos y los católicos.
Pero resulta claro que el problema central de los grandes actores decisivos —Estados Unidos, Rusia, China e India— es el de la gobernación interna de sus masas internas. Aquí las asimetrías son muy fuertes. China y Rusia nunca tendrán un problema en este sentido. Sus masas internas están atravesadas por una convicción nacional rocosa. Hagan lo que hagan sus gobiernos, los seguirán hasta el final. India y Estados Unidos no tienen nada parecido y por eso tienen que extremar las dimensiones gubernativas de sus aparatos de poder. Narendra Modi, primer ministro de India, es un líder cuya aspiración es cohesionar la identidad hindú alrededor de la hostilidad al musulmán.
“Estamos en un momento de transición ilimitada. En realidad, no sabemos hacia dónde vamos ni cual será la configuración final, si es que la habrá”.
Estados Unidos tiene el mismo problema. Su mentalidad nacional es solo la idea de la hegemonía imperial mundial, y tiene que fortalecer esa mentalidad como cemento frente al emigrante hispano. Por supuesto, luego están los países que por su inestabilidad —América Latina— o por su historia —Europa— mantienen las ambivalencias de la situación, en la indecisión entre plegarse a la alianza con uno de los actores decisivos —Venezuela con Rusia y China, Brasil pretendiendo llevar una política propia, Milei con Trump, y veremos hacia dónde se inclina Colombia— o tener una política más o menos propia, como es el caso de Europa.
Dado el régimen de transición indefinida en el que estamos, ninguno de esos actores tiene una posición decidida ni decisiva, ni la tendrá durante un tiempo. Y quizá no sea del todo carente de inteligencia no tenerla y surfear un poco la ola. El problema para Europa es que esa ola juega a la contra porque la posibilidad de injerencia de los actores decisivos sobre su población es muy alta. Se puede jugar a surfear la ola solo si al mismo tiempo se toman medidas defensivas. Pero eso ya implicaría una decisión fuerte y no sabemos si Europa está en posición de lograrla.
¿Hasta qué punto las grandes corporaciones transnacionales y el capital financiero han desplazado a los Estados como sujetos centrales del poder? ¿Qué mecanismos concretos emplean para imponer sus intereses sobre las sociedades y gobiernos?
Eso es lo que se creía en la ideología del neoliberalismo. Pero creo que esa ideología fue una ilusión del momento único, en el que, por una parte, Rusia estaba vencida y, por otra parte, China necesitaba una acumulación brutal, acelerada y concentrada. Ahí se generó un interés común de todos los actores decisivos. Rusia, para reponerse tras la lamentable fase Yeltsin; y China, para generar las clases medias más amplias del mundo. Por eso aceptaron la globalización. Pero en el fondo, esa globalización era política de los Estados y el capitalismo no puede prescindir del Estado jamás. Las flotas mercantes requieren flotas de protección militar y la deuda pública requiere un ejército que la haga cumplir. Por eso capitalismo y Estado han unido sus intereses desde Cromwell.
“Pero en el fondo, esa globalización era política de los Estados y el capitalismo no puede prescindir del Estado jamás. Las flotas mercantes requieren flotas de protección militar y la deuda pública requiere un ejército que la haga cumplir”.
Estados Unidos puede tener la deuda pública que quiera mientras sus acreedores no lo obliguen a pagar. Esto significa que desde la alianza de capitalismo y Estado que rige el mundo moderno, el Estado tiene que volcarse en una política imperial con un fuerte componente militarista. De un modo u otro, con el capitalismo el Estado es la forma pública y visible de gestión de intereses y las formas de incorporación de capitales, de inversiones, están siempre preparados desde las embajadas. Ahí están los sistemas de presión, de negociación y de control. El Estado es el fiador de los negocios internacionales y el respaldo de ellos. Siempre ha sido así. El capitalismo siempre ha estado auxiliado, condicionado y protegido por la política estatal. Por eso es tan difícil vencer al capitalismo desde la conquista del Estado. Eso solo quiere decir cambiar de posición internacional. Pero nada más. Las políticas emancipatorias creo que debemos buscarlas en otros sitios.
Has analizado el neoliberalismo como “última teología política”. ¿Qué mecanismos permiten que siga siendo hegemónico pese a sus crisis recurrentes, y qué papel juegan instituciones supranacionales como el FMI o el Banco Mundial en su preservación?
En mi libro quería subrayar sobre todo que el problema es el de la gobernación de las almas y los cuerpos. Esa compacidad es la que determina la existencia de una teología política. Eso convertía el neoliberalismo en una teología política porque identificaba el terreno de juego donde se dirimía la salvación existencial de los seres humanos, las aspiraciones centrales de sus almas y de sus cuerpos. Ese terreno era el de la incorporación a las cadenas de acumulación y concentración acelerada de capital, dejando fuera de la gobernanza a quienes eran arrasados por esa carrera pulsional. Eso implicaba un sentido fuerte de biopolítica en la medida en que esos arrasados por la pulsión acumulativa perdían los elementos propios de toda vida orgánica, la motivación, el futuro, y pasaban a vivir literalmente como en los campos de exterminio, esperando una muerte barata. Eso es lo que vi en un libro posterior dedicado a Agamben, en el que reclamaba una justicia viva, una justicia que devolviera la vida a sus componentes básicos, la temporalidad, el brillo, la rotundidad motivacional que vemos en cualquier ser vivo en la plenitud de su presente. Una vida que se goce de sí misma y que en este sentido no se avergüence de mirarse. Creo que esa dimensión ligeramente contemplativa, que redobla la dicha al verse dichoso, es lo que hay en el fondo de esa alabanza de la animalidad de Agamben y que, en efecto, hemos olvidado por la pulsión competitiva.
Ahora la situación ha cambiado ligeramente. Este elemento económico ha pasado a ser un elemento, y solo un elemento, pero se ha visto que no es suficiente para el gobierno de las almas. Ahora se trata de un plus de gubernamentalidad, que es el que se consigue inyectando nuevas pulsionalidades complementarias que no impiden la pasión de ganar dinero, pero que ya asumen que, en una guerra de posiciones internacional —en la que todos están atravesados por esa pasión, que no es menor en los rusos, los chinos o los hindúes—, se requiere un elemento de fidelidad a los propios. Y eso es lo que se logra con las redes sociales y la inteligencia artificial, los nuevos gurús gubernativos. Por eso, en la misma medida en que estos generan liderazgos autoritarios fuertes, cada uno de los cuales roba el alma de sus poblaciones, los sacerdocios clásicos de la era global del neoliberalismo tienden a borrar sus perfiles. Ese es el caso de FMI.
Creo que en la época del neoliberalismo autoritario en la que entramos, como propia de esta fase de transición indefinida, la teología política requiere una intensificación de la miseria psíquica de las poblaciones. No basta la pasión de ganar dinero, sino la pasión de ganar. Por supuesto, también dinero, pero sobre todo ganar. Eso es lo que representa Trump. Gana dinero, mucho dinero, desde la presidencia. Pero instala, en todos, la idea de ganar siempre y de todo. Y para eso la pasión sádica se tiene que instalar de forma completa en el psiquismo.
Hay quienes interpretan la oleada reaccionaria internacional y la guerra comercial como un retroceso o una crisis de la globalización. ¿Cómo interpretas fenómenos como el MAGA estadounidense o el nacionalismo “popular” español? ¿Son reacciones orgánicas o herramientas de redistribución geopolítica?
De forma coherente con lo que he venido diciendo, creo que se trata de la formación de las subjetividades que puedan dar la batalla en esta situación de transición indefinida. Por supuesto será un retroceso en la globalización, pero no sabemos si será un reajuste para redefinir las posiciones, o será algo más. Todo va a depender de que Trump y lo que representa se dé por satisfecho en algún momento. Quizá entonces se vuelva a bajar la guardia y regresar a una globalización. Mientras tanto, Estados Unidos buscará con todas sus fuerzas que esa globalización, si es que vuelve, le sea favorable.
Como he dicho en otras intervenciones y en mis columnas en El Levante de Valencia, eso se parece bastante a un círculo cuadrado. No creo que Estados Unidos vuelva a una situación hegemónica como la que tuvo en la era Clinton hasta Obama. Así que tendrá que reducir su hegemonía a dominación, en el sentido gramsciano, y eso significa sencillamente que tendrá que reforzar su dimensión imperial. Cuando eso suceda, entonces los países cercanos todavía con un espacio virtual abierto —por supuesto, con cero posibilidad en los países con espacio virtual compacto y cerrado— recibirán la presión de sus aliados, los aspirantes a las pro-magistraturas imperiales; recibirán, pues, las migajas del poder por abrir las puertas a los intereses imperiales. Eso es sencillamente VOX y AfD.
“No creo que Estados Unidos vuelva a una situación hegemónica como la que tuvo en la era Clinton hasta Obama. Así que tendrá que reducir su hegemonía a dominación, en el sentido gramsciano, y eso significa sencillamente que tendrá que reforzar su dimensión imperial”.
Ahora bien, si tengo que responder a la cuestión de si son herramientas orgánicas, entonces debemos afinar. MAGA es la revancha de los perdedores estadounidenses desde la guerra de Secesión al New Deal, los que perdieron su hegemonía cultural ante el avance de los ideales democráticos de Dewey, de la Gran Sociedad de Johnson, de los derechos civiles de del Dr. Martin Luther King Jr, y de la cultura cosmopolita de las Universidades y de las elites demócratas. Es la emergencia de una parte del país resentido que ha reprimido su racismo y que ahora mantiene a la población negra sometida y quiere mandar una lección a la población hispana de que no aspire a nada sino a la subalternidad y la obediencia.
Pero esto no tiene nada de orgánico. Será lanzar a medio país contra el otro medio y mantener la constitución formalmente operativa sobre la base de un inmenso racismo. Para ellos, eso es hacer de nuevo grande a América. Lo hicieron los padres fundadores esclavistas. ¿Por qué no hacerlo de nuevo? Pero orgánico no será. Implicará la destrucción del otro medio país y no sabemos quién ganará. Lo que sabemos es que, si gana el país de Trump, entonces Estados Unidos se debilitará hasta límites que nadie puede aventurar. Y la situación de transición indefinida en la que estamos entrará en zonas de riesgo muy altas. No hay que olvidar cómo operó esa vieja pulsión imperial americana desde la invasión de México a la invasión de Irak.
Pero entonces los puntales sobre los que se asentó la hegemonía estadounidense se desmoronarán. Estados enteros de la federación sufrirán una decadencia imparable y las tensiones americanas llegarán al extremo. Y una nación cosida solo por su formidable poder y por la expectativa de aumentarlo conocerá una situación de extremo peligro. Lo que es seguro es que los tipos sin tierra y sin patria como Elon Musk no serán orgánicos de esta situación. Serán tipos patéticos que han puesto su causa en nada. Pero ciertamente no tenían elección.
Desde una perspectiva histórica, ¿cuáles son las tendencias más relevantes que observas en la evolución de las relaciones de poder globales? ¿Se está consolidando una nueva forma de imperialismo o asistimos a una fragmentación del dominio capitalista?
Como he dicho, estamos en una situación de pluriversum inicial que describimos como de transición indefinida. Lo mejor sería que este nuevo estado de naturaleza entre las potencias diera paso a un nuevo ius publicum terrae. Por supuesto, no debemos olvidar que el ius publicum euripaeum, que es lo más parecido al orden internacional dotado de cierto sentido de la justicia, siguió a la tremenda guerra de los Treinta Años, en la que, por cierto, la monarquía hispánica fue perdedora y quedó fuera de toda posibilidad de intervención en la escena internacional para pasar a ser gobernada por la constelación internacional europea.
Lo que es evidente mientras tanto, es que el orden internacional basado en la ONU ya no funciona. Este es el significado de Gaza. Porque antes de Gaza podíamos hablar de guerras clásicas. Estaba claro el objetivo. El bombardeo de Yugoslavia quería decidir de qué lado quedaban las viejas repúblicas eslavas. Tenía un objetivo y unos medios. Todavía en la guerra de Irak se aspiró a tener mandato de la ONU. Pero Gaza es otra cosa. No es solo desafiar el orden internacional, es desafiar todas las bases morales normativas últimas de dicho orden, los elementos en los que podíamos esperar una mirada común de la humanidad. Por tanto, un nuevo orden internacional no se vislumbra, aunque se ve que no hay vuelta atrás al antiguo orden.
“Pero Gaza es otra cosa. No es solo desafiar el orden internacional, es desafiar todas las bases morales normativas últimas de dicho orden, los elementos en los que podíamos esperar una mirada común de la humanidad”.
Ahora bien, todo orden mundial se basará siempre en el respeto de la neutralidad. Este principio es el decisivo, para no caminar hacia una potencial guerra mundial que sería el suicidio de la humanidad. Por tanto, todas las potencias jugarán en esta fase poniendo en práctica el principio de neutralidad de algún modo. Y ojalá así sea. MAGA no solo desmonta el Estado de los Estados Unidos en todo lo que no sea poder militar y económico, sino también el orden internacional completo.
Frente a esto, tenemos los otros actores decisivos. India será contenido por el resto de Asia y del mundo; Pakistán será apoyado tanto por USA como por Rusia; y China preferirá mantenerse observando porque no tiene nada que ganar y mucho que perder con sus minorías musulmanas, y no puede apoyar a una India que siempre se asomará a los pasos del Tibet, pero tampoco indisponerse con ella para garantizar su neutralidad en caso de una invasión de Taiwan. Pero con eso, la posibilidad expansiva de India está muy limitada. China va a jugar tanto como sea posible con la neutralidad y por eso se perfila como un actor de primer orden económico y diplomático. El hecho de que su principio estratégico sea no poner soldados chinos fuera de su territorio, es una prueba de ello.
Pero el peligro está en la unión funcional de China y Rusia. Pues Rusia tiene una enorme experiencia imperial, mantiene vivas las redes que se forjaron en la política de injerencia de la Tercera Internacional y puede poner soldados en cualquier parte del mundo mientras se mantenga la alianza económica con China, que le permite mantener intacto su poderío militar. Esa alianza fue la que decidió a Joe Biden a la guerra en Ucrania. Y no veo cómo Trump pueda manejar esa situación, porque esa alianza hace invencible a Rusia y le da una prima de intervención mundial a China. Pero creo que China busca la hegemonía, no la dominación. Busca mantener sus intereses económicos en muchos países, de tal manera que sean muy sensibles a su influencia, pero frente a Rusia, ejercerá el soft power y sobre todo la dependencia económica. Hasta dónde llegue esto, es difícil de averiguar. Todo dependerá de su poderosa capacidad de cálculo. Pues no debemos perder de vista que, frente a las disonancias que vemos en USA y la cierta estrechez del dispositivo de poder ruso, China tiene un sistema de selección y organización de élites milenario, cohesionado y capaz.
Pero si en un momento EE.UU. cree que sus intereses vitales son lesionados —podrían serlo en Venezuela, por ejemplo— veríamos de nuevo soldados rusos o de las redes mercenarias rusas en el Caribe con el apoyo tácito de China. Cuba, en este sentido, es el antecedente fundamental de toda América y aquí la torpeza diplomática de Estados Unidos no ha tenido límite. Y creer que el pro-magistrado consular Milei salvará la situación, es de una miopía estúpida. En realidad, USA no ha entendido que es una isla, sí, pero que la mayor parte de la isla es hispana. No reconciliarse con esa realidad es quizá su mayor problema a largo plazo.
La digitalización, la inteligencia artificial, la computación cuántica y la robotización conllevan grandes cambios políticos, económicos y sociales. ¿Estamos presenciando una mutación del capitalismo hacia formas de dominación aún más sofisticadas basadas en datos y algoritmos? ¿Cómo afecta esto a la noción clásica de Estado-nación y a la democracia liberal?
Esta pregunta me parece decisiva. Todo lo que llamamos espacio virtual es, como todos los espacios, la definición de un terreno de lucha. La tierra, el agua, el aire, el fuego —con la bomba nuclear— son los territorios donde han disputado los imperios en los últimos milenios. Y los imperios han sido los motores del conflicto y de la guerra, de la destrucción, de los desplazamientos masivos de poblaciones y del exterminio de las mismas.
Ahora le toca el turno al espacio virtual. No debemos engañarnos de que se trata de un espacio de guerra. Guerra económica, como forma de canalizar el deseo y el consumo. Pero también guerra de gobernanza, como forma de dominar el psiquismo. Todo poder imperial tiene aspiración de teología política, y toda aspiración de teología política es producción de homogeneidad. La inteligencia artificial es un productor excepcionalmente preciso y efectivo de homogeneidad. Es la forma de la tiranía de la opinión pública en el espacio virtual. Solo recoge la opinión media, más numerosa, de las emitidas en la red.
Todavía la IA está viviendo de una época de creatividad propia de la humanidad, en la que esta no se había entregado a una evolución exclusivamente darwinista, que privilegiaba el triunfo de poblaciones, sino que creía en la evolución orientada hacia la diferencia como garantía de disponer de soluciones plurales, dado que ninguna era segura. Ahora no. Se acepta que la evolución es algorítmica, cosa que puede ser la darwinista —es la tesis que creo correcta de Daniel Dennett—, pero en modo alguno la evolución del psiquismo, tan completamente diferente de la darwinista, como nos enseñó Freud.
“La inteligencia artificial es un productor excepcionalmente preciso y efectivo de homogeneidad. Es la forma de la tiranía de la opinión pública en el espacio virtual. Solo recoge la opinión media, más numerosa, de las emitidas en la red”.
Cuando pasen veinte años y la nueva generación, orgullosa de adaptar su mente a la IA, no cese de reproducir a la baja todo lo sabido, los productos algorítmicos de la IA serán de tan baja calidad que solo servirán para producir homogeneidad de la estupidez. Y eso es lo que siempre han buscado los sistemas de gobiernos centralizados, burocratizados, compactos. Por supuesto, los Estados nación no tendrán vela en este entierro, puesto que, como digo, la dominación del psiquismo estará centralizada en unas pocas empresas que tendrán que instalarse en el fondo de las simas marinas para poder enfriar su sistema informático, porque lo único que une la IA con la inteligencia humana es que el cerebro puede ser tan grande como lo puedas enfriar. Como sistema de dominación de la miseria psíquica de las masas, desde luego no tendrá parangón.
Lo que debemos preguntarnos es cuál será el destino de esa intensa, aunque finita, energía psíquica humana. En qué usaremos nuestra energía sin que produzca una inmensa entropía de sufrimiento, neurosis, infelicidad y falta de motivación. Pero si esa energía no tiene uso, el camino evolutivo del ser humano en la tierra habrá llegado a su final y todos los dispositivos orgánicos del mismo será redundantes e inútiles. El espacio virtual debe ser limitado en la influencia sobre el espacio de los cuerpos y de la Tierra. De otro modo, avanzamos hacia terra incognita. Pero reparemos en esto: un psiquismo evolucionando hacia la nada —de la que Trump es el representante mundial— y una situación internacional de transición indefinida, ese es el riesgo que vamos a correr.
En tu obra analizas los fundamentos de la UE, destacando que se construyó desde un esquema neoliberal. ¿Qué lugar ocupará Bruselas en el poder político global en los próximos años? ¿Tiene opciones de ser un contrapeso real ante Washington, Pekín y Moscú?
Quizá la UE no ha pagado todavía lo suficiente su pasado imperial. Quizá las tragedias inmensas de 1918 y 1939 no sean suficientes para pagar todo lo que hicimos en los tiempos de los imperios europeos y de las guerras imperiales a las que arrastramos a la humanidad. Quizá Europa esté ahora situada ante las consecuencias de la megalomanía de haber querido encarnar con pequeñas poblaciones nacionales —cuya oportunidad histórica fue la caída de la propia aventura imperial romana— la huida hacia adelante que pretendía dominar el mundo. Quizá ahora experimente cuál es su verdadera situación, la de ser los vencidos de la II Guerra Mundial.
Creo que lo que hubo en el fondo de Gran Bretaña al querer separarse del resto de Europa reside en que así quiso recordar que ella forma parte de aquellos vencedores. Y puede que tenga razón. Al fin y al cabo, es la cabeza de una comunidad de naciones. Eso significa que finalmente comprendió antes que nadie lo peligroso del final de los imperios y lo neutralizó. Europa, que siempre fue por detrás de Inglaterra desde el siglo XVI, en todo, no lo ha entendido y ahora tiene muy difícil disponer de una verdadera capacidad de intervención internacional. Podría volver a aliarse con Rusia, pero el precio que pediría ahora Rusia sería muy alto y volvería a dejar a Europa en una pequeña península desde Berlín a Cádiz. ¿Y por qué iba a ayudarle China en esto, si para China es mejor negociar con pequeños Estados? Cuando Europa abandonó a Grecia, China compró El Pireo, una hazaña que no logró Jerjes.
Obviamente, Europa ya no tiene otra baza que negociar con USA, y esto significa que tendrá que pagar más por su protección. No creo que tenga realmente otra opción, y Trump lo sabe. Por eso ha dejado la negociación de aranceles para el final. Que un holandés como Mark Rutte, secretario general de la OTAN, presione para comprar armas a USA con un 5% de PIB, no es sino la cuota del protector y quizá sea lo menos malo para la industria europea. Trump es un animal de presa. Sabe que los europeos ahorramos mucho. Sencillamente quiere subirnos la tarifa. No creo que tengamos otra opción que pagar.
La otra opción sería dar un salto hacia delante definiendo un modelo europeo de vida política y de vida social que tendría que redimensionar los Estados, redefinir la política y reordenar las premisas fundacionales. Europa fue creada por el espíritu ordoliberal, que no era el espíritu neoliberal. Ese espíritu generó la posibilidad de pactos con el socialismo. Y eso es lo que debería hacerse. Entender una nueva forma de reivindicación del socialismo que implicara una redefinición del derecho de propiedad.
“Hay elementos de la vida social que podrían ser organizados desde una idea de socialismo. Una vivienda básica, una renta mínima, una educación general, una sanidad universal. No hay ningún elemento técnico y racional que bloquee esa posibilidad”.
Pero ¿quién puede hacer eso si la socialdemocracia tradicional es quizá la fuerza que más incapaz se muestra de evolucionar? Sin embargo, hay elementos de la vida social que podrían ser organizados desde una idea de socialismo. Una vivienda básica, una renta mínima, una educación general, una sanidad universal. No hay ningún elemento técnico y racional que bloquee esa posibilidad. Europa debería refundarse no desde el ordoliberalismo, sino desde el ordosocialismo. Eso daría a sus poblaciones un motivo para resistir y defender la democracia, una forma de vida sostenible y una vida arraigada en el Tierra.
En los últimos años emergen varias potencias regionales y globales que combinan la economía capitalista con formas políticas que no encajan en los esquemas de las democracias liberales. ¿Estamos ante una nueva fase histórica donde la eficacia de gobierno legitima regímenes autoritarios?
En realidad, no sabemos lo que estamos a punto de perder, y que perderemos, si no reaccionamos a tiempo en la defensa de la democracia y de un socialismo básico de poblaciones. Ese, por cierto, sería un modelo para todas las democracias existentes y sobre todo para las americanas. Mientras este objetivo no se defina y alcance relevancia mundial, mientras los grupos intelectuales no estén en condiciones de defenderlo de forma razonada y abierta, no aparecerá como un futuro nítido programático. Sin ese horizonte intelectual, la democracia no tiene sentido y tarde o temprano se llegará a situaciones de poblaciones desmotivadas y dominadas en las que la adhesión a formas miserables de vida sea más relevante que la defensa de la democracia que no significa nada para ellos. Esto está pasando ya ante nuestros ojos. No habrá opción. O socialismo básico, o regímenes en los que la democracia no significará nada. Pues una vez que esas formas de adhesión incondicional se impongan, la propia democracia será llevada a su autodestrucción.
No cualquier tipo de psiquismo es compatible con la democracia. Esta es una vieja convicción mía que ya analicé en un trabajo sobre Freud y Kelsen, “¿Qué sujeto para qué democracia?” Ahora vemos las consecuencias. Un sujeto anclado en pulsiones incontroladas rompe con toda posibilidad de la democracia y con toda la tradición racional que se mantuvo desde la Reforma, la Ilustración, el Marxismo y los grandes neo-ilustrados como Weber y Freud. Como dijo Freud, hay formas de generar poblaciones profundamente enfermas y de gobernarlas a pesar de todo. Ese fue parte del sentido de las religiones en el pasado, y creo que eso es ante lo que estamos de nuevo. Creemos que el lenguaje fundamentalista de las religiones, eso que se ha llamado el pacto de Abraham, es solo un adorno de estos movimientos porque creemos que el proceso de intelectualización y racionalización está asegurado por la técnica que necesita el capitalismo. Ahora vemos que no es así. Se puede ser terraplanista y querer llegar a Marte.
La evolución humana depende de la configuración psíquica y en una generación se puede regresar a una configuración infantil, porque en nuestra ontogénesis inevitablemente tenemos que atravesar la fase infantil. Basta con dejarnos anclados en ella. Y ya se sabe, frente a todo el prestigio de la infancia, Freud sabía que el niño es perverso, y fácil de gobernar si cedes a sus perversiones. Esa es la nueva forma gubernativa. El nuevo gobierno de las almas. El de los cuerpos ya se gobierna con la ley de la oferta que encarna la publicidad.
Finalmente, ¿qué potencial ves en los movimientos sociales y políticos actuales para articular una alternativa sistémica al capitalismo? ¿Detectas elementos de ruptura o más bien de integración en el sistema dominante?
Veo respuestas parciales en un doble sentido. Primero, porque son respuestas frente aspectos concretos de la realidad social. Segundo, porque son respuestas muchas veces atravesadas de cuestiones identitarias, que fragmentan al sujeto político todavía más de esos intereses parciales. El problema de fondo es que hemos perdido la capacidad de hacer visible un programa, un esquema de mundo ordenado, una propuesta de mundo de la vida capaz de sostenerse en hábitos y arte de vivir dotados de fuertes motivaciones. Hay manifestaciones por las pensiones, por la escuela pública, por la sanidad. Pero no hay una cristalización sistemática verosímil de un modelo social que reúna todas esas aspiraciones. Eso es letal. Porque se lucha de forma desorganizada, y lo que se consigue con una mano —mejor salario mínimo— se entrega con la otra —vivienda más cara—. Es el viejo problema de las cadenas equivalenciales.
“Hay manifestaciones por las pensiones, por la escuela pública, por la sanidad. Pero no hay una cristalización sistemática verosímil de un modelo social que reúna todas esas aspiraciones. Eso es letal. Porque se lucha de forma desorganizada, y lo que se consigue con una mano —mejor salario mínimo— se entrega con la otra —vivienda más cara—”.
El populismo surge de la ruina de un programa socialista en la línea de las grandes propuestas normativas de la tradición democracia y social occidental. Eso fue una catástrofe. Por supuesto, esa catástrofe ocurrió ante un sistema democrático que estaba desfondado y sin capacidad de reacción, y que continúa así; que nos exige fe ciega en él, pero no está dispuesto a decirnos para qué y, desde luego, no muestra capacidad evolutiva alguna. En realidad, juega al chantaje: si no aceptas lo que hay, todo será peor. Y es posible que así sea. Pero justo esa es la mejor manera de que se presente lo peor. Ya se le está invocando y ya se le está dando el triunfo. Por supuesto, si las cosas se mueven al nivel del mundo de la vida, no se puede imponer algo completamente nuevo sino a través de una catástrofe. Pero no creo que nadie que huela el signo de los tiempos se apunte a un giro catastrófico.
Por tanto, no habrá revitalización real de la democracia sin garantizar algunos elementos de continuidad. Entre ellos, creo sinceramente que está el mercado. La gente no cree ni confía en una forma de solucionar sus necesidades básicas sin él. Pero creo sinceramente que los bienes básicos tienen que estar blindados y, si el mercado se organiza con corrientes monopolistas, especulativas y distorsionadas, se debe intervenir en él. El caso de la eliminación de impuestos, de subvenciones a familias en riesgo de exclusión, se ha mostrado efectivo. Lo decisivo es identificar los yacimientos de especulación, financiación, concentración y acumulación, y no permitirlos.
El caso de la vivienda es la clave ahora. No se puede poner a todo el país al servicio del turismo, ni poner el sistema educativo al servicio de producir gente para cubrir esos servicios, ni poner el sistema laboral para cubrir este sistema con los famosos fijos discontinuos. Eso no produce orden y fidelidad a la democracia. Produce cansancio y ganas de que todo se vaya al traste. Sin derechos económicos reales, sociales y generales, no habrá ese orden que genera adhesión a una forma de vida. Y esos derechos debe asegurarlos el Estado, transformándose para ello, descentrando presupuestos hacia las comunidades políticas reales, las ciudades, y dotándolas de fuerza política, interviniendo en la fiscalidad, pero sobre todo dando a las poblaciones capacidad de intervenir en el tipo de nicho de negocio que se impone. Sin autonomía política de las ciudades no se podrá avanzar.
Quizá sea el momento de poner en marcha procesos reales inspirados por “cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”. Un socialismo no de la homogeneidad, sino de la diferencia; un socialismo urbano, pues las grandes cadenas burocráticas de los Estados son disfuncionales para eso, como se ha visto. Una sociedad que sea capaz de motivar en las capacidades pero que pueda responder con necesidades cubiertas, eso solo se puede hacer en el espacio real de lo local, dotado de recursos reales. Y quizá de esa manera seremos capaces de neutralizar el espacio virtual, donde la batalla solo pueden ganarla los que están instalados en los grandes centros de poder. Además, podríamos detener el proceso de acumulación de población en megalópolis, que ya por sí mismas son parte del espacio virtual.